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Influencia del medio ambiente en la salud humana
Número 31 - diciembre 2001
 

Editorial 


Salud y medio: de la incertidumbre al cálculo económico
Xavier Duran

Determinantes ambientales y salud
Maria Rosa Girbau i Katy Salas

Influencia del medio ambiente en las relaciones entre alimentación y salud
Abel Mariné Font i M. Carmen Vidal Carou

La contaminación atmosférica y sus efectos sobre la salud
Jordi Sunyer i Deu

Riesgos ambientales
Manolis Kogevinas, Josep M. Antó i Jordi Sunyer

Entrevista a Alfons Calera Rubio, investigador del ISTAS y experto en salud laboral
Lluís Reales

La proteción europea de las personas y del medio ambiente contra substancias y preparados perigrosos
Ignasi Doñate

Ya lo decía Hipócrates!

Hipócrates, el médico más célebre de la Antigüedad, en su Tratado de los aires, las aguas y los lugares explica que el hombre depende de las fuerzas de la naturaleza. La del entorno influye en la salud humana. Cientos de años después, este enfoque hipocrático sigue conservando toda su vigencia.

La gran diferencia con respecto a la época en la que vivió el iniciador de la observación clínica es el cambio del entorno y los estilos de vida propiciados por la inteligencia humana. En un contexto de globalización del mercado y, por lo tanto, de la lógica impulsada por la Revolución Industrial, el planeta Tierra sufre una serie de alteraciones que se manifiestan a escala global y regional.

El efecto invernadero, el cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la lluvia ácida, la desertización, la pérdida de la diversidad biológica y de recursos genéticos, el deterioro de múltiples entornos urbanos y la aparición de nuevas patologías relacionadas con los nuevos estilos de vida son sólo algunos ejemplos de dichas alteraciones. Este entorno influye en la salud humana: si bien es cierto que se han erradicado muchas enfermedades, también lo es que han aparecido nuevos males ligados a una sociedad que genera bienestar, pero también riesgos, muchos de ellos relacionados con la salud.

En este número de la revista Medi Ambient. Tecnologia i Cultura abordamos un tema oceánico: salud y medio ambiente. Nuestro objetivo es presentar una fotografía panorámica de aspectos de actualidad que son clave en un ámbito -la influencia del medio ambiente en la salud humana- que promueve y seguirá promoviendo en los años venideros trabajos de investigación médicos y científicos.

El periodista científico y químico Xavier Duran argumenta la importancia de la investigación para establecer con la mayor certeza posible los efectos de los cambios ambientales en la salud humana. También insiste en la necesidad de introducir en los indicadores económicos los perjuicios que provocan ciertos productos y ciertas actividades, con objeto de que su precio se aproxime al coste real que implican para la sociedad.

Rosa Girbau y Catalina Salas, profesoras de la Escuela Universitaria de Enfermería de la Universidad de Barcelona, explican por qué el estado del medio ambiente constituye un factor clave para el bienestar individual y colectivo.
Los expertos en nutrición Abel Mariné y Carme Vidal, investigadores ambos de la Universidad de Barcelona, analizan la influencia del medio ambiente en las relaciones entre alimentación y salud y nos transmiten un mensaje de tranquilidad con relación a la seguridad de los alimentos que ingerimos.

El doctor Jordi Sunyer, investigador del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas (IMIM), explica cómo afecta la calidad del aire a nuestro cuerpo. El mismo Jordi Sunyer, junto con Manolis Kogevinas y Josep Maria Antó, del IMIM, exponen las últimas investigaciones sobre la relación entre la salud y la contaminación de las aguas, los residuos industriales, las dioxinas, los campos electromagnéticos, y la telefonía móvil.

El entrevistado es Alfons Calera, experto en salud laboral. Finalmente, contamos con la habitual colaboración del abogado Ignasi Doñate, quien nos explica la normativa europea relativa a la protección de las personas y del medio ambiente frente a sustancias y preparados peligrosos.

En todos los textos queda claro que el sabio médico Hipócrates tenía mucha razón.

Lluís Reales
Director de Medi Ambient. Tecnologia i Cultura



Salud y medio: de la incertidumbre al cálculo económico

Xavier Duran
Químico y periodista científico


Cada vez se tienen más pruebas de que muchos problemas ambientales tienen un impacto negativo sobre la salud, si bien continua existiendo una cierta inseguridad al respecto. El cambio global que está experimentando el planeta puede agravar estos problemas, sobre todo en los países con menos recursos. Para actuar contra esto, es preciso introducir los efectos sobre la salud en las cuentas económicas e intentar reducir los desequilibrios que aumentan los riesgos en determinadas zonas o clases sociales.

Uno de los personajes de Tiempos difíciles (1854), el adinerado hombre de negocios Mr. Bounderby, hablaba muy positivamente de los humos que enturbian el aire de la ciudad industrial de Coketown:
«Para nosotros esto es precisamente vida. Es lo más saludable del mundo en todos los aspectos, y sobre todo para los pulmones. Si es usted de los que quieren que eliminemos este humo, no estoy con usted. No estamos dispuestos a gastar el culo de nuestras sillas más rápido de lo que lo hacemos ahora, por mucho griterío sentimental que se levante en Inglaterra e Irlanda» .

En esta novela, Charles Dickens retrata de forma magistral a la sociedad industrial, con sus costes sociales y ambientales y sus desequilibrios. Pero, dado que esa sociedad parecía producir tanta riqueza y era tan conforme a los intereses de la gente como Mr. Bounderby -y hay que reconocer que probablemente son los de mucha gente- ¿por qué habría que preocuparse por los humos? Aunque afectaran tanto al barrio obrero en el que «se fue tapiando la entrada a la Naturaleza conforme se iban emparedando en su interior atmósferas y gases mortíferos; (...) en el último rincón sofocante de aquel gran recipiente en el que ya no cabía nada más, en el que, por falta de aire para que tirasen las chimeneas, construíanse éstas en una inmensa variedad de formas truncadas y encorvadas» .1

No obstante, es más que probable que los humos de aquella revolución tecnológica y económica provocaran problemas de salud. Y esos problemas debieron empezar años atrás. En 1775, el cirujano inglés Percival Pott constataba una incidencia de cáncer de escroto inusualmente elevada en los deshollinadores. No sería de extrañar que, además de algunas enfermedades profesionales como la referida, las deficientes condiciones higiénicas y el amontonamiento, unidos al uso de carbón en grandes cantidades, provocara un aumento de las enfermedades y las muertes. Esos males debieron afectar principalmente a las capas sociales con menos recursos. En 1845, Friedrich Engels, en La situación de la clase obrera en Inglaterra, aportaba datos epistemológicos que indicaban que, en la ciudad de Manchester, el índice de mortalidad en las casas y calles más pobres doblaba al de las zonas más acomodadas. Hacia 1840, la esperanza de vida en los centros industriales era de 25 años para las clases obreras y de 55 para las clases superiores.

Parece innegable que las evidentes mejoras en las condiciones de vida de la mayoría de la gente han ido siempre acompañadas de desequilibrios que también han favorecido la aparición o la expansión de problemas sanitarios. Asimismo, a medida que el desarrollo nos iba dotando de nuevas herramientas para prevenir o curar una enfermedad, también nos situaba en una sociedad en la que surgían nuevos riesgos y en la que estas herramientas no estaban al alcance de cualquiera. Algunos grupos están viendo que su bienestar disminuye en nombre de un progreso que precisamente debería aumentarlo.

Sin embargo, cuando establecemos las consecuencias que tiene sobre la salud la degradación ambiental o -para emplear términos que no denoten un juicio negativo- los cambios que las actividades socioeconómicas introducen en el medio, y que se suman a los que el planeta experimenta de forma natural, chocamos con la incertidumbre. En la era de la genética, parece que los problemas de salud han de poder achacarse a causas concretas y perfectamente localizables. En cambio, si nos referimos a problemas de salud provocados por las condiciones ambientales, la certeza se disipa o, cuando menos, surgen numerosas dificultades para establecer causas y consecuencias con contundencia. En primer lugar, las condiciones ambientales comprenden ya un amplio abanico de elementos que van desde la contaminación atmosférica y acústica hasta la aparición de un entorno socioeconómico perjudicial. Así pues, nos referimos a muchísimas causas posibles que se pueden potenciar o contrarrestar mutuamente. Todo esto dificulta el camino hacia las certezas absolutas, que es lo que parecen reclamar muchos ciudadanos, al igual que -y lo que es más grave- muchos dirigentes que deberían impulsar medidas correctivas.

Esta seguridad no se exige en otros ámbitos. Se toman numerosas medidas económicas sin que nadie haya acreditado de forma incontrovertible la localización de la causa de los males que se pretenden corregir ni de los efectos que se conseguirán con estas actuaciones. Si los políticos pidieran a los economistas los datos empíricos que exigen a los climatólogos y a los ecólogos, habrían sido muy pocas las decisiones tomadas en este campo y, tal vez, en estos momentos, en la mayoría de los países todavía estarían por aprobar los presupuestos estatales de hace varios años. Por este motivo, en el ámbito de la salud ambiental, como en tantos otros, no podemos esperar certezas absolutas, sino que los indicios claros o alguna prueba de peso deberían ser suficientes para tomar medidas.
Cada vez se tienen más datos acerca de los efectos de la contaminación sobre la salud, pero no resulta fácil establecerlos porque son muchos los factores que inciden en ella. Al analizar los efectos del aspecto que estudiamos -la concentración de ciertos contaminantes, por ejemplo- es preciso tener en cuenta factores como la predisposición, los hábitos de vida, el estatus socioeconómico y otros condicionantes que vienen dados por cada individuo. De hecho, estos factores se tienen en cuenta en todos los estudios epidemiológicos, pero su separación resulta más sencilla en muchos otros ámbitos.

A pesar de estas dificultades, varios estudios a gran escala parecen vincular los contaminantes con sus consecuencias sobre la salud y el aumento de la mortalidad. En el estudio de las Seis Ciudades, realizado por la Harvard School of Public Health de Boston, se compararon datos sobre los índices de mortalidad y los niveles de contaminación de seis ciudades norteamericanas, con lo que se obtuvo información sobre más de 8.000 adultos durante 16 años. Los resultados indicaban que los residentes en la ciudad más contaminada (Steubenville, Ohio) tenían un 26% más de riesgo de morir jóvenes que los habitantes de la ciudad con el aire más limpio (Portage, Washington).2

Algunas críticas obligaron a reanalizar los datos considerando una gran cantidad factores, como la educación, el nivel de ingresos, el grupo étnico, el acceso a una asistencia sanitaria y otros. La inclusión de nuevos factores, llevada a cabo por el Health Effects Institute, una organización independiente, integrada conjuntamente por grupos industriales y gubernamentales, no alteró los resultados, que alertaban del riesgo de las partículas de menos de 2,5 micrómetros de diámetro o PM2,5. Asimismo, se han realizado otros estudios que parecen confirmar que las partículas de menos de 10 micrómetros de diámetro (PM10) aumentan el riesgo de muerte por todas las causas, y especialmente por enfermedades cardiovasculares o respiratorias.3

Existen estudios que relacionan la contaminación atmosférica con la mortalidad infantil o de adultos y con distintas enfermedades.4 Aunque en muchos casos se requieren nuevos estudios que confirmen las hipótesis, probablemente ya se disponga de los indicios suficientes para reconocer la verosimilitud de ciertas relaciones, así como la necesidad de tomar algunas medidas. Pero todo esto depende, como veremos más adelante, del balance resultante entre beneficios y perjuicios de estas medidas.

Los efectos del cambio global

Si realmente existe una relación entre los problemas ambientales y la salud -y puesto que eso parece innegable, conviene establecer cuál es y cuál podría ser su gradación ¿Puede la situación verse agravada por el cambio global? En este punto volvemos a chocar de frente con la incertidumbre. A pesar de que los últimos documentos del IPCC (International Pannel on Climate Change) no dan pie a muchas dudas sobre este cambio, en lo referente a algunas de sus consecuencias y a la responsabilidad de las actividades humanas en el proceso, algunos sectores políticos, económicos e industriales no parecen proclives a aceptarlo y, en cualquier caso, se resisten a tomar medidas para paliarlo debido, según dicen, al coste económico que provocarían. Una vez más, pues, aparece el balance coste-beneficio al que nos referiremos más adelante.

La denominación pretende indicar que los efectos van mucho más allá de un simple aumento de la temperatura media del planeta. Estos cambios tendrán una gran incidencia en la compleja máquina atmosférica y en los ecosistemas de la Tierra y, a su vez, comportarán efectos socioeconómicos e incluso geopolíticos.

¿Cómo pueden influir en la salud? Una vez más, tropezamos con la multifactorialidad. Los efectos que se den en cada zona no diferirán solo porque las variaciones climáticas serán diversas, sino también porque será necesario considerar los puntos de partida en el campo socioeconómico, demográfico y ambiental. Para poner un ejemplo, considérense las temperaturas extremas que durante el verano han provocado un ligero aumento de las muertes en los últimos años, según los estudios llevados a cabo en Alemania y Estados Unidos, si bien en algunos lugares y años el aumento ha sido más significativo. Esto puede deberse a un aumento de la accesibilidad de las instalaciones de aire acondicionado o a la disminución en algunos factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares, que aumentan la susceptibilidad a las olas de calor. Sin embargo, es obvio que esto no será válido ni para todas las clases sociales de estos lugares, ni para la mayoría de los habitantes de otros países, que serán más vulnerables a este aumento de temperatura.5

Algunos de los efectos del cambio global pueden ser un descenso de la calidad del aire en zonas urbanas con problemas de contaminación, cambios en la distribución espacial y estacional de los vectores de ciertas enfermedades infecciosas, variaciones en el medio marino que aumenten el riesgo de toxicidad por consumo de pescado o marisco, o una disminución de la disponibilidad de alimento que empeore la calidad nutricional de distintos países de nivel socioeconómico bajo.6

Resulta complejo definir todas las posibles consecuencias, puesto que no se conocen con exactitud los efectos que tendrá el cambio climático en determinadas regiones ni su gravedad. Por otro lado y a pesar de asumir determinadas variaciones climáticas, las posibles consecuencias sanitarias también son objeto de debate. Un informe del US National Academies of Science National Research Council (NRC), publicado en abril de 2001, manifestaba que se dispone de escasos indicios científicos sólidos que respalden las conclusiones sobre el impacto negativo del cambio climático en la salud. El informe indicaba que las relaciones entre clima, comportamiento humano y enfermedades infecciosas son tan complejas que cualquier predicción se ve dificultada en gran medida.

