Forum de debate Núm. 29 - juliol 2001

 

"Eliminar" residuos o gestionar materiales
Enric Tello
Profesor de la Universidad de Barcelona y miembro de Acción Ecologista


El autor argumenta que el precio de las cosas es el arma más eficaz para fomentar la reducción de residuos. La condición de residuo, al igual que la de recurso, es un hecho económico. Desde la perspectiva de la ecología, los ecosistemas siguen la regla general de aprovechar casi todo. Para el autor, avanzar hacia una sociedad más sostenible exige una "revolución de la eficiencia": aprender a vivir mejor consumiendo menos materiales, generando menos residuos y recuperándolos al máximo para convertirlos en un recurso.


En todas partes, la reducción lidera la jerarquía de gestión de los residuos. Por lo menos sobre el papel, debería tener prioridad por delante de la reutilización de objetos, el reciclaje de materiales y el tratamiento de desechos. Pero en todas partes, o casi en todas, los residuos por habitante no dejan de crecer. Reducir residuos exige de las administraciones públicas un empleo de recursos no meramente simbólicos para orientar los hábitos generalizados hacia formas de producir y consumir más responsables ambientalmente. Ello significa creer de verdad en la educación ambiental. Pero, con frecuencia, el primer error consiste en confundir la educación con la prédica, olvidando la eficacia comunicativa de los precios de las cosas que se expresan en los mercados.

El lenguaje de los precios es tan burdo como funcional: las cosas caras se tratan con cuidado, lo barato se tira pronto. Si los objetivos ambientales brillan por su ausencia cuando las empresas toman decisiones de invertir en unas tecnologías y no en otras, en unos productos y no en otros, o en unas formas de comercializar y envasar productos y no en otras, cuando los consumidores vamos al mercado no tendremos escapatoria. Sin opciones reales de elegir, difícilmente podremos utilizar nuestro magro poder adquisitivo parar expresar deseos ambientales. Entonces, ya podemos ir predicando reducciones de residuos, mientras se impone el lenguaje disonante del mercado. La educación ambiental para la reducción de residuos debe ser pensada, por encima de todo, desde el núcleo duro de la economía.

Residuos, recursos y valores

Si nos acercamos a la parte alta de la Vall de Joan para contemplar el vertedero del Garraf, veremos una gran hondonada colgada de residuos en un ambiente sin prácticamente presencia humana. Sólo unos cuantos camiones y tractores gigantes se mueven constantemente, como escarabajos empequeñecidos por la distancia, vertiendo y esparciendo escombros. Si en lugar del macizo del Garraf estuviéramos en cualquier vertedero del Tercer Mundo, hallaríamos un hormigueo de personas, la mayoría niños o viejos, escarbando los taludes de residuos humeantes para encontrar alguna cosa aprovechable. Lo que unos seres humanos desechamos como residuo porque no le damos valor, se convierte en un recurso valioso para sostener la precaria subsistencia de otros seres humanos. Es evidente que el contraste entre el vertedero del Garraf y cualquier otro del Tercer Mundo tiene que ver con lo que valen en cada lugar los objetos, los materiales, y las horas de trabajo de las personas.

Este contraste debería hacernos ver que los residuos, como los recursos, nunca son cosas. No es su condición de objetos, o los materiales de que están hechos, lo que los convierte en recursos o residuos. Es la valoración o desvaloración que les atribuimos. Toda dotación de materiales u objetos que adquieren valor, porque alguien se apropia de ellos, se convierte en un recurso que ingresa en el interior de la tecnosfera humana. Residuo es todo aquello que sale de la tecnosfera humana cuando lo tiramos porque, para nosotros, en aquel lugar y estado concreto, ha dejado de tener valor. La condición de residuo, como la de recurso, es un hecho económico. Las cosas adquieren valor cuando ingresan en el complejo tecnológico y social, procedentes de la biosfera, y se convierten en residuos cuando dejan de tener valor económico y el metabolismo social las excreta a los sistemas naturales de la biosfera (figura 1, en pág. 6).


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De ahí que las mismas cosas se vean de forma tan distinta según las miremos con los ojos de la ecología, o con los de la economía convencional, que limita su campo focal a la parte que tiene un precio de mercado. La visión ecológica también piensa en intercambios, pero de otro tipo: los trueques metabólicos entre especies y espacios distintos que construyen las redes de la vida en los ecosistemas, donde los materiales circulan permanentemente movidos por la energía del sol, convirtiendo los residuos de una especie en recursos para otra. Gracias a esta capacidad de organización, la biosfera no genera residuos, o éstos son prácticamente nulos. Los combustibles fósiles sólo son una importante excepción que confirma la regla general de los ecosistemas: "todo se aprovecha".

La extraordinaria eficiencia material de los ciclos geobioquímicos de la biosfera es el resultado de su capacidad de aprovechar la disipación de la energía solar para desarrollar información organizada. Como si se tratara de una "libreta de ahorros" termodinámica, la energía que se cambia y degrada en un punto puede recuperarse como información en otro.1 A la inversa, en cualquier sistema metabólico, la acumulación de residuos se convierte en una muestra patente de ineficiencia en el procesamiento de materiales. Tal como lo ha expresado el ecólogo norteamericano Eugene Odum, los residuos son recursos fuera de lugar.2 A excepción del caso especial de las sustancias tóxicas para los sistemas vivos, la contaminación que generan es el resultado de su localización y acumulación en un lugar inadecuado.

En los últimos dos siglos, la tecnosfera industrial se ha desarrollado explotando a gran escala "residuos naturales", como los combustibles fósiles, menospreciando el enorme potencial de la radiación solar, y empleando una lógica lineal más propia de una concepción minera o "carbonífera" -tal como observó Lewis Mumford hace muchos años- que de un metabolismo circular eficiente.3 Ésta es la raíz última de la crisis de los residuos que estamos viviendo (figura 2, en pág, 6). Mientras la escala de la tecnosfera humana en el interior de la biosfera global aún era pequeña, las sociedades humanas podían confiar en que la Madre Naturaleza se encargaría, como todas las madres del mundo, de mantener la casa limpia, absorbiendo y reciclando sus residuos. Pero, de un mundo relativamente "vacío" de presencia humana, hemos pasado a un mundo cada vez más "lleno". Nos hemos hecho mayores, como sociedad, y en todas partes chocamos con los límites ambientales de la Madre Naturaleza. Es hora de dejar de crecer y empezar a desarrollarse.

En la sociedad, también podemos encontrar cierta réplica del mecanismo neguentrópico que permite a los sistemas naturales recuperar como información la energía disipada, y aprovecharla para sacar el máximo partido del flujo de materiales. Ello se produce principalmente en el ámbito social del conocimiento --la noosfera--, que siempre ha sido la base del desarrollo humano. El conocimiento nos capacita para incorporar información al complejo tecnológico y social, aumentando su eficiencia metabólica. Tal como ha afirmado el economista ecológico Georgescu-Roegen, citando a Justus von Liebig: "la civilización es la economía de la energía".5

A diferencia del mero crecimiento entendido como la ampliación de la escala de la actividad económica en una biosfera finita, la mejora de la eficiencia material y energética materializada con el aumento de la información incorporada al complejo tecnológico y social se convierte en un indicador fundamental del grado de desarrollo de las sociedades humanas. Para hacer las paces con la Naturaleza, y avanzar hacia sociedades más sostenibles, nos hace falta una "revolución de la eficiencia": aprender a vivir mejor consumiendo menos materiales, generando menos residuos y recuperándolos al máximo para convertirlos de nuevo en recurso.

El mito de la "desmaterialización espontánea"

Si recursos y residuos forman parte del mismo proceso metabólico, y si el metabolismo económico identifica a unos y otros mediante un mismo proceso de valoración o desvaloración, las soluciones al problema de los residuos no pueden ser independientes del cambio en la forma de emplear los recursos. Las políticas de reducción, reutilización y reciclaje de residuos deberán ser paralelas al avance hacia sistemas más limpios y eficientes de emplear recursos, y viceversa. El desarrollo de circuitos de recuperación está condicionado por los costes de los materiales reciclados, por los precios de las materias primas vírgenes, por lo que cuesta verter materiales de desecho con unos u otros tratamientos previos, y por la eficiencia de las técnicas o sistemas empleados en cada etapa del proceso.

Existe un mito, aparentemente tranquilizador, que nos dice que no es preciso preocuparse por el medio ambiente, porque el propio crecimiento económico arreglará a largo plazo los problemas ecológicos que él mismo ha creado. Si hacemos caso de esta visión económica, la solución no es otra que "más crecimiento". En un ensayo titulado Elogio del crecimiento, Andreu Mas-Colell afirma que "la combinación de tecnologías brutas y de expansión económica conduce a un deterioro del entorno natural en la fase inicial de crecimiento, a lo que denominaría el efecto escala: a mayor escala, más polución." Pero esto sólo es el efecto "inicial", porque el aumento de la renta cambia las preferencias, poniendo en marcha procesos de sustitución. "La actitud de los miembros de la sociedad hacia la naturaleza se hace más positiva a medida que el crecimiento sigue y que el bienestar económico de los miembros de la sociedad aumenta. (...) En el lenguaje técnico de los economistas, se diría que la naturaleza es un "bien de lujo" (...). En resumen: a medida que la renta per cápita aumenta, la calidad del entorno se deteriora, pero este proceso va acompañado de una inversión progresivamente superior en tecnologías menos brutas y en actividades restauradoras. (...) Así, antes o después, se alcanzará un nivel crítico de renta a partir del cual el crecimiento económico y la mejora del medio ambiente irán a la par." 6

Técnicamente conocido como el argumento de las "curvas Kuznets ambientales", con una primera fase de impactos ambientales ascendentes y otra de impactos ambientales descendentes, resulta una píldora de efectos sedantes. Pero, si en lugar de un tranquilizante, queremos entender las tendencias reales, debemos preguntarnos si las posibles mejoras de eficiencia ambiental aparecen espontáneamente como resultado del crecimiento de la renta, y si la realidad corrobora o no esta teoría. El argumento mezcla tres supuestos que estarían detrás de aquella desvinculación, a partir de cierto umbral, entre crecimiento económico, consumo de recursos, y generación de residuos. El primer supuesto es la existencia de un ciclo de aprendizaje en la puesta a punto y el rodaje de nuevas tecnologías. Los primeros diseños acostumbran a ser poco diestros, pero, con el tiempo, la experiencia permite mejorar su eficiencia (learning by doing). 7

El segundo supuesto es un efecto inducido por la mejora diferencial de la productividad entre sectores que, a través de la modificación de los precios relativos, genera un cambio estructural en la composición de la cesta de bienes producidos y consumidos. Se tiende a suponer que el cambio estructural desplazará la economía hacia una menor intensidad de recursos consumidos y residuos generados por unidad de producto. Esto también está relacionado con el tercer supuesto, que sería aquel cambio de preferencias de los consumidores invocado por Mas-Colell. Al disfrutar de ingresos más elevados, y al haber alcanzado cierta saturación en el consumo de productos con mayor "intensidad material", se cree que la demanda de los consumidores se desplazará hacia "servicios de calidad". El propio "medio ambiente" se convertiría en un bien "de alta elasticidad-renta".

Aparentemente son supuestos bastante verosímiles, que parecen razonables. Pero la realidad no avala hasta ahora que todas estas afirmaciones se traduzcan en ningún tipo de "desmaterialización" espontánea a escala agregada.8 Salen unas "curvas Kuznets ambientales" muy vistosas, en forma de colina, cuando se confronta con la renta per cápita la evolución de ciertos parámetros de contaminación originados por tecnologías que ya van quedando obsoletas. Una vez superado el pico de la colina, a más ingresos menos óxidos de azufre en las metrópolis del mundo desarrollado, por ejemplo. Pero en las mismas ciudades se produce un desplazamiento de los parámetros de contaminación. La sustitución de combustiones de carbón por gas mejora las inmisiones de óxidos de azufre del aire, pero el aumento de la circulación de automóviles incrementa a su vez los óxidos de nitrógeno y la formación de ozono troposférico. Ocurre algo similar con la sustitución de unos materiales por otros. El argumento tranquilizador confunde la parte con el todo.
A escala agregada, a veces también se puede rehacer el argumento, por medio de la noción de intensidad material o residual por unidad de producto. Si dividimos la energía o los materiales empleados por el Producto Interior Bruto (PIB) a precios constantes se observa que en algunos países, y a partir de determinado momento, la cantidad de toneladas de productos de todo tipo que hay detrás de cada unidad de PIB empieza a bajar. 9 Ello se traduce en cierta mejora de la eficiencia, pero, lamentablemente se trata sólo de una mejora relativa. Mientras tanto, el PIB sigue creciendo, y "el efecto escala" del que habla Mas-Colell sigue actuando a un ritmo más acelerado que la mejora de las intensidades materiales o energéticas. Los coches gastan menos gasolina que hace veinte años, pero hay muchos más coches circulando. En lugar de resolver espontáneamente el problema, el crecimiento se come las pequeñas mejoras de eficiencia energética, material o residual alcanzadas. Sólo un cambio profundo del "complejo tecnológico y social" puede conseguir hacer realidad las estrategias del denominado "factor 4" (para la energía y algunos materiales) o del "factor 10" (para la mayoría de minerales y metales), aprovechando verdaderamente las opciones de "desmaterialización" que están realmente al alcance. 10