En lo referente al panel del NRC, numerosas predicciones se han basado en variaciones climáticas a corto plazo, sin tener en cuenta otros factores que podrían influir en ellas, como los cambios en las prácticas de salud pública o en el uso del territorio. Las diferencias entre territorios sometidos a condiciones muy similares en estos momentos ya son evidentes: la incidencia del dengue en ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y Méjico no es la misma (entre 1980 y 1996 se confirmaron 50.000 casos en los tres estados mejicanos ribereños de Río Grande y menos de un centenar en Texas, al otro lado del río, en el mismo período. Esto se debió a que la mayoría de los habitantes de Texas pasaban más tiempo en casa, donde tenían instalados aparatos de aire acondicionado y persianas en las ventanas, lo que reducía la probabilidad de que les picaran los mosquitos.

Para los que han destacado los riesgos sanitarios del cambio global, el NRC deja de lado que ya se han detectado algunos cambios en la distribución de vectores de ciertas enfermedades: los mosquitos se han extendido a zonas altas de Papua-Nueva Guinea, Ruanda y áreas de América Central y del Sur en las que no se habían registrado casos de malaria. De hecho, la visión que ofrece está muy centrada en Estados Unidos, donde se pueden tomar medidas que no están al alcance de los países en desarrollo.7

Algunos estudios destacan el hecho de que los efectos hayan alcanzado a países nórdicos. La llegada anticipada de la primavera y un clima, en general, más templado han provocado un incremento de las encefalitis transmitidas por un tipo de garrapatas. Aunque también han podido intervenir otros factores como el aumento de población en zonas endémicas y del número de animales domésticos.8 Una vez más, sin embargo, se trata de países con estructuras sanitarias que les permiten afrontar el problema.

En efecto, las especies de mosquito portadoras de los microorganismos que causan la malaria o el dengue se han detectado a mayor altitud, debido a que las temperaturas elevadas les permiten adaptarse a lugares donde antes no podían vivir: en Colombia, se ha observado la presencia del mosquito que transmite el dengue a 2.200 metros. Muchos de estos países no tienen estructuras sanitarias que permitan actuar con rapidez una vez detectados los primeros casos, y el modo de vida y las necesidades de sus habitantes les expone en mayor grado a las picaduras. Estas enfermedades infecciosas, junto con la malnutrición y los golpes de calor, pueden tener efectos mucho más graves en los países con menos recursos.9 Aunque partiendo de la incertidumbre se puede pensar que el cambio climático podría no aumentar de una forma notable la incidencia de estas enfermedades en ciertos lugares, la combinación de cambio climático y estructuras sanitarias y sociales deficientes sí podría hacerlo.

Existen también otros fenómenos climáticos independientes de la acción humana que influyen en ciertas enfermedades. Un ejemplo es el ENSO (El Niño-Southern Oscillation), una corriente de agua anormalmente caliente en el Pacífico Oeste que puede causar efectos muy diversos como lluvias torrenciales y sequías, e incidir así en la disponibilidad de alimento en áreas que se encuentran a miles de kilómetros. El ENSO podría estar relacionado con las epidemias de cólera de Bangla Desh y su estudio podría facilitar una toma de medidas preventivas en este país.10

Finalmente, cabe recordar también algunos efectos negativos -aunque pueden ser solo temporales- causados por lo que conocemos como internacionalización y la exportación de modos de vida occidentales a sociedades que han mantenido unos hábitos muy distintos. Así, una alimentación rica en grasas e hidratos de carbono podría ser la causa del aumento de casos de diabetes en países como Nauru,11 donde la mayoría de los individuos presentan un metabolismo adaptado a la disponibilidad de alimento y al clima. Otro ejemplo podría ser la aparición de casos de anorexia y bulimia en las Islas Fidji pocos años después de la llegada de la televisión a este país del Pacífico. Según Anne Becker, antropóloga de la Harvard Medical School, un 74% de les chicas fidjianas se sentían demasiado grandes o gruesas en 1998, 38 meses después de la llegada de la televisión y de series como "Melrose Place" o "Xena: Warriors Princess".12 Existen otros factores que pueden influir en la presencia de estas enfermedades, pero hay una gran probabilidad de que sean efectivamente achacables a la exportación de cánones de belleza occidentales.

Al margen de la exportación de hábitos, la internacionalización es un proceso complejo, y probablemente imparable, que aporta beneficios, pero que también genera riesgos y desigualdades. El hecho de que se internacionalicen los mercados pero no muchas de las normativas y controles puede acabar fomentando ciertos problemas, tanto en países en desarrollo como en países desarrollados. Por un lado, es preciso realizar un control más estricto sobre la obtención y el tratamiento de los productos alimentarios en países en desarrollo -en cuanto al uso de ciertos plaguicidas, por ejemplo. Por otro lado, no parece justificable que las sustancias prohibidas en países desarrollados se empleen en países en desarrollo.

Únicamente en casos muy específicos podrían aducirse argumentos lo bastante convincentes, pero siempre que ocurra en períodos de transición. Un ejemplo de ello es el uso de DDT. Uno de los estudios más recientes acerca de sus efectos sobre la salud indica que el número de partos prematuros en Estados Unidos entre 1959 y 1966 estaba vinculado a las concentraciones de DDE -producto de la degradación del DDT- en la sangre de las madres. Los investigadores destacan que el parto prematuro es uno de los factores que contribuyen al riesgo de mortalidad infantil.13 Pero en países donde la malaria es una causa importante de mortalidad, sobre todo en niños menores de cinco años, el uso de DDT para eliminar al mosquito que transmite el microorganismo que la causa puede aportar más beneficios que perjuicios. Ahora bien, esto es válido siempre que no se contemple como una solución permanente y se busquen vías alternativas de protección.

La introducción en los balances económicos

Establecer el riesgo real de que aumenten ciertas enfermedades es importante para decidir si se toman medidas y cuáles. Pero cuando se reclama certeza, no se debería olvidar la frase de Disraeli: Aumentar el nivel de salud, pues, no significa simplemente disminuir el malestar y el sufrimiento de algunas personas, ni mejorar las estadísticas de esperanza de vida. La salud es un elemento esencial que condiciona tanto la felicidad de los pueblos como su capacidad para avanzar y ver aumentados su riqueza y su nivel de vida. Por esta razón, la potenciación de la salud no puede verse como un coste, sino como la mejor de las inversiones.

No obstante, en el cálculo de la relación entre coste y beneficio de estas inversiones, pueden darse interpretaciones muy diferentes e incluso muy sorprendentes. Éstas no dependen solo de la verosimilitud que se atribuya a las predicciones, sino del propio concepto de bienestar y crecimiento económico.

De este modo, en 1997 se publicaba un libro sobre los costes económicos de ciertos hábitos poco saludables, como fumar o beber alcohol, y de los accidentes de tráfico.14 Los estudios que constituían el cuerpo central del libro habían recibido ayuda financiera de Philip Morris, que, según el coordinador del libro, .15 Este coordinador, Francisco-Javier Braña, de la Universidad Complutense de Madrid, manifestaba en la introducción que las diferencias en cuanto a absentismo laboral entre fumadores y no fumadores eran mínimas -según los estudios realizados en Estados Unidos- y, por otro lado, que no se dispone de ninguna prueba o estudio que avale las cifras que se mencionaban en relación al impacto del tabaco en los fumadores pasivos. En cualquier caso, las conclusiones de los estudios fueron que los impuestos que gravan el tabaco superan con creces el coste de los posibles efectos perniciosos del tabaco.

Como es bien sabido, durante mucho tiempo las grandes compañías tabaqueras han negado que el hecho de fumar estuviera claramente relacionado con ciertos tipos de enfermedades o con una disminución de la esperanza de vida. Pasado un tiempo, parecieron haber cambiado de táctica, solo que con unas valoraciones que se asemejan más a chistes de mal gusto que a estudios económicos serios. Así, en julio de 2001 se dio a conocer un estudio encargado por Philip Morris a la consultoría Arthur D. Little con el fin de evaluar los efectos positivos indirectos del consumo de tabaco en la República Checa. Las conclusiones fueron que el país ahorra 1.227 dólares -unas 230.000 pesetas o 1.400 euros- por cada fumador que muere. En cifras globales, pues, el estado checo habría ahorrado 5.800 millones de coronas -unos 17,4 millones de euros- en 1998, gracias a la muerte de los fumadores, ya que de este modo dejaba de asumir distintos gastos. El balance se hizo a partir de cifras de intereses por impuestos sobre el tabaco más el ahorro en alojamiento de las persones de edad, de pensiones de jubilación y otros gastos sociales y de asistencia sanitaria en general.

Lo que hace unos años era solo una broma más de la ingeniosa serie británica Yes Minister -con unos argumentos prácticamente idénticos a los que hemos destacado- se disfrazaba en este caso de estudio científico. El escándalo obligó a Philip Morris a disculparse y a anular estudios parecidos en otros países de la Europa del Este,16 así como a reconocer que 17

En primer lugar, sorprende que la tabaquera pase tan rápidamente de negar la influencia negativa del tabaco en el acortamiento de la vida a hacer recuento de lo que ahorramos si mueren las personas suficientes antes de gozar de su pensión de jubilación. O el tabaco no mata y el estado checo no se ahorra nada en estos casos, o el tabaco mata y estamos ante un grave problema de salud pública.

Igualmente, resulta asombrosa la infravaloración que reciben la vida humana y la salud de los ciudadanos. Con datos probablemente muy parecidos, pero con un componente ético muy distinto, otro estudio -éste sí- científico no llegó a las mismas conclusiones. Los investigadores de la Universidad Erasmus de Rotterdam (Países Bajos) calcularon que, si un porcentaje importante de gente dejaba de fumar, se conseguiría un ahorro a corto plazo, mientras que a largo plazo comportaría un aumento de los costes de atención sanitaria -más gente llegaría a edades en que estos costes se disparan.18 Pero los investigadores acabaron por resaltar que si fumar es un riesgo de gran importancia para la salud, el objetivo de la política en esta materia debería ser simple y claro: hay que disuadir de fumar, puesto que nuestra sociedad ha decidido invertir dinero en sumar tanto años como salud a nuestras vidas.

Esto no es más que una muestra de que cualquier estudio económico sobre la salud no puede sustraerse a los objetivos que perseguimos. El ahorro puro nos llevaría a promover el tabaco para reducir al mínimo los gastos en jubilaciones y atención sanitaria a persones mayores. Pero, si una buena salud y un aumento de la esperanza de vida se consideran un bien, de una forma u otra han de reflejarse en las cuentas económicas. Si no, los cálculos que hagamos serán claramente sesgados. Por otro lado, algunos costes se valorarán de una forma muy distinta según los datos que aportemos, como el hecho de considerar que el tabaco o la contaminación aumentan o no los problemas respiratorios o cardiovasculares. Incluso existen mecanismos técnicos para reducir las incertidumbres en estos estudios.19

A pesar de todo, estas valoraciones también están condicionadas porque los beneficios pueden producirse a medio o largo plazo y los dirigentes políticos están más interesados en los efectos inmediatos sobre la economía y en los que tienen un valor económico tangible. Claro que, si hay que hablar de dinero, pensamos que .20

Algunos problemas ambientales también pueden tener efectos diversos, positivos y negativos. Así, el deterioro de la capa de ozono conlleva un aumento de la incidencia de la radiación ultravioleta, lo que, además de causar más cánceres de piel, puede afectar al sistema inmunitario.21 Esto último puede significar tanto una mayor vulnerabilidad a enfermedades infecciosas como una disminución de las enfermedades autoinmunes como la diabetes.22

En otros casos, algunas medidas ambientales pensadas para hacer frente a un problema concreto pueden aportar beneficios sanitarios adicionales. Éste es el caso de la disminución de emisiones de gases de efecto invernadero para enfrentarse al cambio climático. Aparte de reducir la incidencia de este cambio sobre la salud, también se pueden obtener beneficios a corto plazo como la disminución de los problemas respiratorios y cardiovasculares. Un equipo de investigadores americanos destaca estos beneficios durante las próximas dos décadas en ciudades como Méjico, Nueva York, Santiago de Chile y São Paulo, que tienen una población conjunta de 45 millones de personas.23 Sus conclusiones indican que reducir las emisiones evitaría, solamente en estas ciudades y hasta el 2020, 64.000 muertes prematuras, 65.000 casos de bronquitis crónica y 37 millones de personas/días perdidos por incapacidad laboral o actividad restringida.

Asimismo, señalan que se trata de unos cálculos conservadores, ya que no incluyen muchos otros contaminantes ni los efectos que, con los conocimientos actuales, no pueden cuantificarse con exactitud. Otro estudio, citado por los autores, indica que, en Estados Unidos, reducir las emisiones de las centrales de carbón evitaría, cada año, 18.700 muertes, 3 millones de jornadas laborales perdidas y 16 millones de días de actividad restringida.24

No obstante, los efectos sobre la salud no parecen modificar las cuentas relativas a ciertas actividades. La alegría con la que se saluda al aumento de ventas de coches y el pesimismo que parece acompañar a su declive indica la importancia que se da a un sector que, efectivamente, tiene una elevada incidencia en el producto interior bruto, tanto por beneficios directos -la industria automovilística y de mantenimiento- como indirectos -infraestructuras, turismo, ocio, etc. No obstante, estos beneficios deberían matizarse con los efectos negativos sobre la salud, desde los accidentes hasta las enfermedades y muertes vinculadas a la contaminación atmosférica y acústica -por no mencionar los costes de congestión y pérdidas de tiempo. En Méjico DF, por ejemplo, tres cuartas partes de la contaminación proviene de los vehículos de motor. Muchas de las grandes ciudades asiáticas están sufriendo también problemas graves a causa del gran aumento del parque de vehículos.