Mas-Colell también habla de políticas reparadoras, porque el medio ambiente es un bien público por excelencia. Su empeoramiento perjudica a todo el mundo, aunque los ricos pueden evitar con más facilidad sus efectos.11 Cuando el entorno mejora, este hecho también beneficia a todo el mundo sin que nadie pueda impedir a otro disfrutar de ello. En consecuencia, las demandas de mejora ambiental se canalizan hacia el sector público y se acaban traduciendo en un mayor gasto público. Esto no significa que el aumento del gasto público en medio ambiente sea, como tal, un buen indicador de mejora ambiental. La relación también se puede interpretar en sentido inverso: el crecimiento económico origina problemas ambientales en aumento, que nos obligan a gastar más en su restauración.

Esto es especialmente relevante cuando el gasto ambiental se canaliza hacia instalaciones meramente paliativas de "final de proceso" (end-of-pipe), que incrementan el coste sin resolver el fondo del problema. La economía ecológica considera que estos gastos "defensivos" deberían restarse del PIB, en lugar de ser añadidos, si queremos utilizar este indicador como estimación indirecta del bienestar. Para Herman Daly o Manfred Max-Neef, el aumento de la producción de residuos innecesarios, y del gasto paliativo que originan, son dos ejemplos pregones de la desvinculación creciente entre bienestar real y aumento del PIB. Es decir, la entrada en una especie de "crecimiento antieconómico" que mina el bienestar real en lugar de favorecerlo. 13

El desarrollo de la sociedad de consumo ha colocado a los Estados Unidos en una posición de liderazgo en el consumo de materiales: 84 toneladas por habitante en el año 1991, sumando desde los minerales removidos a pie de mina o los combustibles fósiles extraídos del subsuelo hasta el suelo perdido por erosión (pero sin contar el agua ni el aire). A mediados de la década de los setenta, habían llegado a superar el centenar de toneladas por habitante. Desde entonces, los requerimientos materiales se han reducido un poco, debido, según parece, al alcance de cierto umbral de saturación. No obstante, la evolución paralela de países europeos como Alemania y Holanda ha sido la contraria: de unas sesenta toneladas de materiales, sus consumos totales de recursos han aumentado hasta el mismo nivel que los norteamericanos. Incluso en la eficiente economía japonesa, donde cada habitante consumía 46 toneladas de recursos materiales totales en 1991, la tendencia ha sido al alza.


 


Así pues, parece que la evolución "espontánea" sólo lleva a una convergencia hacia la insostenibilidad. No podemos esperar cruzados de brazos a que la "curva Kuznets" alcance en todas partes la cota máxima de los Estados Unidos, para después seguir la tranquilizadora disminución que pronostica Andreu Mas-Colell a largo plazo. Desde su sede en Washington, los investigadores del Worldwatch Institute se han entretenido a estimar hasta cuánto debería aumentar el consumo de materiales para que todo el mundo alcanzara los actuales niveles per cápita de los Estados Unidos. La extracción de minerales no combustibles se tendría que multiplicar por siete, el procesamiento de metales se debería duplicar, las talas de madera deberían aumentar cinco veces, y la fabricación de productos sintéticos a partir de los combustibles fósiles sería once veces superior.14 Quizás resulta adecuado recordar aquí el sarcasmo de Keynes: "a largo plazo, todos muertos."

En la generación de residuos urbanos hallamos pautas más o menos parecidas. En 1994-1995 empezaron a reducirse en los Estados Unidos en valores absolutos, por primera vez durante un período de bienestar económico. Está por ver si este cambio de tendencia se consolidará realmente en los próximos años. Pero en cualquier caso esto ocurrirá a partir de unos niveles del todo insostenibles: ¡dos kilos diarios o 730 kilos de residuos municipales por habitante al año! En Japón se recogen 400, en Holanda 580, y en Alemania 320 (Tabla 1, en pág 9). Estos contrastes nos indican que el aumento de la actividad económica mercantil medida por el PIB sólo es uno de los factores que determinan la cantidad de residuos que genera un territorio determinado. Si comparamos la generación de residuos con el PIB por habitante en una muestra más amplia de países, nos damos cuenta de dos cosas bastante interesantes: la relación es más débil de lo que se piensa, y para la generación de residuos la desigualdad en el reparto de la renta resulta tanto o más significativa que su cuantía (Tabla 2, gráficos 1 y 2, en págs. 10 y 11):

 

 

 


Los países que generan más residuos no son sólo los que poseen un PIB per cápita más elevado, también acostumbran a ser los países con un reparto más desigual de la riqueza. Cuando se han hecho ejercicios relacionando el gasto público en medio ambiente con la renta per cápita se ha descubierto que la desigualdad en el reparto interno del ingreso es más relevante para la adopción de políticas ambientales activas que su mero incremento. "Aunque el crecimiento del ingreso per cápita puede aumentar la capacidad de pagar por la mejora ambiental, la desigualdad de ingreso dentro del país puede reducir drásticamente la disposición a hacerlo, alejando las preferencias del votante medio de un bien público como el medio ambiente", concluye un estudio reciente para el conjunto de países de la OCDE. 15 La desigualdad hace que los pocos que pueden no quieran pagar para conseguir una mejora ambiental que beneficiaría a todo el mundo y que ellos esperan alcanzar privadamente en espacios exclusivos. Los que querrían no pueden, porque se ven obligados a relegar la mejora ambiental a una preferencia de segundo orden.

Tecnología y cultura

Tal como sugiere el subtítulo de esta revista, las tecnologías y las culturas están estrechamente relacionadas. La reducción de residuos y la "desmaterialización" de la economía son posibilidades reales al alcance. Pero no podemos confiar en que el crecimiento económico o las bondades del libre mercado realicen el trabajo. Es una tarea democrática, y es preciso llevarla a cabo. Consiste en superar la cultura de la ineficiencia material de las tecnologías brutas en la producción, del despilfarro en el consumo, y de la mal denominada "eliminación" en la gestión de residuos, orientando activamente el cambio tecnológico y los hábitos sociales hacia la ecoeficiencia, los consumos responsables, la recuperación de los residuos y la minimización de desechos (figura 3, en pág 11).

 



En opinión del ecólogo Eugene P. Odum, se trata de dar un giro de ciento ochenta grados: de gestionar residuos a la salida, administrar eficientemente los recursos a la entrada del sistema económico y social.16 Las modalidades de producción, las pautas de consumo y la costumbre de separar los desechos se deben cambiar de forma conjunta y coherente a lo largo de toda la cadena. El paso de la cultura de la "eliminación" a la cultura de la recuperación necesita desarrollar nuevas herramientas en tres ámbitos distintos: 1) tecnologías y sistemas de gestión orientados a la recuperación; 2) pautas culturales coherentes con la reducción, la reutilización y el reciclaje; y 3) instrumentos económicos incentivadores.

El vertido en masa y la incineración han sido las tecnologías de gestión finalista de residuos que han caracterizado la etapa de gestión orientada a la "eliminación". El objetivo consistía en sacar la basura de la vista, "hacerla desaparecer". La experiencia ha demostrado que estos sistemas crean adicción al desecho, desincentivan la recuperación y son incapaces de contrarrestar las tendencias insostenibles al aumento de la producción de residuos. Si los vertederos siguen dispuestos a recibir a bajo precio materiales mezclados sin tratar, si las calles están llenas de contenedores de recogida no selectivos, y si el camión pasa cada noche a vaciarlos, ¿por qué esforzarse en reducir y separar residuos? Si el espacio destinado a vertederos se vuelve escaso, y se construyen plantas incineradoras que es preciso amortizar vendiendo electricidad, y cobrando para admitir residuos que quemen bien, tampoco conviene que nadie se esfuerce en reducir y separar la basura. Cuando la incineración y el vertido en masa se han querido compaginar con algo de reciclaje, los resultados han sido decepcionantes.

Hacia la década de los sesenta, en los Estados Unidos se incineraba el 60% de los residuos, en los propios vertederos a cielo abierto o en plantas incineradoras. 17 Esta práctica despertó la alerta ambiental por la emisión de subproductos tóxicos, en especial de nuevos contaminantes orgánicos persistentes (COP) derivados de la combustión incompleta de materiales orgánicos en presencia de cloro: dioxinas y furanos. 18 Los análisis científicos han acumulado pruebas cada vez más concluyentes de la bomba de relojería ambiental que supone la diseminación al medio de estas sustancias liposolubles y bioacumulables, que provocan efectos cancerígenos e inmunodepresores a dosis muy pequeñas, y, a concentraciones aún menores, actúan como falsas hormonas que distorsionan el funcionamiento del sistema reproductor y endocrino.19 Un informe reciente del Worldwatch Institute estima que la incineración de residuos de todo tipo origina el 69% de las dioxinas y furanos producidos en todo el mundo que se diseminan a través de la atmósfera y acaban bioacumulándose en los tejidos grasos de los organismos que, como los humanos, estamos al final de la cadena alimentaria.20

El estallido de una "crisis social de los desechos", en forma de protestas ciudadanas que rechazan la incineración y los vertederos, por un lado; y la acumulación de pruebas científicas sobre el peligro de los COP, por otro, han llevado a dictar normas de protección ambiental cada vez más exigentes. A su vez, ello ha dado lugar a una reducción del porcentaje de incineración en los Estados Unidos, que ha pasado del 60% de 1960 hasta un 20% en el año 1997. 21 Con diferencias notables según los contextos sociales y territoriales, las tendencias dominantes han extendido por doquier la misma pauta. El Worldwatch Institute ha elaborado una primera estimación de emisiones atmosféricas de dioxinas y furanos a partir de los escasos inventarios disponibles. Japón es el país del mundo con una contaminación más alta por estos organoclorados, y el que tiene más plantas incineradoras en funcionamiento: unas 3.800 (en 1997, en todo el territorio de Estados Unidos sólo funcionaban 132).22 La situación aún es más preocupante en Bélgica, que en 1999 sufrió una grave crisis de gobierno por culpa de un escándalo de dioxinas y PCB que llegaron a la cadena alimentaria (Tabla 3, en pág 12
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Por lo que respecta al tema que nos ocupa, el hecho más interesante es percatarse de que las protestas ciudadanas y el acceso público a la información ambiental están actuando de catalizadores democráticos para el cambio técnico y cultural hacia una nueva forma de gestionar los residuos orientada a la reducción y la recuperación. En los Estados Unidos, en 1980 se reciclaba o compostaba el 10% de los 137 millones de toneladas de residuos municipales generados. En 1996, el porcentaje de recuperación se había incrementado al 27%, mientras que los residuos municipales habían aumentado a 210 millones de toneladas. En opinión de Maarten De Kadt, será difícil ir mucho más allá de este umbral si las políticas en marcha en la gestión de residuos al final de la cadena de consumo no se vuelven congruentes con una gestión de recursos en la fabricación de productos, que persiga el ahorro de materias primas vírgenes y energía a través de la producción neta, la ecología industrial, y el ecodiseño de nuevos productos o servicios. Mientras el reciclaje siga siendo una estrategia de "gestión de residuos" que choca con una "gestión de materiales" que va en sentido contrario, nunca alcanzará todo su potencial. "La rueda de la producción opondrá resistencia a la transformación desde la gestión de residuos hacia la conservación de recursos." 23