Probablemente uno de los efectos mejor documentados es el referente al plomo. Aunque existen otras fuentes de este metal, la mayor parte del plomo que entra en el organismo de los niños proviene de la gasolina que contiene este aditivo.25 El incremento del uso de gasolina sin plomo ha conllevado significativos descensos de las concentraciones de este metal en la sangre.26

El plomo provoca distintos problemas en el desarrollo neurológico. Se ha observado que los niveles de plomo están relacionados con un cociente intelectual más bajo y con problemas de aprendizaje. Además, los efectos de una exposición durante la infancia pueden ser prácticamente imposibles o muy difíciles de corregir. En cualquier caso, en un experimento realizado con un fármaco para eliminar el metal del organismo los jóvenes no experimentaban mejoras en su cociente intelectual.27

Lógicamente, estos efectos de la contaminación -por plomo, pero también por otras sustancias- deberían considerarse un efecto negativo más de la expansión del parque automovilístico, o bien incorporarse en el precio de los combustibles. En cambio, es curioso que a menudo ocurra lo contrario. A título ilustrativo, el menor coste del gasóleo hace que aumente el número de vehículos con motor diesel, a pesar del impacto negativo que ejerce este combustible en la salud, tanto por sus efectos cancerígenos -ciertamente muy inferiores a los del tabaco- como por los problemas respiratorios y cardiovasculares que ocasiona.28 Sería conveniente, pues, incluir estos costes en el precio del gasóleo.

Otro ejemplo nos lo da la investigación dirigida por Jordi Sunyer y su equipo del IMIM (Instituto Municipal de Investigaciones Médicas de Barcelona).29 Estudiando a 95 niños sanos nacidos en Flix (Ribera de Ebro) entre 1997 y 1999, observaron que los que fueron alimentados con leche materna presentaban una concentración tres veces superior de hexaclorobenceno -un organoclorado- que los otros, pero también un mejor desarrollo neuroconductual. Esto es debido a que los nutrientes de la leche materna proporcionan beneficios, aunque al precio de ingerir también organoclorados. Pero el estudio revela que en esta zona, donde se encuentra la fábrica de Ercros Industrial (antes Erkimia), los niños presentan un desarrollo neuroconductual inferior a la media de Cataluña. Es preciso que se lleven a cabo estudios que determinen si esto se debe a los niveles de organoclorados o a otras causas -nivel socioeconómico, otras exposiciones ambientales. Aunque, en el caso de que se demostrara una relación con la actividad industrial, no solamente se tendría que actuar sobre los niveles de organoclorados, sino también introducir una valoración del coste económico, con el fin de no considerar exclusivamente los posibles beneficios de la instalación de fábricas, como la creación de puestos de trabajo directos, ingresos indirectos, etc.

El tema de la exposición a contaminantes como el plomo y sus efectos nos lleva al último punto por tratar: los desequilibrios socioeconómicos. El plomo causa muchos más perjuicios en las zonas donde viven personas con un poder adquisitivo bajo. Si bien es cierto que, una vez más, hay que pensar en otros posibles factores que incidan en el resultado. Pero parece que en la actualidad se tienen pruebas suficientes para constatar que lo que causa buena parte de estos problemas es la elevada presencia de este metal. Este hecho indicaría que los problemas ambientales tienen un impacto mucho más negativo en las clases sociales más bajas.

La relación entre nivel adquisitivo y salud o esperanza de vida está muy estudiada y las diferencias se producen tanto entre países, como en el interior de un mismo país.30 Los ciudadanos con menos ingresos están más expuestos a los agentes infecciosos y a los efectos de la contaminación, y tienen una cobertura sanitaria reducida, al igual que su acceso a medidas o exploraciones preventivas. También están más extendidos en estos grupos hábitos o problemas considerados factores de riesgo -tabaquismo, alcoholismo, obesidad, alimentación inadecuada, etc. La OMS manifestó en su informe anual de 1998 que la pobreza es la mayor causa de enfermedad y mortalidad prematura del mundo.

Un nivel socioeconómico bajo va unido a una mayor incidencia de los problemas ambientales, ya que, en las zonas industriales o con otras características que aumentan su exposición a estos problemas, el precio de las viviendas suele ser bajo. Una mayor exposición a la contaminación o a condiciones higiénicas no ideales parece, pues, una circunstancia inevitable para las capas de población que no pueden permitirse gastar más dinero para vivir en otros lugares.

Además, estos grupos también tienen muchos más problemas para tomar medidas que disminuyan esta exposición a factores de riesgo. El aumento de los problemas respiratorios en el mundo en desarrollo se reduciría de forma notable si las familias empezaran a usar cocinas y combustibles menos contaminantes. No se trata tanto de la contaminación del exterior, pues, sino de las propias casas a menudo mal ventiladas. Un estudio realizado con 55 familias de Kenya indicó que la exposición a las partículas PM10 era, en casos extremos, hasta 100 veces superior a los niveles recomendados por la EPA, la agencia ambiental de Estados Unidos. La transferencia de tecnología para sustituir cocinas o para dejar de utilizar básicamente carbón o madera afectaría positivamente a 2.000 millones de personas de todo el mundo.31

En el caso de la India, donde en el 80% de los hogares se utiliza este tipo de combustibles, la contaminación interior causa medio millón de muertes infantiles anuales. Las tres cuartas partes de las exposiciones a partículas contaminantes se dan en áreas rurales de países en desarrollo, y eso se traduce en 3 millones de muertos cada año en todo el mundo.32 Pero estas personas carecen de recursos para poner en práctica alternativas o para vivir en casas mejor ventiladas.

Conclusiones

Conseguir la reducción de los perjuicios que los cambios ambientales causan en la salud requiere, en primer lugar, que se sigan llevando a cabo investigaciones para establecer con la máxima certeza estos daños, pero también actuar, aunque solo se disponga de unas pocas pruebas o indicios lo bastante claros. Esto también supone introducir en los indicadores económicos los perjuicios que causan ciertos productos o actividades, con el fin de que el precio se aproxime al coste real que supone para la sociedad. Y, finalmente, es preciso reducir los desequilibrios que pueden impedir a la mayor parte de la humanidad acceder a estos beneficios, dado que sus medios no les permiten proveerse de otras fuentes o cambiar sus hábitos.

Todo esto resulta relativamente complejo, pero sin duda no imposible, por lo menos no en parte. Si hemos comenzado hablando de Dickens y de Tiempos difíciles, podemos acabar con referencias al Fausto de Goethe. Uno de los objetivos del protagonista es la construcción de un dique en el litoral para transformar la zona en un jardín . Las dificultades para llevar a cabo la gigantesca construcción y las consecuencias no previstas son, para algunos, una alerta de Goethe sobre los problemas generados por la Revolución Industrial y el crecimiento económico desmesurado. Pero Fausto cree que con los conocimientos humanos y el nivel tecnológico alcanzado se pueden superar todos los obstáculos, lo que se revela falso.

A menudo creemos que nuestro nivel tecnológico y económico permite llevar a cabo proyectos muy ambiciosos, pero cuando se trata de alcanzar otros objetivos, como mejorar la salud y reducir la mortalidad en todo el mundo surgen demasiadas voces que lo consideran una utopía, una operación que no puede tener éxito o que tendría un coste extremo. Tal vez sería éste el momento de poner en marcha el ideal fáustico, para quien casi todo es posible, e intentar avanzar, aunque no sea a gran velocidad, en proyectos probablemente mucho más necesarios que las grandes obras de ingeniería. Y hay que proceder sin olvidar que nuestras acciones pueden tener un impacto positivo o negativo a corto plazo, pero que las generaciones se suceden y, ante la vida de toda una especie, el período de vida de cada individuo pasa a ser insignificante. Como decían Hans C. Binswanger y Kirk R. Smith, precisamente en un artículo sobre el ,33 en el que recordaban la frase de Paracelso , reducir estas dosis de forma suficiente para proteger a los individuos puede no ser suficiente para proteger a la sociedad de forma indefinida.

Referencias

1 C. Dickens: "Tiempos difíciles", Cátedra, Madrid, 2000.
2 Dockery, D.W. et al, "The New England Journal of Medicine", 1993, 329: 1753-59
3 Samet, J.M. et al: "The New England Journal of Medicine", 2000, 343: 1742-49
4 La contaminación sería el factor causante de un 9% de las muertes infantiles en Estados Unidos, según un estudio de la Universidad de Basilea (Suiza) y la Harvard School of Public Health presentado el 23 de mayo de 2001 en la reunión anual de la American Thoracic Society en San Francisco.
5 McMichael, T. (2001): "Human frontiers, environments and disease. past patterns, uncertain futures", Cambridge University Press, p. 259
6 Technical Summary: Impacts, Adaptation and Vulnerability", www.ipcc.ch. Véase también McMichael, op. cit, pp. 283-317.
7 McMarthy, M.: "Uncertain impact of global warming on disease", "The Lancet", 14-4-2001, 357: 1183.
8 Lindgren, E. y Gustafson, R., "The Lancet", 7-7-01, 358: 16-18
9 Martens, P., "How Will Climate Change Affect Human Health?", "American Scientist", nov.-dic., 1999, 87: 534-541
10 Pascual, M., Rodó, X. et al.: "Cholera Dynamics and El Niño-Southern oscillation", "Science", 8-9-2000, 289: 1766-69
11 McMichael, op. cit., pp. 68-70
12 Estudio presentado el 19 de mayo de 1999 en la American Psychiatric Association. Citado en "Otago Daily Times. Online Edition", 20-5-99
13 Longnecker, M.P. et al, "The Lancet", 14-7-01, 358: 110-114
14 Braña, F.-J. (coord.) (1997): "Análisis económico de los estilos de vida: externalidades y coste social", Civitas, Madrid.
15 Ibid, p. 30
16 Le Monde", 28-7-01, p. 1
17 "El País", 27-7-01, p. 24
18 Barendregt, J. J. et al.: "The health care costs of smoking", "The New England Journal of Medicine", 1997, 337: 1052-57
19 Hutton, G.: "Cost-efectiveness of environment health interventions", www.who.int/environmental_information/Disburden/WSH00-10
20 Ibid, p. 74
21 No debe olvidarse que, en algunos casos, el aumento de cánceres de piel también puede deberse a la emigración de personas con una piel más sensible y, en consecuencia, no adaptada a lugares donde la radiación es más intensa.
22 Puede consultarse un estudio sobre la relación entre gradiente de radiación ultravioleta y esclerosis múltiple en McMichael, A.J. et al, "Epidemiology", 1997, 8: 642-645
23 Cifuentes, L. et al: "Hidden Health Benefits of Greenhouse Gas Mitigation", "Science", 17-8-01, 293: 1257-59
24 "The particulate-related health benefits of reducing power plant emissions", Clean Air Task Force, Boston, 2000, www.cleartheair.org
25 Mielke, H.W.: "Lead in the Inner Cities", "American Scientist", enero-febrero, 1999, 87: 62-73.
26 Thomas, V.M. et al, "Environmental Science & Technology", 1999, 33: 3942-48. Para consultar estudios referidos a Cataluña, también incluidos en este trabajo, véase, entre otros, Domingo, J.L. et al. Science of Total Environment", 1996, 184: 203-209 y "Environment International", 1995, 21: 821-825 y Rodamilans, M. et al, "Bulletin of Environmental Contamination Toxicology", 1996, 56: 717-721
27 "Rogan, W.J. et al, "The New England Journal of Medicine", 10-5-01, 344: 1421-26
28 Benkimoun, P., "Le Monde", 30-6-2001, p. 20. El informe completo está disponible en www.ineris.fr/recherches/diesel/diesel.1htm
29 "Avui", 2-6-2001, p. 32.
30 Un estudio muy completo al respecto se encuentra en Leon, D. y Walt, G. (eds.): "Poverty, inequality and health. An international perspective", Oxford University Press, 2001.
31 Ezzatti, M. y Kammen, D.M., "The Lancet", 25-8-2001, 358: 619-624
32 WHO, Press release/56, 14-9-2000
33 "Paracelsus and Goethe: founding fathers of environmental health", "Bulletin of World Health Organization", 2000, 78: 1162-64

Determinantes ambientales y salud

Maria Rosa Girbau y Katy Salas
Profesoras de la Escuela Universitaria de Enfermería de la Universidad de Barcelona

El estado del medio ambiente es un factor clave para el bienestar individual y colectivo. De hecho, muchos expertos defienden, tal como ha reconocido el Parlamento de Cataluña, que un medio ambiente digno es un derecho fundamental de los ciudadanos y las ciudadanas. En este artículo, las autoras explican los riesgos que afectan al medio y, por tanto, también a la salud humana.

Hasta la primera mitad del siglo pasado, el hombre ha vivido de espaldas a las consecuencias de su injerencia en el entorno y, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, no adquiere conciencia de las implicaciones que sus acciones tienen sobre el medio ambiente y sobre la salud individual y la colectividad.

Algunos acontecimientos como las bombas de Hiroshima y Nagasaki, la crisis del petróleo y el previsible agotamiento de otros minerales, la destrucción de la capa de ozono, la constatación del cambio climático, la peligrosidad de muchos productos naturales y sintéticos, desastres naturales imprevisibles, la nueva variante de la enfermedad de Creutzfeldt Jakob, etc., han puesto de manifiesto que la intervención indiscriminada del hombre sobre el medio ambiente se ha convertido en un bumerán que se ha vuelto contra sí mismo. En ese sentido, consideramos muy acertada la frase del ecólogo Ramon Margalef cuando dice: .