Un problema de coherencia

A pesar de las enormes resistencias, la realidad se empieza a mover en dirección a la recuperación. Seattle recupera más del 40% de sus residuos, Newark (New Jersey) el 53%, todo el Estado de Arkansas llegó hasta el 36% en 1996. La ciudad de Nueva York se encuentra en el 17%, pero el Estado ya alcanza el 32% y tiene el objetivo de llegar en breve al 50%. Los estudios experimentales del Center for the Biology of Natural Sciences (CBNS) han comprobado que a pequeña escala no es difícil llegar a una recuperación del 84%. Si este nivel se alcanzara de un modo más general, desaparecería la incineración de residuos porque los materiales restantes serían cada vez menos combustibles. 24

La experiencia demuestra que las políticas activas de reducción y recuperación impulsadas desde las ciudades, que son la estación plazo del trayecto económico que lleva de los recursos a los residuos, pueden empezar a hacer mella incluso a contrapelo de las tendencias aún dominantes en la producción de bienes y servicios. Los sucesivos estadios que vaya alcanzando dependerán del grado de congruencia o incongruencia con los sistemas de recogida y tratamiento de residuos que se utilicen, por un lado; y por el otro, de las formas de gestionar materiales en los circuitos económicos de inversión, producción, comercialización y envasado de productos.

Todo esto nos recuerda con pelos y señales lo que empieza a pasar en nuestro país. Con una generación de 550 kilos de residuos municipales por habitante y año, bastante superior a la de países como Alemania, Cataluña se encuentra de pleno en el infarto de los desperdicios. Entre 1993 y 1999 la bolsa de la basura ha pasado de un kilo y cuarto de media a prácticamente un kilo y medio. Hay comarcas como el Alt y Baix Empordà, la Selva, el Garraf, el Baix Penedès, el Tarragonès, la Cerdanya, el Pallars Sobirà y la Vall d'Aran, donde los hábitos de consumo, tanto de la población residente, como de la afluencia de turistas disparan la generación de residuos a niveles propios de los norteamericanos: dos kilos por habitante y día.

En toda Cataluña sólo se recicla o composta un 11% de los 3,3 millones de toneladas de residuos municipales generados. El 68% se vierte directamente en masa sin ningún tipo de tratamiento previo, y el 21% se vierte en forma de escorias y cenizas que salen de las plantas de incineración.25 El contraste entre las situaciones y tendencias de las distintas zonas del país corrobora la estrecha conexión entre las tecnologías y las culturas de los residuos. La producción de residuos mantiene una significativa relación con los tipos de vivienda y la índole de los hábitos de consumo que aún tienden a asociarse al aumento de la capacidad adquisitiva (Tabla 4, en pág. ). En aquellos supuestos en que se ha impuesto la incineración en masa, los porcentajes de reciclaje y compostaje son mínimos. El Tarragonès, el Gironès o el Maresme son casos paradigmáticos de una gestión comarcal que sólo gira en torno a una planta incineradora y los sitúa a los niveles más bajos de recuperación. En cambio, en aquellos supuestos en que las protestas ciudadanas y/o una actitud más valiente de las administraciones han dejado espacio para las alternativas, las políticas activas de recuperación y reducción empiezan a abrirse paso, a pesar de la prevalencia de muchos obstáculos.

En la Entidad Metropolitana de Barcelona, las movilizaciones vecinales y ecologistas cesaron en 1997, a última hora y contra pronóstico, la construcción de una gran planta incineradora en la Zona Franca donde estaba previsto que se fuera a quemar más de la mitad de los residuos de los treinta y tres municipios que la integran. Desde entonces, el Programa Metropolitano de Gestión de Residuos se ha fijado como objetivo recuperar para el 2006 el 60% de los desperdicios. En 1999, las diversas recogidas selectivas habían alcanzado una recuperación global del 11%, aún lejana a aquella meta. Pero si miramos la situación en detalle, se puede comprobar que, donde ya funcionan plantas de compostaje y reciclaje, que permiten desplegar la separación domiciliaria de materia orgánica e inorgánica, ya se empiezan a alcanzar niveles de recuperación bastante más altos (Tabla 5, en pág. 14):

 

En 1999, la población que figuraba en cabeza de toda la Entidad Metropolitana de Barcelona (EMSHTR) era un municipio del Maresme sur: Tiana, con un 32% de recuperación. Montgat, la otra población de la subcomarca integrada en la EMSHTR, también había superado el 15%. El contraste con los otros nueve municipios del Baix Maresme resulta aleccionador: generaban 1,6 kilos/hab./día de residuos, sólo recuperaban el 6%, e incineraban el 83%. De hecho, las aportaciones de los ciudadanos a los contenedores de recogida selectiva únicamente alcanzaban el cuatro y medio por ciento. La diferencia hasta el escaso 6% la aportaban los sistemas auxiliares de selección a la entrada de la planta incineradora de Mataró. Realmente, la incineración crea adicción a los residuos.

La posibilidad de optar por políticas activas en favor de la recuperación y la reducción está al alcance de todos. Durante el año 2000, los medios de comunicación se han hecho eco de la singular experiencia de recogida selectiva puerta a puerta desplegada por Tiana (Maresme), Tona (Osona) y Riudecanyes (Baix Camp), que les ha permitido dar un salto espectacular: entregar a los sistemas de compostaje y reciclaje el 85% de la basura domiciliaria recogida. Es un resultado coincidente con el obtenido en los Estados Unidos por las experiencias a pequeña escala del Center for the Biology of Natural Sciences (CBNS), y ya está dando origen a una asociación entre varios municipios catalanes interesados en su generalización.

Estas experiencias de buenas prácticas demuestran que cuando existe voluntad de hacerlo, y se empiezan a poner los medios necesarios, es posible multiplicar espectacularmente los porcentajes de recuperación. Los resultados de las poblaciones líderes son significativos, tanto si se trata de municipios de alto nivel de renta (Tiana o Sant Just Desvern), como de los más bajos (Badia del Vallès o Ripollet), tanto si se trata de pueblos con una trama urbana más dispersa (Torrelles de Llobregat) como de poblaciones más densas y compactas (Molins de Rei, Sant Feliu de Llobregat o Montcada). En la lista de los quince municipios del área metropolitana de Barcelona que en 1999 superaban el 15%, encontramos el municipio que generaba menos residuos por persona residente (Badia, con 1,1 kilos/hab./día), y los que más (Castelldefels, donde la ola de bañistas hace subir el índice hasta 2,36, o Torrelles de Llobregat con 1,86 kilos/hab./día).