Ya hace años que el medio ambiente se considera un determinante de la salud humana, pero, hasta la década de los 70 no se presentaron diferentes modelos explicativos de las causas de la pérdida de salud de los habitantes de los países desarrollados; algunos de estos modelos destacan el componente holístico (Laframboise, 1974) como causa de la morbilidad-mortalidad, mientras que otros hacen referencia al modelo ecológico (Austin y Werner, 1973) y al del bienestar (Travis, 1977).

A partir de estas aportaciones se continuó avanzando en el conocimiento de la génesis de las enfermedades contemporáneas y fue el ministro de sanidad canadiense Marc Lalonde quien desarrolló los modelos propuestos con anterioridad y presentó en 1974 el informe sobre la salud de la población canadiense, conocido como en el que se describían como determinantes los factores genéticos, los factores ambientales, los estilos de vida y el sistema de sanidad. En los últimos años, se ha presentado nuevos esquemas de los determinantes de salud, clasificados en 5 niveles: determinantes biológicos, físicos y psíquicos, determinantes de los estilos de vida, determinantes ambientales y comunitarios, del ambiente físico, climático y de la contaminación ambiental; y, por último, los condicionantes de la estructura macrosocial, política y las percepciones poblacionales.

Por tanto, es evidente que el medio ambiente es un elemento de primer orden para el bienestar individual y colectivo, lo que exige una nueva consciencia medioambiental, fundamentada en la responsabilidad compartida, por lo que se ha de conseguir un cambio de actitud en la población, a partir del principio de solidaridad ambiental.

En este sentido, el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, argumentó en la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social en 1995 que y, por tanto, a su salud.

Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que el bienestar social y el económico son conceptos que progresan de forma paralela al desarrollo sostenible, aunque es muy evidente que la población no es sensible a los problemas ambientales hasta que se definen y se aceptan socialmente, lo que plantea influencias mediáticas en el reconocimiento del riesgo.

Si partimos de una concepción global del ser humano, la salud se entiende como un proceso de equilibrio o armonía entre las diferentes dimensiones que configuran a la persona y, entre ésta y su medio exterior. El ser humano es una pieza clave en el mantenimiento del equilibrio necesario y, por su parte, el ambiente físico, biológico y social desempeña un papel muy importante en las enfermedades contemporáneas (problemas cardiovasculares, respiratorios y digestivos, cánceres, alergias, enfermedad espongiforme, etc.), y se van generando nuevos problemas de salud pública.

A partir de estas consideraciones, se plantea la necesidad de implicar a los diferentes actores institucionales, sociales, políticos, económicos, profesionales, etc., ya que, en definitiva, son los que tienen la responsabilidad directa o indirecta de la salud de la población.

Antecedentes históricos

La referencia más antigua de la que tenemos constancia respecto al conocimiento de las relaciones entre los seres humanos y su medio data del siglo V antes de Cristo y se halla en el Tratado de los aires, de las aguas y de los lagos de Hipócrates (460-377 a.C.), que exponía que para conocer la salud y la enfermedad había que estudiar al hombre en su estado normal y en relación con el medio en el que vive, además de investigar las causas que han perturbado el equilibrio entre el hombre y el medio exterior y social. El pensamiento hipocrático se aplicó para interpretar las condiciones ambientales de la vida humana y se puede considerar, pues, una de las raíces más remotas de la ecología humana, junto con las obras naturalistas de Aristóteles.

Desgraciadamente, este enfoque ecológico no ha sido la orientación prevaleciente en las ciencias de la salud que, por diversas razones, han recibido una gran influencia de la tendencia fisiologista o del estudio del medio interno del ser humano, iniciada por los franceses en el siglo XIX, y que los avances logrados en el siglo XX en el campo del diagnóstico y de la terapéutica han reforzado, olvidando el papel del entorno físico, psíquico y social en la génesis de la salud/enfermedad del ser humano.

En 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que no se trata de forma explícita el medio ambiente, pero sí que es preciso destacar algunos de sus artículos, ya que evidencian una responsabilidad institucional y gubernamental en la protección del individuo.

El artículo 1 dice , lo que nos plantea el principio de solidaridad.
El artículo 3 dice , por lo que plantea el derecho a vivir con garantías.
El artículo 6 dice , entendido como el derecho a ser protegidos.

El artículo 21.1 dice , lo que supone que tenemos que participar activamente en las decisiones que pueden comprometer nuestra integridad.A partir de la segunda mitad del siglo XX, el movimiento ecologista, junto con la mayor sensibilidad para las cuestiones medioambientales, propiciaron que la ONU tomara iniciativas, y a partir de entonces se iniciaron una serie de conferencias internacionales de gran trascendencia. La primera cumbre a escala mundial, denominada , se celebró en Estocolmo en 1972, y tenía como objetivo evaluar los riesgos derivados de la contaminación sobre el medio humano; se establecieron las bases para llegar a acuerdos de alcance internacional sobre el medio ambiente, y surgió el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). En esta cumbre internacional, se pusieron de manifiesto las diferencias y las dificultades para llegar a consensuar acuerdos globales sobre los problemas que afectan tanto a los países ricos como a los pobres, que hoy en día todavía persisten. En esta cumbre se atribuye a Indira Gandhi la siguiente frase: .

Posteriormente, la Organización Mundial de la Salud (OMS), en la XXXª Asamblea Mundial de la Salud en la ciudad de Alma-Ata (1977) se acordó la elaboración de unos objetivos para conseguir la salud para todos en el 2000, entre los que se consideraba la conservación del medio ambiente. En 1984, desde la Oficina Regional Europea, se redactaron 38 objetivos, correspondientes a Europa, que se referían explícitamente a la creación de ambientes saludables (objetivos núm. 18 a 25)

Hasta la década de los 90, se llevaron a cabo otras conferencias a escala mundial, como la Conferencia Internacional de Promoción de la Salud (Ottawa, 1986), El Protocolo de Montreal (1987) para la protección de la capa de ozono, la Conferencia de Sundswall (Suecia, 1991), y algunas preparatorias de la Cumbre de Río de Janeiro de 1992, con el único objetivo de seguir avanzando en el conocimiento de los riesgos ambientales.

En la Cumbre de Río (1992), conocida como la Cumbre de la Tierra, se pretendía conseguir un equilibrio entre las necesidades sociales y económicas y las ambientales, y se elaboraron 3 documentos fundamentales:

La Agenda 21, considerada una declaración de principios a partir de un plan de acción mundial para promover el desarrollo sostenible.
El del Cambio Climático, con el objetivo de reducir los gases responsables del efecto invernadero.
El de la Diversidad Biológica, que exhortaba a los países a tomar medidas para la conservación de las especies vegetales y animales, con una serie de directrices para una ordenación más sostenible de los bosques.

En 1997 se celebró la Cumbre de la Tierra + 5 en Nueva York, con el objetivo de determinar y reconocer los objetivos conseguidos en la aplicación de los acuerdos concertados en Río.
En cuanto al Cambio Climático, se han celebrado varias cumbres: en Kyoto (Japón, 1997), La Haya (2000) y Bonn (2001) con resultados bastante decepcionantes.

También hay que destacar otras iniciativas de interés que han reforzado algunas propuestas presentadas en los diferentes foros internacionales, como los informes presentados por el Club de Roma en 1972, entre ellos el titulado Los límites del crecimiento, que se actualizó en 1992 con el título de Más allá de los límites del crecimiento. Asimismo, el informe Brundtland (1987), en el que se planteaba que , y establecía la relación entre desarrollo sostenible y sistemas económicos. Finalmente, a escala local contamos con el proyecto del Ayuntamiento de Barcelona, conocido como la Agenda 21 de Barcelona, en el que se pone de manifiesto el compromiso para afrontar los nuevos retos ambientales del siglo XXI y conseguir articular de forma sostenible el desarrollo social, urbanístico y económico de la ciudad con el medio ambiente.

Riesgos asociados al desarrollo insostenible

Las actividades realizadas por el hombre de forma egocentrista implican un riesgo potencial para la salud individual y de la comunidad, ya que el medio en el que nos desarrollamos tiene un comportamiento muy dinámico a partir de diferentes ciclos (carbono, nitrógeno, agua...). Además, es un medio complejo, ya que en él se produce un intercambio de energía y de materia y, al mismo tiempo, se establece una interrelación constante de elementos en los diferentes gradientes o niveles de la naturaleza y la intervención del ser humano puede romper el frágil equilibrio de nuestro medio y poner en peligro su integridad.

Por tanto, la posibilidad de que el hombre consiga vivir con salud depende de la capacidad de adaptación a las situaciones variables. Esta capacidad estará relacionada con las condiciones físicas, biológicas y sociales.

En general, podemos definir la contaminación como la alteración de las propiedades de un medio por incorporación -generalmente causada por la acción directa o indirecta del ser humano- de partículas, compuestos gaseosos, perturbaciones, materiales o radiaciones que introducen modificaciones en la estructura y la función de los ecosistemas afectados.

En el momento en que nos planteemos cuáles son los riesgos potenciales para la salud, deberemos tener en cuenta algunos factores estrechamente vinculados al grado de afectación, como:

  • Las características y el grado de solubilidad de las sustancias contaminantes
  • la cantidad de sustancia o del agente patógeno
  • el tiempo de exposición al riesgo
  • los mecanismos de acción o toxicodinámica
  • los mecanismos de defensa del órgano y/o tejido afectado
  • la vía de entrada y transformación posterior de la sustancia
  • las características inmunitarias del individuo y otras variables que lo pueden hacer más susceptible, como la edad, patologías previas, etc.

    Atmósfera:

La atmósfera es la capa gaseosa que rodea la Tierra y está formada por una mezcla de gases en proporciones variables en cada altura (troposfera, estratosfera, mesosfera y termosfera), y es la responsable de la temperatura.

La contaminación atmosférica es la degradación de la esfera de los gases por un incremento de los elementos que normalmente están presentes, o la presencia de sustancias y/o partículas que son ajenas a su composición normal, teniendo en cuenta que la contaminación del aire es un proceso que se inicia a partir de las emisiones de gases y/o partículas y que el ser humano ha estado expuesto a éstas desde el descubrimiento del fuego, aunque el desarrollo insostenible ha aumentado la cantidad y la calidad de los agentes contaminantes, y ha afectado a países tanto industrializados como en desarrollo.

La presencia de contaminantes en el aire atmosférico puede tener su origen en causas naturales como erupciones volcánicas, erosión de la tierra, tormentas de arena, terremotos, procesos de fermentación anaerobia, polinización de las plantas y/o en causas antrópicas y/o artificiales como el tráfico rodado, procesos industriales y centrales térmicas, calefacciones domésticas e industriales, incineración de residuos, pruebas nucleares, conflictos bélicos, etc.

Los diferentes elementos nocivos pueden ser incorporados por las personas a través de la vía pulmonar (por inhalación), cutánea (por contacto con la piel) y oral (por ingestión directa o indirecta):

Vía inhalatoria: pueden penetrar en el aparato respiratorio los gases, vapores y aerosoles o las partículas en suspensión. La absorción de las mismas viene determinada por el tamaño, la forma y los parámetros respiratorios del individuo que puedan limitar la penetración de los contaminantes a las vías respiratorias más profundas.
Vía dérmica: a través del órgano de la piel pueden penetrar muchas sustancias, como biocidas y disolventes orgánicos. Hay que tener en cuenta la integridad de la piel (su erosión facilita la absorción), la temperatura corporal y la circulación periférica (su aumento provoca más absorción).
Vía oral: no es la vía más frecuente de entrada de los contaminantes atmosféricos, pero sí de las sustancias presentes en las aguas de consumo.

La metabolización de estas sustancias se produce principalmente en el hígado, los riñones, los pulmones, la piel y el aparato gastrointestinal; las vías principales de eliminación son la orina y la bilis. En cuanto a las sustancias volátiles y gaseosas, la eliminación se lleva a cabo por medio del aire espirado.

Los efectos de la contaminación atmosférica son muchos y muy difícilmente cuantificables, de la misma manera que es difícil establecer una relación causal, pero cabe hacer hincapié en que es especialmente peligrosa para las personas con enfermedades pulmonares crónicas (enfisema, bronquitis, asma), para los ancianos y para la población infantil. Según la OMS, entre el 30 y el 40% de los casos de asma y entre el 20 y el 30% de los problemas respiratorios pueden estar relacionados con la contaminación atmosférica en determinadas poblaciones, y se considera una de las principales causas de reducción de la esperanza de vida en general y de la esperanza de vida sin incapacidad.