La economía siempre cuenta, no cabe duda. Pero para iniciar la tarea de reducir y recuperar residuos, la capacidad de innovación y la vitalidad democrática son más importantes. La clave reside en establecer una complicidad ciudadana con un mensaje comprensible, motivador y congruente con los sistemas de recogida y tratamiento que se utilizan. Existen tecnologías, como la incineración, que actúan a modo de aspiradora de residuos y propician la cultura insostenible de la "eliminación". Hay otras, como el compostaje o la metanización de la fracción orgánica y el reciclaje de la inorgánica, que estimulan la cultura de la reducción, la selección exacta y la máxima recuperación de los residuos. Las combinaciones de sistemas biomecánicos fríos, como los que utilizan los "Ecoparcs" en construcción en el área metropolitana de Barcelona, se adaptan gradualmente al aumento de la selección de materiales a la entrada mejorando la proporción entre recuperación y desecho a la salida. Las plantas incineradoras necesitan alimentarse de desechos.

Instrumentos económicos

Si para empezar a desarrollar la nueva cultura de la reducción de residuos basta con tener ganas, para generalizar a grandes grupos de población unos porcentajes elevados de recuperación será preciso aplicar nuevos instrumentos económicos. Hay dos que son esenciales: el sistema de caución, y los impuestos ecológicos. Una caución, fianza o depósito sobre envases retornables y embalajes es el sistema más eficiente de estimular la reducción y reutilización de la fracción que más está fomentando el aumento de la producción de residuos innecesarios. La propia Ley de Envases y Residuos de Envases (LERE) aprobada en 1997 lo reconoce, al menos de un modo retórico, cuando empieza estableciendo en su artículo sexto la obligatoriedad de un sistema de depósito, devolución y retorno de los envases:

"Los envasadores y los comerciantes de productos envasados o, cuando no sea posible identificar a los anteriores, los responsables de la primera puesta en el mercado de los productos envasados, estarán obligados a:

o cobrar a sus clientes, hasta el consumidor final, una cantidad individualizada por cada envase que sea objeto de transacción. Esta cantidad no tendrá la consideración de precio ni estará sujeta, por tanto, a tributación alguna

o aceptar la devolución o retorno de los residuos de envases y envases usados cuyo tipo, formato o marca comercialicen, devolviendo la misma cantidad que haya correspondido cobrar, de acuerdo con lo establecido en el guión anterior"

Lamentablemente, y como resultado de las presiones ejercidas por el lobby de fabricantes de envases y embalajes de plástico de un solo uso, la LERE añade un artículo séptimo que convierte en virtual el anterior principio (que de momento no tiene otra función que la de cumplir retóricamente con el espíritu de la Directiva Comunitaria 94/62/CE, e inducir a las empresas a que hagan lo contrario):

"Los agentes económicos indicados en el apartado 1 del artículo 6 podrán eximirse de las obligaciones reguladas en dicho artículo, cuando participen en un sistema integrado de gestión de residuos en envases y envases usados derivados de los productos por ellos comercializados."

La imposición de la opción defendida por el grupo de empresas interesadas en mantener la cultura de los envases y embalajes no reutilizables se aprobó en las Cortes españolas con los votos del PP y CiU, contra la opinión de muchas otras fuerzas políticas y sociales relevantes, y también contra la resolución aprobada por el plenario de la Entidad Metropolitana de Barcelona que gestiona los residuos de la mitad de la población de Cataluña. Según esta resolución, aprobada el 16 de enero de 1997 con los votos del PSC e IC-V, y la abstención del PP y CiU,

"La implantación del sistema de depósito para los envases podría representar, como mínimo, en el Ámbito de la Entidad Metropolitana, una reducción preventiva y para reutilización superior al 11% del total de residuos municipales, al mismo tiempo que representaría un retorno de materiales inorgánicos superior al 12% en peso. El 90% de la fracción orgánica de la basura podría tratarse biológicamente para producir biogás y compost, que sumado a la recuperación puerta a puerta y a las chatarrerías de los materiales inorgánicos no incluidos como envases (papeles, voluminosos, textiles) generaría sólo un desecho de alrededor del 16%. Con estos sistemas es factible reducir en gran medida los sistemas de tratamiento finalista del desecho (incinerador, vertedero...) y las áreas de aportación, a la vez que se reduce sustancialmente la dimensión de la necesaria planta de selección mecánica. En consecuencia, el coste para los municipios de la aplicación del sistema de depósito para los envases, los residuos especiales y algunos voluminosos (línea blanca de electrodomésticos) sería mucho más reducido que el sistema integrado de gestión, al mismo tiempo que el impacto en el medio ambiente de la gestión de los residuos se minimizaría sustancialmente."

La resolución instaba a los grupos parlamentarios de las Cortes y el Senado españoles a que "consideren el sistema de depósito, devolución y retorno como el mejor sistema para la racionalización de la gestión de los envases usados, reduciendo a casos excepcionales la posibilidad de eximirse de las obligaciones derivadas de este procedimiento general, participando en un sistema integrado de gestión de envases y envases usados." Pero la LERE optó por la opción diametralmente opuesta. Ha abierto la puerta a la generalización del denominado "sistema integrado de gestión", mediante el pago por los consumidores de una tasa por cada envase o embalaje que compren, y ha limitado la obligatoriedad real del sistema de depósito y retorno a casos muy especiales:

"Los sistemas integrados de gestión tendrán como finalidad la recogida periódica de envases usados y residuos de envases en el domicilio del consumidor o en sus proximidades, se constituirán en virtud de acuerdos adoptados entre los agentes económicos que operen en los sectores interesados, con excepción de los consumidores y usuarios y de las Administraciones Públicas, y deberán ser autorizadas por el órgano competente de cada una de las Comunidades Autónomas en los que se implantará territorialmente, previa audiencia de los consumidores y usuarios."