Algunos de los elementos más significativos por sus efectos en la salud son:

  • Monóxido de carbono (CO): insoluble en el agua de las mucosas del aparato respiratorio, lo que facilita su capacidad de penetración en las paredes alveolares; posee una gran afinidad con uno de los cuatro átomos de hierro de la molécula de hemoglobina (210/240 veces mayor que las moléculas de oxígeno), y se transforma en carboxihemoglobina, que interfiere en el correcto intercambio de gases en los vasos capilares, produciendo anoxia por falta de O2. Las manifestaciones clínicas son en forma de cefalalgias, vértigo, debilidad, náuseas y vómitos. Y en las formas de intoxicación grave pueden aparecer alteraciones cardíacas por isquemia miocárdica, que puede provocar angor e infarto, alteraciones neurológicas con obnubilación y coma, alteraciones cutáneas con palidez y cianosis, y disfunciones psicomotoras con alteraciones de la coordinación.
  • Óxidos de azufre (SOx): son hidrosolubles, lo que facilita que sean absorbidos en los primeros tramos del aparato respiratorio y provoquen irritación de las mucosas y broncoconstricción. Las manifestaciones clínicas pueden agravarse si, por efectos sinérgicos, interaccionan con otras partículas en suspensión en la atmósfera, pues se favorecería la penetración en los alvéolos. Produce una estimulación de los sentidos del gusto y del olfato.
  • Óxidos de nitrógeno (NOx): insolubles en el agua de las mucosas del aparato respiratorio; penetran en las paredes alveolares, donde se combinan con la hemoglobina (Hb) para transformarse en nitrosaminas con propiedades cancerígenas. Las manifestaciones clínicas son irritación de las mucosas, edema pulmonar, fibrosis pulmonar crónica y muerte por asfixia.
  • Ozono troposférico (O3): es un contaminante secundario formado por acción de las radiaciones ultravioletas sobre las moléculas de oxígeno, que por disociación se transforman en dos átomos reactivos que se combinan posteriormente con otras moléculas de oxígeno para formar una molécula de ozono. Es insoluble, lo que facilita la penetración en las vías respiratorias. Las manifestaciones clínicas son irritación de las mucosas, garganta seca, cefalalgias, fatiga, decaimiento, aumento de la frecuencia respiratoria, disminución de la función pulmonar, e incluso se relaciona con la disminución de la concentración intelectual.
  • Partículas sólidas: el grado de afectación estará en relación con su capacidad de penetrar en las cavidades pulmonares por su tamaño molecular y su afinidad con la humedad del aire. Pueden actuar como depósitos de partículas inertes en las paredes alveolares y dificultar así el intercambio de gases. También nos pueden afectar a partir de la ingesta de alimentos sometidos a la presencia de partículas que, por disposición seca, se incorporan a los vegetales.
  • Otros: como los fluoruros, el plomo, el mercurio, el cadmio o el amianto, que por su capacidad de volatilización podemos incorporar a través de la respiración y sufrir irritaciones de las mucosas y dificultades respiratorias. Algunos de ellos, como el amianto, son potencialmente cancerígenos.


En relación a los efectos sobre la atmósfera, cabe destacar la implicación del dióxido de carbono (CO2), los óxidos de nitrógeno (NOx), el metano (CH4), los clorofluorocarbonos (CFC) y el ozono (O3) en el efecto invernadero. Este fenómeno se define como el aumento de la temperatura por la presencia de gases en las capas atmosféricas que impiden que la radiación infrarroja (de longitud de onda larga) escape hacia el espacio exterior, lo que favorece el calentamiento de la atmósfera. Los efectos en la salud quedan condicionados por la evolución del aumento de la temperatura media del aire, con alteraciones de los ecosistemas y pérdida de biodiversidad y, por tanto, disponibilidad de recursos alimentarios, destrucción de hábitats naturales por la subida del nivel del mar, lo que favorece las migraciones humanas y el aumento de enfermedades transmitidas por vectores (malaria), por la elevación del grado de humedad. En la actualidad, se hacen predicciones en función de los diferentes escenarios posibles (población, radiación, humedad, precipitación, erosión, agricultura, bosques, mecanismos de absorción de las plantas y océanos, etc.) y valoran sus impactos.

La presencia de clorofluorocarbonos (CFC) en las capas atmosféricas provoca el agotamiento de la capa de ozono situada en la estratosfera y formada por O3. El adelgazamiento de esta capa se produce por la acción de los CFC, unos gases muy volátiles y químicamente estables utilizados en aparatos de refrigeración, de aire acondicionado, pesticidas, aerosoles, espumas, etc., y que al llegar a la estratosfera se descomponen por la acción de los rayos ultravioletas y liberan moléculas de cloro y bromuro que destruyen el ozono.

Este gas es vital para los seres vivos, ya que sirve de protección contra las radiaciones ultravioletas procedentes del Sol. La disminución del ozono estratosférico está relacionada con la aparición de melanomas, cataratas e inhibición del sistema inmunitario.

Otros efectos nocivos se deben a la lluvia ácida, que provoca una acidificación de los componentes del ecosistema; a la inversión térmica, que dificulta la circulación vertical de los contaminantes y, por tanto, su dispersión; y a la niebla fotoquímica que causa manifestaciones clínicas en forma de tos, irritación nasal y de garganta, broncoconstricción, alteración visual e incapacidad para la concentración.

También hay que tener en cuenta la vulnerabilidad de las plantas ante la contaminación atmosférica, pues provoca retrasos del crecimiento, coloración amarillenta de las hojas y muerte en situaciones extremas. En los animales puede conllevar disminución de la productividad, alteraciones de la fecundidad y muerte por envenenamiento al ingerir vegetales contaminados previamente. En cuanto a los efectos sobre los materiales, cabe destacar las consecuencias sociales de la pérdida de patrimonio arquitectónico y artístico, así como el coste de restauración y mantenimiento de las estructuras estropeadas.

Agua:

El agua es una sustancia indispensable para la vida. Los seres vivos estamos constituidos en gran parte por agua y es la sustancia más abundante del planeta, del que dos terceras partes son agua: un 97% de esta agua la podemos encontrar en forma líquida en los mares y océanos; un 2,25%, en estado sólido, en los casquetes polares, en los glaciares y en forma de nieve; y una pequeña cantidad se encuentra en la atmósfera en forma de vapor. Sólo un 0,75% es agua dulce, apta para el consumo humano si no está contaminada, que es la de los ríos, lagos y acuíferos subterráneos.

Un ser humano puede subsistir con 2,5 a 5 litros de agua al día. Ahora bien, en las sociedades industrializadas, si sumamos todos los usos, la demanda puede llegar a los 500 l por persona y día. Estas sociedades son también las más exigentes en lo que respecta a la calidad y su creciente demanda reduce cada vez más el tiempo transcurrido entre la eliminación del agua servida y su subsiguiente utilización. El problema es, pues, de calidad y de cantidad.

Históricamente, el agua ha desempeñado un papel muy importante en la salud de las sociedades. Un 80% de las enfermedades del mundo están directa o indirectamente relacionadas con el agua (por inundaciones, sequías, transmisión de epidemias como el cólera y otras enfermedades diarreicas, por ser el hábitat de insectos transmisores de enfermedades como el paludismo, el dengue, la fiebre del Valle del Rift, etc.).

Por el contrario, la introducción de la higiene personal, el saneamiento público y los avances de la microbiología han contribuido en gran medida a la mejora de la calidad de vida y a la salud de las poblaciones.
El agua es, por tanto, un bien precioso y escaso, de tal manera que en 1968 se proclamó en Estrasburgo la Carta Europea del Agua.

En el punto 1 se afirma que Y en el punto 12 se acaba concluyendo que

Fuentes de contaminación del agua

Entendemos por agua contaminada aquella que tiene incorporadas substancias ajenas a su composición natural y/o microorganismos que pueden suponer un riesgo para la población. En este caso, no pueden ser utilizadas para beber, cocinar, regar cultivos ni en la industria alimentaria.

  • Contaminación de origen urbano: es fruto de todas las actividades de la población, que la utiliza fundamentalmente para uso doméstico y comercial, en las pequeñas industrias, en los equipamientos públicos y en los servicios de la vía pública. Por tanto, estas aguas residuales pueden tener una carga biológica o química.
  • Contaminación de origen industrial: dada la gran variedad de los diferentes procesos industriales, las aguas pueden contener carga de origen químico (metales pesados, compuestos diversos...), físico (aumento de la temperatura, radiactividad...) y microbiológico (bacterias, virus, hongos...). A pesar de las leyes de protección ambiental, los vertidos de origen industrial aún suponen un riesgo importante para ríos y lagos o para el mar y, en consecuencia, para la salud humana.
  • Contaminación de origen agrícola: el fuerte incremento del uso de fertilizantes químicos, para aumentar el rendimiento de los cultivos, así como de biocidas de todo tipo, para evitar las plagas y las enfermedades de las plantas ha provocado un grave incremento de la contaminación de las aguas de escorrentía y en las que se filtran.
  • Contaminación de origen ganadero: los purines generados en las explotaciones ganaderas intensivas actuales son un verdadero problema a la hora de eliminarlos por su alto contenido en compuestos nitrogenados, entre otros, así como por su carga microbiológica.
  • Contaminación marina: teniendo en cuenta que las costas están altamente urbanizadas e industrializadas, los vertidos de estas aguas residuales son la principal fuente constante de contaminación de las aguas marinas, pero no la única. El transporte marítimo de pasajeros y de mercaderías es la otra fuente, que ha sido en demasiadas ocasiones el origen de graves catástrofes ecológicas, como los vertidos de petróleo y de otras substancias peligrosas al mar, por accidente o como residuo de la limpieza de los tanques de petroleros en alta mar que, naturalmente, está prohibida.

Tipos de contaminantes

Los contaminantes presentes en el agua pueden ser biológicos, químicos y físicos.
Contaminantes biológicos: son agentes microbiológicos capaces de causar enfermedades infecciosas en el hombre y en los animales. Podemos clasificarlos en:

  • Bacterias: como por ejemplo el Vibrio Cholerae, causante del cólera, enfermedad infecciosa aguda caracterizada por vómitos, evacuaciones líquidas parecidas al agua de arroz, acidosis y calambres musculares. La Salmonella Typhi, causante de la fiebre tifoidea, que cursa con la aparición brusca de fiebre, astenia, exantema en tórax y abdomen, hepatoesplenomegalia, diarrea, y puede producir alteraciones en la consciencia, así como otras salmonelosis, etc.
  • Virus: como por ejemplo el de la hepatitis A, infección de transmisión orofecal, con incubación de 15 a 60 días, que produce fiebre, síntomas de malestar y digestivos inespecíficos e ictericia. Es endémica en la cuenca mediterránea. Enterovirus: producen alteraciones digestivas. Adenovirus: producen afecciones adenoideas y amigdalares. Reovirus: pueden producir alteraciones intestinales y/o respiratorias.
  • Parásitos: como por ejemplo las amebiasis diversas, que pueden provocar un síndrome disentérico y, posteriormente, extenderse y afectar a varias vísceras tales como el hígado, el pulmón, los riñones, el cerebro, etc., y provocan abscesos amébicos. Helmintiasis (por gusanos intestinales) pueden estar en diferentes fases de su ciclo (huevo, larva, adulto, etc.).
  • Hongos: se reproducen por esporas y algunos pueden ser patógenos para el hombre y los animales. Viven en lugares húmedos como por ejemplo las orillas de las piscinas públicas o el suelo de las duchas públicas (pie de atleta).

Contaminantes químicos: son elementos o compuestos químicos presentes en el agua, de diversos orígenes, que pueden ser tóxicos para los humanos, los animales y la flora acuática. La ingestión de agua contaminada no es la única vía de contacto; también puede incorporarse a través de la piel y/o de las mucosas, sobre todo si no están íntegras (heridas, cortes, erosiones...), y por inhalación de vapores o aerosoles.

Las repercusiones para la salud de una determinada sustancia química dependerán de: la forma química, la concentración, la vía por la que entra en contacto con el hombre, las transformaciones sufridas, ya sea por reacción con otras sustancias o por procesos de acumulación en la cadena alimentaria, y la susceptibilidad individual o del grupo.

Los contaminantes más frecuentes son:

Nitratos: la concentración en aguas superficiales suele ser inferior a los 5 mg/l. En aguas subterráneas, puede encontrarse en concentraciones mucho más elevadas. El consumo directo o de preparados alimentarios para lactantes (biberones) a base de aguas con concentraciones elevadas de nitratos puede causar metahemoglobinemia (cianosis por hipoxia).

Fluoruros: Son sales utilizadas en síntesis químicas de muchos procesos industriales que están contenidas en muchos insecticidas, antiparasitarios y rodenticidas. Si bien se consideran esenciales para la prevención de las caries, en altas concentraciones pueden ocasionar fluorosis, que se caracteriza por una pérdida de peso, fragilidad ósea, anuria, astenia, malestar general, rigidez de las articulaciones y decoloración de los dientes en fase de formación.

Mercurio, plomo, cadmio, níquel y otros metales: son altamente tóxicos y en general se acumulan. La enfermedad de Minamata (bahía de Japón) es un cuadro tóxico grave, complejo, con trastornos nerviosos y psíquicos que se debe a la ingestión de mercurio contenido en el mar y/o aguas contaminadas por vertidos de industrias de cloruro de vinilo. El saturnismo es una intoxicación aguda o crónica producida por el plomo o por sus sales, que puede ser muy grave. Podemos encontrar cadmio en el agua por vertidos industriales o a causa de las tuberías de plástico o metal.

Arsénico: la terapéutica arsenical tiene más de 3.000 años, pero también es un veneno muy conocido (es una cuestión de dosis), altamente tóxico, que provoca vómitos, diarrea, degeneración grasa del hígado y debilidad en las extremidades hasta la parálisis.

Selenio: determinadas sales de selenio como el sulfuro de selenio se utilizan como antimicótico tópico en el tratamiento de la tiña, como queratolítico en afecciones del cuero cabelludo (dermatitis seborreica y caspa). A dosis muy elevadas es muy tóxico.

Compuestos organoclorados: son compuestos presentes en los insecticidas y plaguicidas. Los más conocidos son los DDT, el aldrín y el endosulfán. Son liposolubles y tienden a acumularse. Se ha encontrado DDT en la capa de grasa de los pingüinos de la Antártida.

Hidrocarburos: Se han encontrado numerosos hidrocarburos, particularmente benzopireno (potencialmente cancerígeno), en aguas marinas. En aguas dulces la solubilidad es baja, pero puede aumentar en presencia de detergentes aniónicos (tensioactivos). Éstos producen espuma en los ríos y en los tramos turbulentos, y entorpecen los procesos de tratamiento de las aguas residuales y la autodepuración de las corrientes. Desde 1960, los detergentes han de ser biodegradables obligatoriamente.

Contaminación física: la temperatura del agua varía según las estaciones del año, pero si la utilizamos como refrigerante (en centrales térmicas y nucleares) el aumento de la temperatura supone aumentarle la solubilidad y alterar los procesos que allí se desarrollan (en el punto abierto de las torres de refrigeración es donde pueden crecer colonias de legionela, ya que necesitan cierta temperatura).