Vale la pena hacer hincapié en el hecho de que son las comunidades autónomas las que autorizan o no a las empresas, por períodos de cinco años, a eximirse de la obligación de establecer un sistema de envases reutilizables con caución. Esta decisión se ha tomado, además, una vez oída la opinión de los consumidores y usuarios en audiencia pública. Si la Generalitat de Catalunya quisiera, podría convertir en excepcional el "sistema integrado de gestión" y, sin cambiar para nada la actual Ley de Envases y Residuos de Envases, hacer efectiva en Cataluña la obligatoriedad del sistema de depósito y retorno. Sólo tendría que demostrar que es realmente una comunidad autónoma.

Las ecotasas son una solución peor que el sistema de depósito y retorno para reducir o reutilizar envases y embalajes. En cambio, se configuran como una herramienta imprescindible para la aplicación del principio de quien "contamina paga" a las otras fracciones, disuadiendo económicamente la entrega en masa de materiales no separados a los vertederos y plantas incineradoras. Mientras verter y quemar resulte barato, demasiado barato, estos sistemas finalistas disuaden la recuperación y la reducción. Lo que no se paga en dinero, se paga en contaminación y degradación ambiental. De ahí que resulte imprescindible, y sea una pieza clave para cualquier política activa de reducción de residuos, introducir una cuña en los precios públicos que se pagan a la entrada de estos sistemas de tratamiento finalista que internalice sus costes externos ambientales y sociales, y permita bonificar con unos precios relativos menores por los usuarios las externalidades positivas -en forma de ahorro de recursos, energía y contaminación- de los sistemas de compostaje, metanización y reciclaje.

Los criterios de la nueva fiscalidad ambiental recomiendan que, siempre que sea posible, el sujeto impositivo de una ecotasa (o de cualquier otro instrumento económico como el sistema de depósito y retorno) esté lo más lejos posible del usuario final. Es preciso trasladar la señal al agente económico, que con sus decisiones tiene una mayor capacidad de respuesta real. Es obvio que el gasto concentrado de las empresas a la hora de invertir tiene mucho más peso en la generación del problema, y en su resolución, que el gasto disperso y a menudo impotente de las familias al final de la cadena de consumo. Siempre hay, sin embargo, una parte del sostenimiento económico del sistema de recogida y tratamiento de residuos que deberá recaer, de un modo u otro, en todos los contribuyentes. No se puede imponer una ecotasa al agricultor o a la frutería del mercado por cada piel de manzana que tiramos a la basura, ni a los fabricantes de muebles por los trastos viejos de nuestros abuelos que llevamos al chatarrero.

Tal como sucede con los sistemas de tratamiento, también en la fiscalidad se confrontan dos culturas: la "eliminación" y la reducción de residuos. La primera busca el modo de hacer pagar a los contribuyentes de la forma más "indolora" e invisible posible. Su lógica no va más allá de la mera repercusión alícuota de los costes: tanto cuesta gestionar estos residuos, tanto toca pagar a cada uno. La segunda persigue la conversión de las tasas de basuras en un instrumento de educación ambiental, que incentive a los ciudadanos y ciudadanas para que adopten comportamientos más responsables. Ejemplos de la cultura que esconde fiscalmente los residuos bajo la alfombra son los ayuntamientos que camuflan sus tasas en otras figuras como el Impuesto de Bienes Inmuebles, o que simplemente las hacen desaparecer pagando el gasto de fondos generales.

La historia de la Tasa Ambiental de Gestión de Residuos Municipales (TAMGREM) de la Entidad Metropolitana resulta muy aleccionadora en este sentido. Se creó para trasladar a los contribuyentes el aumento de costes en el tratamiento de residuos, y se camufló en el recibo del agua porque tramitada directamente casi nadie la pagaba. Esto vinculó su suerte a la "guerra del agua", iniciada hace diez años por las asociaciones de vecinos del ámbito metropolitano contra este uso abusivo de los recibos de las compañías de aguas.26 La Comisión de Financiación del Consejo de Seguimiento empezó a trabajar en 1998, un año después de aprobarse el PMGRM, y llegó por consenso al convencimiento de que es preciso un nuevo modelo de tributación y financiación que resuelva el conflicto que aún colea y permita garantizar simultáneamente:



o La suficiencia recaudatoria ajustada a la prestación de los servicios de prevención, recogida y tratamiento de los residuos municipales
o La proporcionalidad entre el importe a pagar en forma de tasas o precios públicos, y las cantidades y calidades de los residuos generados en cada municipio y por cada generador singular imponible, en la medida de lo posible.
o La incentivación fiscal de los comportamientos, que deberá estimular la gestión ambiental basada en la reducción, la reutilización y el reciclaje.



A pesar del considerable alcance de la protesta vecinal, camuflar la tasa de residuos en el recibo del agua había resultado eficaz para aumentar la recaudación de la administración metropolitana, que ha visto reducir significativamente la cifra de impagados y los gastos de gestión tributaria con respecto a la situación anterior en la que se tramitaban los recibos directamente a los contribuyentes. Pero esta fórmula no reúne las condiciones de transparencia, proporcionalidad y progresividad que debe caracterizar a una fiscalidad ambiental incentivadora, y sin resolver esta cuestión no es posible avanzar en un nuevo modelo de financiación del PMGRM socialmente consensuado. Por ello, y atendiendo a la nueva ley del agua 6/1999, la Comisión de Financiación está trabajando en posibles fórmulas para avanzar hacia una TAMGREM separada del recibo del agua que responda a los criterios de transparencia, proporcionalidad e incentivación de comportamientos ambientalmente responsables propios de una verdadera tasa ecológica. Una posibilidad, que mantendría la gestión tributaria a través de las compañías de aguas para asegurar su eficiencia recaudatoria, sería la representada en la figura 4 (en pág. 19):










La aplicación de las herramientas de la economía ambiental en el marco de una nueva cultura de la reducción, selección y recuperación de los residuos, que pase a ser congruente con los sistemas utilizados para envasar, vender y fabricar productos, y con las tecnologías biomecánicas de tratamiento del compost y el desecho, pueden dar un giro decisivo a la situación de infarto en que se encuentra la generación de residuos municipales en Cataluña. En muchas poblaciones de nuestro país, la bolsa de basura diaria ya se acerca a los dos kilos registrados como media en los Estados Unidos, y en ocasiones los supera. Los municipios con una generación de residuos más elevada acostumbran a ser los de trama urbana más dispersa, y con una presencia significativa de actividades turísticas, comerciales o lúdicas (Tabla 6, en pág. 17).