La radiactividad puede llegar al agua de forma natural (elementos radiactivos de la litosfera), pero sobre todo por la actividad radiactiva que ha desarrollado el hombre.

Tratamiento de las aguas residuales

El gran crecimiento demográfico, la industrialización y la intensificación de la ganadería y la agricultura experimentados en el siglo XX ha sobrepasado con creces la capacidad de autodepuración de las aguas, por lo que tenemos que recurrir a depurarla artificialmente. Hay dos técnicas de depuración del agua, que se realizan en las EDAR (estación de depuración de aguas residuales): la fisicoquímica y/o la biológica.

La fisicoquímica consiste esquemáticamente en: un primer filtrado de sólidos gruesos, un segundo filtrado de materias más pequeñas, un proceso de floculación (con sulfato ferroso o cloruro de alúmina), uno de sedimentación y, finalmente, uno de filtración con lecho de arena y se vierte nuevamente en el río o el mar a través de un emisario submarino a unos kilómetros de la costa.

En el caso de las estaciones de tratamiento de aguas potables (ETAP), después de la filtración, se realiza una precloración para rebajar la carga microbiológica y, en la fase final, el lecho de arena puede ser sustituido por un lecho de carbón activo (con gran poder de absorción) y también se puede llevar a cabo un proceso de oxidación con ozono y la cloración final que la hace apta para su distribución a la red.

La biológica se basa en imitar la autodepuración natural. Básicamente consiste en un filtrado: se pasa el agua a unos embalses en los que hay lodos activos (que contienen bacterias capaces de degradar la materia orgánica) y unos separadores de grasa; después se somete a un proceso de sedimentación y, finalmente, a uno de decantación.

Residuos

Los residuos constituyen un reservorio de microorganismos potencialmente peligrosos y susceptibles de infectar a la población en general, teniendo en cuenta que el suelo tiene una posición clave en el intercambio de materia y energía y que actúa como receptor activo de todos los componentes del aire y del agua.

El ser humano es un factor importante en la alteración de la dinámica del suelo, a partir de la incorporación de residuos vertidos al medio de forma incontrolada como consecuencia del modelo consumista, por el cual ha optado nuestra sociedad, erróneamente considerado el producto de las sociedades del bienestar.

Son muchas las causas del incremento de residuos, lo que convierte el planeta en un gran vertedero, fenómeno preocupante y peligroso porque la eliminación, la transformación y la recuperación de los residuos puede comprometer la calidad de vida de la población e hipotecar el deseado desarrollo sostenible.

Desde este punto de vista, hay que conocer las principales causas del aumento de los residuos urbanos para así intentar modificar las actitudes consumistas, reducir su volumen en origen y fomentar la reutilización, el reciclaje y la valorización de los mismos. Algunas de estas causas son:

  • Las necesidades higienicosanitarias que han provocado un aumento espectacular en el uso de envases y embalajes para evitar el riesgo de contaminación debida a una manipulación y almacenamiento incorrectos.
  • El cambio de hábitos alimentarios, con un incremento del consumo de comida rápida y precocinada.
  • El crecimiento urbano por migración del ámbito rural, acompañado de las demandas de servicios y aumento del consumo.
  • La sociedad consumista, que incorpora prácticas de con el incremento de papel, cristal, plásticos, latas, PVC, etc.

Hoy en día todavía mueren cada año cinco millones de personas a causa de enfermedades relacionadas con los residuos y mil millones de personas no disponen de servicios de recogida de basuras. Esto es especialmente grave en los países en desarrollo y hace que la población sea vulnerable a diferentes microorganismos patógenos a través de la cadena alimentaria o por contacto directo.

Algunas de las enfermedades que pueden contraer los seres humanos son: helmintiasis, salmonelosis, anquilostomiasis, carbunco o ántrax, leptospirosis, tétanos, micosis oportunistas, toxoplasmosis, etc.

Los tipos de residuos generados por las actividades de las personas son varios: urbanos y municipales, industriales, radiactivos, hospitalarios, etc., y su riesgo está relacionado con sus características y con los procesos de transformación. No obstante, desde el punto de vista de la salud pública, hay que prestar atención a las vías de eliminación con el fin de garantizar la total inocuidad de la recogida, el transporte y la eliminación final.

La recogida selectiva
(cristal, papel, plásticos, latas, briks, orgánicos, medicamentos, pilas, fluorescentes, aceites, electrodomésticos) es la vía de recuperación más plausible, ya que disminuye el volumen de residuos municipales, el consumo de energía, agua y materias primas, la emisión de gases, el consumo de abonos químicos, reduce la presión sobre los vertederos y la incineración, evita la presencia de vectores y reservorios (roedores, pulgas, artrópodos), y aporta beneficios sociales para la creación de puestos de trabajo en la industria del reciclaje.

En cuanto a las diferentes alternativas en la eliminación de los residuos, tenemos:

  • Los vertederos controlados: presentan varias dificultades, como encontrar nuevos espacios para su ubicación a precios asequibles que geológicamente sean adecuados y bien aceptados por la vecindad.
  • La incineración es una forma de eliminación parcial, no exenta de riesgos para la salud pública, que emite a la atmósfera sustancias potencialmente cancerígenas como las dioxinas. Una fracción importante de los residuos hospitalarios contiene cloro, elemento que no se destruye y que forma ácido clorhídrico y puede contaminar la atmósfera.
  • Confinamiento en cuevas y piscinas: los residuos radiactivos, especialmente los generados por las centrales nucleares, son gestionados por la empresa ENRESA. Los riesgos de esta técnica de eliminación son difíciles de valorar, ya que se desconocen con exactitud las afectaciones a largo plazo, puesto que se trata de partículas con una vida media muy larga.

El ruido como contaminante:

El sonido es la sensación que percibe el aparato auditivo de los animales debida al movimiento perturbador de la presión y de la densidad del medio material que nos rodea (gaseoso, líquido y/o sólido), provocado por una vibración que se propaga en forma de onda sonora.
Hay dos características del sonido que nos interesan especialmente:

1. La intensidad sería la medida de la fuerza de la vibración o presión acústica y de la alteración que produce en el aire. Se mide con una unidad apropiada que es el dB (decibelio). La escala de medición es logarítmica, no aritmética, lo que quiere decir que un aumento de 3 dB equivale a doblar la intensidad sonora que percibimos. La legislación española señala como nivel máximo permisible los 85 dB para 8 horas de trabajo, y en los casos en que se superen se deberán adoptar medidas para disminuirlo.
El umbral de la audición humana (para un individuo joven) es a partir del 0, y el umbral de dolor está en los 125 dB.

2. La frecuencia es el número de vibraciones o ciclos que se producen por segundo. Es lo que denominamos tono: va desde las frecuencias bajas que corresponden a los tonos graves hasta las altas frecuencias de los agudos. Se miden en Hz (hercios). El oído humano (del individuo joven medio) oye sonidos graves desde los 20 Hz (por debajo de estos existen los infrasonidos) hasta sonidos agudos de 20.000Hz (per encima de estos existen los ultrasonidos).

El sonido es una de las principales formas de comunicación entre los animales y, por tanto, entre los seres humanos. Sin embargo, se convierte en ruido cuando lo percibimos como una sensación de molestia, que produce irritación, rechazo o incluso dolor. Esta percepción desagradable puede ser subjetiva, individual o cultural, y objetiva, entendida como la alteración de la fisiología y del comportamiento, observable y/o medible.

Desde el punto de vista de la salud pública, la exposición continuada al ruido, tanto en el trabajo como fuera de él, ha ido adquiriendo tanta importancia que, en 1974, se convocó en Washington un Congreso Internacional sobre el Ruido como Problema de Salud Pública. Dos años antes, en 1972, en la Cumbre de Medio Ambiente convocada por las Naciones Unidas en Estocolmo, fue reconocido como contaminante de primera magnitud. La OMS estima que hay 120 millones de personas en el mundo que tienen dificultades auditivas invalidantes.

El ruido forma parte de la mayoría de las actividades de la vida urbana actual y pretérita. En la Roma clásica, así como más tarde en las ciudades medievales, existían normas que regulaban el tránsito de carruajes y actividades laborales que producían molestias a los ciudadanos.

Con la industrialización, las fuentes de contaminación acústica han aumentado en cantidad y variedad. Las principales son: el transporte de personas y mercancías, tanto en los países desarrollados como en las grandes ciudades de los países en desarrollo (coches, motos, autobuses, autocares, camiones, trenes convencionales y de alta velocidad, aviones), la industria (maquinaria en funcionamiento), el sector de la construcción y las obras públicas, las instalaciones de ocio (bares, discotecas, restaurantes al aire libre, etc.), los ruidos en el hogar (electrodomésticos, radio, TV, cadenas de música, aire acondicionado, ascensores, etc.) y en las oficinas (impresoras, fotocopiadoras, máquinas de bebidas, etc.).

Efectos perniciosos del ruido:

El ruido no sólo es una molestia, sino un riesgo para la salud. Sus efectos podríamos dividirlos en:

a) efectos específicos sobre el aparato auditivo
b) efectos sobre la fisiología o funcionamiento del resto del organismo
c) efectos sobre el comportamiento y las actividades.
a)

  • La exposición continuada (8 horas de trabajo) a ruidos superiores a los 85 - 90 dB constituye un riesgo importante de sordera profesional, en general bilateral e irreversible, en las bandas de frecuencia de estos ruidos.

  • La exposición ocasional a ruidos de diversas frecuencias y de alta intensidad (95-100 dB), como la música de discoteca, produce lo que se denomina fatiga auditiva. Provoca una pérdida de la capacidad auditiva temporal. El tiempo de recuperación es directamente proporcional al tiempo de exposición.

  • La exposición a un ruido repentino o de impacto de corta duración (disparo de pistola, petardo, golpe de martillo, explosión de una bomba, explosión de una bombona de butano, etc.), si es bastante intenso, y si el individuo afectado está cerca de la fuente, puede llegar a producir un trauma acústico con sordera total por afectación de los mecanismos de percepción de la vibración y de transmisión del impulso nervioso, más o menos reversible.


b) La exposición continuada al ruido puede originar en el sistema cardiocirculatorio hipertensión arterial o cardiopatía isquémica. En el aparato respiratorio puede producir apnea, cuando el ruido es repentino, o taquipnea (aumento de la frecuencia respiratoria) cuando es continuo. Sobre el aparato digestivo, las manifestaciones pueden ser: disminución de la secreción salival, vulnerabilidad a las úlceras gástricas, disminución del peristaltismo intestinal, digestiones más lentas y pesadas, náuseas e incluso vómitos. En el sistema endocrino, puede aumentar la secreción de cortisona y de adrenalina. Ésta tiene un interés especial en las embarazadas, ya que podría ocasionar una disminución de la irrigación uteroplacentaria, con incremento de la frecuencia cardíaca del feto. También se ha descrito la posibilidad de un aumento de la glucemia.
En lo referente al sistema nervioso central, el ruido puede afectar al sueño a través de estados de insomnio, ansiedad, irritabilidad y disminución de la capacidad de concentración.

También se han observado:

  • alteraciones visuales por disminución del campo visual y dificultades en la distinción de los colores y disminución de la visión nocturna, que pueden representar un riesgo en la conducción de automóviles;
  • alteraciones del equilibrio por síndrome vertiginoso;
  • aumento de la tensión muscular;
  • incremento de la sensibilidad cutánea.


c) En cuanto al comportamiento y a las actividades, es evidente que un ambiente ruidoso dificulta la comunicación interpersonal oral. El individuo se manifiesta más nervioso y más agresivo, presenta signos de fatiga y de labilidad emocional. El ruido de fondo dificulta la capacidad de concentración y el aprendizaje. En el trabajo, aumenta el riesgo de cometer errores y, por tanto, puede aumentar la accidentalidad.
Hay que insistir en el hecho de que la variabilidad individual y cultural condiciona la percepción del sonido como ruido y los efectos en la salud.

Medidas preventivas:

Podemos adoptar diferentes tipos de medidas:

  • Desde el punto de vista técnico: aislamiento de la fuente (en el caso de la maquinaria, se aísla en cabinas, se coloca sobre soportes amortiguadores de las vibraciones, se separa con mamparas, etc.); protección de las personas (con cascos, auriculares o tapones); locales (tanto en lugares de trabajo como en edificios de viviendas, construirlos con materiales aislantes y utilizar alfombras, cortinajes, tapicerías, etc. como elementos amortiguadores y no sólo decorativos).
  • Desde el punto de vista legislativo: elaboración de normativas de ámbito estatal, autonómico y de los ayuntamientos sobre el ruido generado por las diversas fuentes.
  • El marco educativo es quizá la medida más eficaz para evitar los ruidos innecesarios en su origen. Si educamos a los individuos para que sean respetuosos con el medio ambiente, saldremos todos beneficiados. El comportamiento de una sociedad es la suma de los comportamientos individuales.

Sin embargo, creemos que la mejor estrategia, si queremos continuar gozando de estos bienes preciosos, sería incorporar en la sociedad nuevos valores de consumo y desarrollar actitudes más respetuosas con el medio, ya que, como decía Einstein, . o

Bibliografía

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  • TÁBARA D. La percepció dels problemes del medi ambient. Barcelona: Beta editorial-Generalitat de Catalunya, 1996

Influencia del medio ambiente en las relaciones entre alimentación y salud

Abel Mariné Font y M. Carmen Vidal Carou
Departamento de Nutrición y Bromatología. Universidad de Barcelona


Los alimentos constituyen un eslabón más en la cadena medioambiental y, por lo tanto, están sometidos a los efectos negativos de la contaminación. Claro está que también existen interacciones positivas, pero, hoy por hoy, lo que preocupa a los consumidores es la seguridad y la inocuidad de los alimentos que ingieren. Los autores describen los principales contaminantes, introducen el concepto de equilibrio entre riesgo y beneficio y aseguran que, en general, los alimentos que ingerimos son razonablemente seguros.

1. Introducción

Si hago caso de todos, la solución sería no comer nada y eso seguro que no es bueno.
(J. Mª Espinàs)

El medio ambiente influye inevitablemente en la alimentación, en muchos casos de forma positiva, pero también en muchos otros de forma negativa. Además de afectar directamente a la disponibilidad de los alimentos, esta influencia puede tener también repercusiones culturales respecto a la elección de los alimentos; nutricionales, como, por ejemplo, posibles déficits asociados a una determinada área geográfica; así como de tipo toxicológico por la eventual presencia de contaminantes o, más ampliamente, de xenobióticos en los alimentos.1 Pese a que es innegable que el medio ambiente es el principal suministrador de xenobióticos a los alimentos, cabe no olvidar que, de forma natural, algunos de ellos, sobre todo los vegetales, contienen microcomponentes que, en dosis relativamente elevadas y/o en ciertas condiciones, pueden ocasionar efectos indeseables que pueden, incluso, llegar a ser tóxicos para el consumidor.

Cuando se plantea la relación entre alimentos y medio ambiente, inmediatamente se piensa sólo en los efectos negativos. Ciertamente, la contaminación del medio ambiente constituye en la actualidad un problema importante, que requiere actuaciones específicas, y el hecho de que los alimentos conformen, a fin de cuentas, un eslabón más de la cadena medioambiental hace que no puedan aislarse de esta contaminación. No obstante, sería injusto no reconocer que la influencia medioambiental en nuestra alimentación es mucho más compleja y no sólo tiene connotaciones negativas, sino que, en muchos casos, también se dan interacciones positivas.

Cuando se evalúa un alimento, no sólo se tienen en cuenta su valor nutritivo y sus cualidades sensoriales u organolépticas,2 sino que por encima de todo debe garantizarse su seguridad o, lo que es lo mismo, su inocuidad. De hecho, la seguridad ha sido siempre una condición estrechamente relacionada con los alimentos, en el sentido de que, para ser considerados como tales, no deben producir ningún tipo de efecto negativo en el consumidor (siempre que, claro está, se trate de un consumo racional).

Actualmente, las sociedades desarrolladas manifiestan una gran preocupación por la salud y, en esta línea, una vez reconocidas las múltiples relaciones existentes entre alimentación y salud, se viven con interés y en ocasiones hasta con una cierta angustia, las cuestiones que afectan con mayor o menor fiabilidad a la seguridad de los alimentos. Es evidente que no podemos sentarnos ante un plato de comida pensando todo lo que podría contener y lo que podría ser perjudicial para nuestra salud. Del mismo modo que no tiene sentido planear cada comida con una calculadora con el fin de asegurarnos de que la combinación de productos escogida cubre todas las necesidades nutritivas. Seguramente, la probabilidad de sufrir las nefastas consecuencias psicológicas que entraña este tipo de conducta es mayor que el riesgo que dicha conducta pretende evitar. En realidad, tal como apuntan Bello et al. (2000), «la inquietud por la seguridad de lo que se consume ha acompañado al hombre desde sus primeros pasos sobre el planeta. Así, a lo largo de su historia, el ser humano ha ido seleccionando las materias primas alimentarias que le proporcionaban un bienestar saludable y ha ido desdeñando las que le provocaban efectos indeseables.» Desde esta perspectiva, puede entenderse que todo lo nuevo en alimentación suscite sospechas y recelos, mientras que, en contrapartida, lo , lo clásico y artesano, inspira más confianza. Los consumidores interpretan que, frente a la seguridad tradicional, nos hallamos ahora ante la incertidumbre de los posibles riesgos derivados de la aplicación de tecnologías destinadas a mejorar las producciones animales y vegetales. No obstante, conviene recordar que la producción de alimentos no puede aislarse de la existencia de una contaminación ambiental nada menospreciable.

Bello et al. (2000) señalan que aún no se ha dado una definición concreta y satisfactoria del concepto de contaminante alimentario, cuyo significado varía de país a país. En el presente artículo veremos que el concepto de contaminante comprende múltiples posibilidades no sólo referentes a la estructura o naturaleza química, sino también al origen, las vías de contaminación, el grado de que entraña para el ser humano, etc.

2. Influencias del entorno medioambiental en la alimentación.

Las relaciones entre medio ambiente y alimentación pueden abordarse desde distintos puntos de vista:
a) el medio ambiente influye en la selección de alimentos;
b) el medio ambiente determina el tipo de alimentos disponibles en una determinada área geográfica, lo cual condiciona notablemente los hábitos alimentarios;
c) el medio ambiente puede afectar a la composición nutritiva de los alimentos (en especial a los micronutrientes);3
d) el medio ambiente puede constituir una fuente de contaminación directa o indirecta de los alimentos.

La climatología, temperatura, insolación, humedad ambiental, etc. influyen de manera notable en el tipo de alimentos de que se dispone para componer la dieta o ración. No es necesario remitirse a países lejanos, sino que este efecto puede apreciarse incluso en España, donde las peculiaridades dietéticas del norte y del sur responden a las respectivas condiciones medioambientales. Un reflejo de esta cuestión es el hecho de que, por ejemplo, en el sur se consuman más verduras y hortalizas que en el norte. Es más, dentro de una misma zona geográfica pueden darse diferencias más que notables en los usos alimentarios en función de si se trata de áreas urbanas o rurales. Y si la climatología y el medio ambiente en general son importantes a la hora de elegir los alimentos, también lo son, tal vez incluso más, en cuanto al tipo de alimentos que se producen en cada zona geográfica.

El medio ambiente influye en la disponibilidad tanto cualitativa como cuantitativa de los alimentos; es decir, influye en el tipo y en la cantidad de alimentos que se pueden consumir (alimentos disponibles). Esta influencia puede apreciarse tanto en los alimentos propios de cada área geográfica, como en el tipo de técnicas de conservación que se aplican. Por ejemplo, en función de la facilidad o dificultad de acceso al mar o a los ríos, la alimentación puede ser más o menos rica en pescado y otros productos marinos. Del mismo modo, no será igual la alimentación básica de las poblaciones en las que crecen con facilidad los cereales que la de las zonas más frías, donde no es propio este tipo de cultivo. Son muchas las cuestiones agronómicas que influyen en la producción vegetal: el tipo de terreno, la altitud y la latitud, la climatología (pluviosidad, temperatura, grado de insolación, etc.). Todo esto puede determinar que crezcan o no ciertas especies y variedades vegetales. Es posible que haya quien piense que todo esto podía tener trascendencia en el pasado, pero que hoy en día está totalmente superado, dada la facilidad de intercambiar productos entre los distintos países. Y, ciertamente, en buena parte se trata de un apunte preciso, si bien las características de la alimentación marcada por el entorno medioambiental están en muchos casos vinculadas a aspectos culturales e idiosincrásicos de cada zona. Por otro lado, el hecho de que incluso en una misma área geográfica puedan cambiar las condiciones medioambientales de una cosecha a la siguiente permite hacerse una idea de la complejidad de estas influencias y hace que resulte prácticamente imposible obtener siempre productos idénticos, en particular por lo que respecta a microcomponentes de interés nutricional (vitaminas y algunas sales minerales) o sensorial u organoléptico (componentes de la fracción sapidoaromática). El entorno medioambiental influye directamente en el tipo y la extensión de los cultivos que pueden desarrollarse, pero también lo hace la producción animal, directa o indirectamente.

Para explicar el efecto de las condiciones medioambientales en los métodos de conservación de alimentos hay que remontarse al origen histórico de su utilización. Es sabido que, en los países cálidos y secos, la desecación era la técnica de conservación empleada desde la antigüedad, mientras que, en las zonas marítimas, se utilizaba la salazón y, en las zonas frías y gélidas, la refrigeración y la congelación. El desarrollo tecnológico amplió las posibilidades de conservación, en especial a partir del descubrimiento, en el siglo XIX, de los métodos por aplicación de calor, pero, sobre todo, desde que a principios del siglo XX se empezó a el frío, si bien aún persiste como trasfondo cultural la tendencia a utilizar preferentemente alguna de las técnicas clásicas de las regiones favorecidas por el entorno geográfico y las condiciones medioambientales, por ejemplo: el ahumado en el norte y en el centro de Europa.

Es evidente que tanto las preferencias como la disponibilidad de alimentos condicionan los hábitos alimentarios y que estos son, lógicamente, cruciales para el estado nutricional de los individuos y las poblaciones. De unos hábitos dietéticos correctos puede depender el estado de salud y el bienestar de una persona. Si hoy tuviéramos que elegir cuál de los dos factores señalados afecta más al estado nutritivo, sin duda tendríamos que destacar las preferencias. En efecto, la disponibilidad de los alimentos puede caracterizar un modelo alimentario por oposición a otro, pero ello no implica necesariamente una comparación negativa. Es decir, los modelos pueden ser diferentes, pero todos correctos. La argumentación para este axioma es tan simple como reconocer que, de no ser así, no habríamos llegado a nuestros días. Es decir, las personas se adaptan a su entorno ambiental y, seleccionando y combinando adecuadamente los productos que éste le otorga, pueden lograr una alimentación esencialmente correcta. No obstante, establecida la regla, cabe contemplar también las excepciones; es decir, aquellos casos en los que realmente una disponibilidad insuficiente de alimentos condiciona negativamente el estado nutritivo de individuos y poblaciones.

Tal vez uno de los casos más célebres es la deficiencia de yodo que pueden padecer ciertas poblaciones ancladas en zonas montañosas alejadas del mar, fuente natural y dietética (pescado y marisco) más importante de yodo. En estas poblaciones se dan con mayor frecuencia de la habitual problemas de bocio endémico.4 Al escaso consumo de pescado cabe sumar el consumo relativamente elevado de ciertos vegetales (también bajos en yodo para ser cultivados en suelos pobres en este elemento), como leguminosas o crucíferas (coles y similares), que tienen, además, un cierto efecto bociógeno porque contienen microcomponentes que impiden o dificultan la captación de yodo por el tiroides.

La disponibilidad de ciertos alimentos es uno de los pilares en los que se sustenta la llamada , que en realidad no es una única dieta, sino mucho más: todo un estilo de vida. Las condiciones medioambientales del área mediterránea permiten el cultivo de numerosos vegetales, entre los que destacan el olivo (símbolo del Mediterráneo) y la vid. La disponibilidad de aceite de oliva en el área mediterránea ha sido y sigue siendo (pese al efecto que tienen las corrientes globalizadoras sobre la dieta) un efecto determinante para que la población de esta zona consuma menos grasas de origen animal que sus vecinos del centro y norte de Europa. El hecho de que en la zona del Mediterráneo los cultivos se realicen mayoritariamente en huertos, dado que la geografía no permite grandes extensiones de cultivo y que no pueden existir grandes explotaciones de ganado, probablemente haya favorecido a la variedad alimentaria que caracteriza nuestra alimentación. Los bien reconocidos efectos beneficiosos de la dieta mediterránea, que ofrecen protección frente a diversas enfermedades de la civilización (trastornos cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer, etc.) sirven de argumento para vincular el binomio dieta/salud y permiten correlacionar positivamente esta última con el medio ambiente a través de la alimentación.

3. El medio ambiente como fuente de contaminación alimentaria

(Perich, 1992).

Además de lo que podría denominarse del medio ambiente en la alimentación, no puede menospreciarse, y menos actualmente, el efecto de la contaminación ambiental en los alimentos que ingerimos, ya que es un hecho que la gran mayoría de los contaminantes alimentarios proceden directa o indirectamente del medio ambiente. Pese a todo, también es justo reconocer que, en la mayor parte de los casos, el medio ambiente es en realidad el depositario de unos contaminantes que son consecuencia directa o indirecta de la actividad humana.

3.1. Tipo y origen de los principales contaminantes ambientales que llegan a los alimentos.

Los contaminantes de los alimentos pueden pertenecer a dos grandes grupos o categorías: bióticos y abióticos. El término biótico hace referencia a seres vivos y, en el caso de la contaminación de los alimentos, incluye sobre todo a microorganismos (bacterias y virus) y a parásitos. Con el nombre de contaminantes bióticos se designa a aquellas sustancias químicas que pueden incorporarse accidentalmente en los alimentos y cuya presencia provoca normalmente efectos no deseados en el consumidor. Cabe destacar que la contaminación biótica de los alimentos es cuantitativamente mucho más importante que la abiótica, tanto desde la perspectiva de la alteración de los alimentos como de la salud de los consumidores. En la tabla 1 se resumen otras características diferenciales entre contaminación biótica y abiótica de los alimentos.

Con frecuencia se olvida que la contaminación bacteriana de los alimentos es, de lejos, la principal causa de problemas de salud en relación con el consumo de alimentos, muy por encima de problemas como pueden ser el contenido en sal o colesterol y también muy por encima de los trastornos que puede desencadenar la presencia de contaminantes abióticos, como metales pesados, dioxinas o halometanos, por citar algunos ejemplos. Probablemente todos o muchos de los lectores conocerán por experiencia propia o por experiencias cercanas las consecuencias de una contaminación bacteriana de alimentos: gastroenteritis, diarreas, molestias gastrointestinales, etc. Por orden de importancia, las salmonelosis son la principal causa de problemas alimentarios, seguidas por los trastornos provocados por los estafilococos y los clostridios. Además de estos contaminantes bióticos , existen los llamados patógenos emergentes: Campilobacteria, Yersinia, Listeria y ciertas cepas de Escherichia coli, de importancia creciente, debido en parte a que, cuando se aplican las medidas higiénicas preventivas para evitar la presencia de los microorganismos clásicos, se favorece involuntariamente el crecimiento de los emergentes, menos competitivos que los clásicos, pero más resistentes a las medidas habituales de control del crecimiento microbiano. El número de infecciones tóxicas es muy elevado: en España se registran aproximadamente doce mil casos por año y se calcula que representan, como mucho, el 10% de las intoxicaciones reales. Es posible que la elevada incidencia con la que se presentan justifique por qué los consumidores en general no les conceden la importancia que merecen, ya que, pese a que es cierto que en algunos casos los trastornos producidos son leves y remiten espontáneamente, en otros se requieren tratamientos específicos e incluso pueden ser mortales. Afortunadamente, esta posibilidad es poco habitual, debido a que se dispone de un arsenal terapéutico específico y eficaz.