 

 

 


Si bien es cierto que los municipios más generadores de residuos acostumbran a alojar personas con ingresos más altos, y las poblaciones con menor renta disponible acostumbran a generar menos, la correlación no es demasiado elevada, ya que hay otros factores culturales, sociales y políticos en juego (gráfico 3, en pág. 18). Éste es el distanciamiento activo que la fiscalidad ambiental debe incentivar económicamente.

A modo de resumen

La relación entre actividad mercantil, distribución de la riqueza, y generación de residuos no es ninguna ley de hierro. Sólo es una tendencia, y no demasiado intensa porque se puede contravenir activamente con el desarrollo de políticas, tecnologías y culturas innovadoras a la hora de gestionar los residuos para convertirlos de nuevo en recursos. La economía cuenta, claro. Pero la política y la sociedad también. La mejora ambiental es un resultado del desarrollo humano, no del crecimiento económico como tal. El aumento real de la capacidad de opción de la gente es, y ha sido siempre, una conquista democrática. Nunca el mero subproducto del incremento de la renta o la facturación del mercado. 27 o

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Referencias

1 R. Margalef, Teoría de los sistemas ecológicos, Publicaciones de la Universidad de Barcelona, Barcelona, 19932, p. 94.
2 E. P. Odum, Ecología. Peligra la vida, Mac Graw-Hill, Méjico, 19952, pp. 105-107.
3 L. Mumford, Técnica y Civilización, Alianza Editorial, Madrid 19946.
4 R. Goodland, H. Daly y otros, "La tesis de que el mundo está en sus límites", en R. Goodland, H. Daly y otros, Medio ambiente y desarrollo sostenible. Más allá del Informe Brundtland, Editorial Trotta, Madrid 1997, pp. 19-36.
5 Considerada en el sentido más amplio, como baja entropía o exergía: véase N. Georgescu-Roegen, La ley de la Entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria/Visor, Madrid 1996, p. 378; y también J. M. Naredo y A. Valero, Desarrollo económico y deterioro ecológico, Fundación Argentaria/Visor, Madrid, 1999, pp. 157-284.
6 A. Mas-Colell, "Elogio del crecimiento económico", en J. Nadal coord., El mundo que viene, Alianza Editorial, Madrid, 1995. pp. 209-212.
7 N. Rosenberg, Dentro de la caja negra: tecnología y economía, Cuadernos de Tecnología/El hogar del libro, Barcelona, 1993.
8 Para los recursos, y a escala mundial, véase G. Gardner y P. Sampat, "Hacia una economía de materiales sostenible", en Worldwatch Institute, La situación del mundo 1999, Icaria, Barcelona, 1999, pp. 91-123; y también J. M. Naredo y A. Valero, Desarrollo económico y deterioro ecológico, Fundación Argentaria/Visor, Madrid, 1999. Para las pautas de consumo británicas, T. Jackson y N. Marks, "Consumo, bienestar sostenible y necesidades humanas. Un examen de los patrones de gasto en Gran Bretaña, 1954-1994", Ecología Política, nº 12, 1996, pp. 67-80.
9 World Resources Institute, Wuppertal Institute y otros, Resource Flow: the Material Basis of Industrial Economies, Washington, 1997.
10 E. U. von Weizsäcker, L. H. Lovins y A. Lovins, Factor 4. Duplicar el bienestar con la mitad de recursos naturales. Informe al Club de Roma, Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1997; J. H. Spangenberg, F. Hinterberger, S. Moll y H. Schüz, "Material Flow Analysis, TMR and the mips-Concept. A Contribution to the Development of Indicators for Measuring Changes in Consumption and Production Patterns", Wuppertal Institute for Environment Climate Energy, 1999 (de próxima publicación en el Journal of Sustainable Development, vol. 1 nº 2).
11 M. Jacobs, La economía verde. Medio Ambiente, desarrollo sostenible y la política del futuro, Editorial Icaria, Barcelona, 1996.
12 E. Tello, "De la producción neta a la sostenibilidad ecológica", Medio Ambiente. Tecnología y Cultura, nº 13, 1995, pp. 30-46.
13 R. Costanza. J. Cumberland, H. Daly, R. Goodland y R. Norgaard, Introducción a la Economía Ecológica, AENOR, Madrid, pp. 123-154.
14 G. Gardner y P. Sampat, "Hacia una economía de materiales sostenible", op. cit., p. 107.
15 E. Magnani, "The Environmental Kuznets Curve, environmental protection policy and income distribution", Ecological Economics, nº 32, 2000, pp. 431-443.
16 E. P. Odum, Ecología. Peligra la vida, Interamericana/McGraw-Hill, Madrid, 1993, p. 252-253.
17 M. De Kadt, "La gestión de residuos sólidos de Estados Unidos en la encrucijada. El reciclaje en la rueda de la producción", Ecología Política, nº 20, 2000, p. 80.
18 B. Commoner, En paz con el planeta, Crítica, Barcelona, 1992, pp. 102-136.
19 Th. Colborn, J. P. Myers y D. Dumanoski, Nuestro futuro robado, Ecoespaña, Madrid, 1997.
20 A. P. McGinn, "Retirar los productos contaminantes orgánicos persistentes", en Worldwatch Institute, El estado del mundo 2000, Centro UNESCO de Cataluña, Barcelona, 2000, p. 86.
21 M. De Kadt, op. cit., p. 81.
22 A. P. McGinn, op. cit., p. 86; M. De Kadt, op. cit., p. 80.
23 M. De Kadt, op. cit., 2000, pp. 82-84.
24 M. De Kadt, op. cit., 2000, pp. 86-88.
25 Junta de Residuos. Memoria de actividades 1999, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 2000, p. 42, y La gestión de los residuos en Cataluña. Balance 1993-1999, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 2000, pp.10-11 y 30.
26 E. Tello, "Fiscalidad ambiental y nueva cultura del agua", Medio Ambiente. Tecnología y cultura, nº 25, 1999, pp. 27-39.
27 A. Sen, Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona, 2000.

 


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