El medio ambiente no es estéril y, por ello, constituye una fuente potencial de contaminación biótica. Que deje de ser potencial para convertirse en real depende en gran medida de los hábitos, las normas y las precauciones higiénicas que se practiquen y, por lo tanto, de nuevo nos remitimos a la actitud o la actividad humana como factor crítico y clave para que se produzcan o no los problemas relacionados con este tipo de contaminación. Conviene asimismo no olvidar que muchos microorganismos no sólo no suponen ningún tipo de contaminación, sino que, por el contrario, pueden resultar de extrema utilidad para el ser humano en muchos niveles diferentes.

La contaminación abiótica de los alimentos puede ser o no de origen medioambiental, a pesar de que, como se verá posteriormente, las fronteras son difusas en algunos casos. A efectos de diferenciar los contaminantes de otros posibles componentes de los alimentos, destacaremos su característica de incorporarse en ellos de forma accidental, lo cual permite diferenciarlos de, por ejemplo, tóxicos naturales vegetales y también de los aditivos alimentarios que, pese a la creencia popular, no son contaminantes, ni entrañan riesgos para el consumidor, ni afectan a las funciones del alimento. El caso de la presencia de plaguicidas en alimentos vegetales y de productos con actividad farmacológica en alimentos de origen animal es un buen ejemplo para ilustrar la dificultad que supone establecer fronteras demasiado estrictas. Así, es lógico pensar que si se hallan restos de estos productos en los alimentos es porque realmente se han incorporado a ellos previamente, en alguna etapa de su obtención. En este sentido, dado que ha habido una adición voluntaria, no podrían considerarse contaminantes.

No obstante, si los productos autorizados presentan un nivel superior al de los límites establecidos, sí deben considerarse contaminantes. También se consideran contaminantes las sustancias no autorizadas. Más patente aún resulta la dificultad de delimitar una frontera definida en el caso de las sustancias que, en determinadas dosis, pueden considerarse normales en los alimentos y que, por el contrario, cuando su nivel sobrepasa un cierto límite, deben considerarse contaminantes.

Otro ejemplo de frontera dudosa son aquellas sustancias que pueden aparecer en el alimento como consecuencia de un resultado tecnológico o culinario ¿Cómo han de calificarse los hidrocarburos aromáticos que se forman en el ahumado o las nitrosaminas que pueden formarse a partir de la combinación de nitritos y de aminas alimentarias? ¿Son o no son contaminantes? Está claro que ambas son sustancias indeseables, porque carecen de efectos positivos conocidos y poseen un efecto potencial cancerígeno o procancerígeno. De modo similar, la frontera entre biótico y abiótico no siempre es nítida.

Las micotoxinas (toxinas de origen fúngico), las toxinas bacterianas, ciertos metabolitos de la actividad bacteriana (como son algunas aminas biógenas) y las saxitoxinas (toxinas de moluscos que se han alimentado con determinados tipos de algas) son ejemplos de contaminantes de naturaleza abiótica, pero de origen biótico. Conviene, pues, preguntarse si cabe buscar el origen o la relación ambiental de estos contaminantes. Con diferente grado de implicación, la respuesta sería ambas cosas, tal como se discutirá más adelante monográficamente para cada tipo de contaminante.

3.2. Naturaleza de los principales contaminantes abióticos ambientales y de los factores que determinan su grado de riesgo como contaminantes alimentarios

Dependiendo de su naturaleza química, los contaminantes abióticos de los alimentos pueden subdividirse en dos macrocategorías: de origen industrial y presencia mayoritariamente medioambiental y los derivados de tratamientos agronómicos, tecnológicos o culinarios de los alimentos, que pueden o no llegar a ser contaminantes del medio ambiente. De acuerdo con su naturaleza, pues, pueden diferenciarse compuestos inorgánicos, orgánicos y radiactivos (Tabla 2).


Pese a tener una naturaleza química muy diferente, los contaminantes ambientales de origen industrial mencionados comparten ciertas características que son las que, mayoritariamente, determinan su peligrosidad, tanto para el medio ambiente como para la salud humana:


(a) Se trata de sustancias muy persistentes en el medio ambiente, es decir, con semividas (química o biológica) muy elevadas, lo cual se traduce en una gran dificultad para su degradación, ya que pueden tardar decenas o centenares de años en desaparecer.

(b) Son muy difíciles de metabolizar y eliminar por parte de los seres vivos; normalmente se acumulan en órganos o tejidos diversos en función de su afinidad con ellos. Esta gran resistencia a la metabolización explica la bioacumulación que sufren a lo largo de la cadena trófica.

(c) Su toxicidad por unidad de peso aumenta al ascender en la escala filogenética. Es decir, la sensibilidad frente a estos tóxicos es, en muchos casos, mayor en el ser humano que en especies animales filogenéticamente inferiores.

(d) Pueden sufrir procesos de biotransformación en el medio ambiente y transformarse en compuestos más tóxicos que los originales.


Los metales pesados son quizá uno de los ejemplos más conocidos de contaminantes del medio ambiente que tienen su origen sobre todo en una actividad industrial. Esto no contradice que sean también componentes naturales de la corteza terrestre. Es decir, a pesar de que en determinadas zonas geográficas puede haber distintos niveles significativos de estos minerales por la existencia de yacimientos naturales, su importancia en toxicología alimentaria radica en que pueden ser contaminantes ambientales de los alimentos. Su presencia en el medio ambiente es consecuencia de los vertidos (poco controlados ¿?) de origen industrial. En general, los efluentes industriales afectan primero a las aguas superficiales de las zonas terrestres y después a las aguas marinas, razón por la cual los alimentos más susceptibles de contener este tipo de contaminantes son los productos de la pesca. Si bien la clínica de las intoxicaciones es distinta según el metal de que se trate, se pueden generalizar dos aspectos comunes: (a) la capacidad de los metales pesados de inhibir sistemas enzimáticos y (b) su capacidad de acumulación en órganos y tejidos en función de su afinidad con ellos.

De todos los contaminantes metálicos, los más importantes por lo que respecta a la toxicología alimentaria son el plomo, el mercurio y el cadmio. Por lo que concierne al mercurio, la principal fuente de contaminación del medio ambiente son las industrias químicas, papeleras, de lejía, etc., que vierten mercurio inorgánico, el cual, por acción de las bacterias en un medio acuoso rico en materia orgánica, se transforma en mercurio orgánico (metilmercurio y otros), material más liposoluble y fácilmente acumulable y, en definitiva, más tóxico para el hombre que las formas inorgánicas. El nombre de la enfermedad de Minamata que recibe la intoxicación por mercurio hace referencia a una bahía de Japón en la que se descubrió por primera vez este ciclo del mercurio, que en realidad supone una biotoxificación ambiental de este elemento. El pescado y otros productos de pesca que habitan en aguas contaminadas constituyen la principal reserva dietética de mercurio.

El caso del plomo es un ejemplo paradigmático de un contaminante cuya presencia en los alimentos tiene un origen fundamentalmente antropomórfico, pero que, en los últimos años, ha visto minado su interés toxicológico por las medidas que el propio ser humano ha implantado para reducir este tipo de contaminación. Así por ejemplo, se han eliminado las tuberías de plomo para la conducción del agua, se han sustituido los cierres de plomo de las latas por otro tipo de cierres, se han puesto medios para evitar que se produzcan intoxicaciones por el plomo que pueda migrar a partir de recipientes de arcilla o cerámica, etc. No obstante, la presencia de plomo ambiental como consecuencia del uso de sales de este metal en las mezclas que se utilizan como antidetonante en las gasolinas continúa siendo un problema, pese a estar en vías de solución.

Es un hecho consabido que el contenido en plomo de los vegetales cultivados en zonas rurales es inferior al de los cultivados en parcelas cercanas a autopistas o carreteras muy transitadas. Ésta, que en el pasado llegó a ser una de las principales fuentes de contaminación ambiental por plomo, constituye hoy, gracias al uso de la gasolina sin plomo, un problema cada vez menor. Una fuente de plomo de interés creciente es la resultante de la contaminación de las propias piezas de caza, de los suelos y de las aguas, debido al uso de perdigones de plomo. Este metal bloquea las enzimas esenciales para la síntesis de la hemoglobina (pigmento sanguíneo), lo que da lugar a una enfermedad conocida con el nombre de saturnismo.

El cadmio es otro ejemplo de contaminante de origen industrial (pilas y acumuladores, colorantes industriales, plásticos, minería, etc.). Según algunos datos, la ingestión de este metal se aproxima a los niveles máximos tolerables señalados por la OMS. El cadmio, a diferencia de otros metales, puede pasar del suelo a los vegetales, si bien la reserva más importante de este contaminante reside en el barro del fondo de los ríos y los mares.

En definitiva, como conclusión, podemos destacar que los metales pesados son contaminantes del medio ambiente, al que llegan mayoritariamente como resultado de la actividad humana, sobre todo de tipo industrial. La contaminación puede afectar a las aguas, los suelos y el aire y, de ahí, directa o indirectamente, puede llegar a los alimentos. Mientras que muchas de las posibles vías de contaminación por metales pesados han perdido importancia en los últimos años, la contaminación medioambiental y de los alimentos es un tema más difícil de resolver y únicamente podría reducirse en la medida en que se controlen los vertidos industriales.

Dentro del capítulo de los contaminantes ambientales de naturaleza orgánica, trataremos en primer lugar los compuestos organohalogenados, que incluyen dioxinas y dibenzofuranos, los bifenilos policlorados (PCB) o polibromados (PBB) e incluso los propios plaguicidas organohalogenados (DDT, aldrín, dieldrín y otros). Recordemos que todas estas sustancias son muy difíciles de degradar y, por lo tanto, son altamente persistentes en el medio ambiente. Todos estos compuestos comparten además una gran liposubilidad,5 lo que explica que sean sustancias muy fácilmente absorbibles (a través de membranas lipofílicas)6 y que, por el contrario, resulten extremamente difíciles de eliminar. Para retirarlas de la circulación, el organismo las acumula en tejido adiposo.

Las dioxinas y los benzofuranos se forman siempre que se da una combustión de materia orgánica clorada o en presencia de cloro; por ejemplo, son productos que se forman habitualmente en incineradoras de residuos domésticos e industriales.

Una fuente significativa de estos compuestos son los plásticos de cloruro de polivinilo (PVP) obtenidos por la polimerización de monómeros de cloruro de vinilo. Este tipo de plásticos es objeto de análisis desde hace largo tiempo, dada la posibilidad de que los residuos de cloruro de vinilo (cancerígeno reconocido) pudiesen migrar a los alimentos. Pese a que tal migración es prácticamente imposible atendiendo a la calidad que se exige a los plásticos de uso alimentario, su utilización se ha prohibido en múltiples países debido a los problemas derivados de la liberación potencial de los monómeros, así como de la producción de dioxinas y benzofuranos que se da cuando se incineran.

Estos dos últimos productos son, además, subproductos de la obtención de plaguicidas organohalogenados. Pese a que no es posible negar su existencia e importancia toxicológica creciente como contaminantes ambientales, es justo reconocer que el escándalo alimentario relativamente reciente de los pollos belgas con dioxinas no debe relacionarse con un problema de contaminación ambiental, sino con un accidente, fallo o negligencia en la preparación de los piensos (contaminados con aceites industriales no alimentarios) con que se alimentó a estos animales. Por lo que concierne a los bifenilos policlorados (PCB), se trata de sustancias que actualmente contaminan el medio ambiente debido a una extensa aplicación industrial en el pasado (transformadores eléctricos, condensadores, sistemas de refrigeración, etc.). Las vías de contaminación del ambiente son diversas: destrucción de los aparatos de refrigeración, vertido de desechos, etc., que van acumulándose mayoritariamente en sedimentos de alcantarillado y en las fuentes de aguas estancadas. La gran resistencia a la degradación y la gran capacidad de bioacumulación justifican hoy su permanencia medioambiental.

Lo mismo puede afirmarse de los DDT y otros plaguicidas organohalogenados de elevada persistencia, cuya detección en los alimentos, en muchos casos, más que atribuirse a la aplicación directa sobre estos, debe relacionarse con su presencia en el medio ambiente, debido a un uso extensivo en épocas anteriores. Las principales fuentes dietéticas de todos estos contaminantes son grasas, aceites y productos derivados, la leche y, en general, la grasa de origen animal (carnes, pescados y huevos).

Todos estos compuestos halogenados (sobre todo clorados), además de su gran afinidad con el tejido adiposo, pueden ocasionar trastornos de diversa índole: neurológicos, dermatológicos (cloracné), inmunológicos, hepatoxicidad, etc., pero, sin duda, uno de los aspectos que despierta mayor inquietud es el posible papel que pueden desempeñar en la cancerogénesis; en realidad, más que cancerígenos, se consideran cocancerígenos. El último grupo de compuestos de este tipo incorporado a la lista de contaminantes potenciales de los alimentos son los halometanos. Concretamente se ha descrito la formación de estas sustancias en el agua en el curso de su potabilización. En último término, la causa de la formación de estas sustancias es la combinación del cloro, que se introduce con la cloración, con hidrocarburos de una cadena más corta que derivan de la fermentación/putrefacción de materia orgánica. Pese a que siempre es bueno estudiar alternativas para la potabilización del agua que conlleven menos efectos no deseados, no debería demonizarse la cloración porque, de no existir ésta, las infecciones y toxiinfecciones (cólera, viriasis, etc.) debidas al consumo de agua se multiplicarían.

Entre los contaminantes orgánicos no clorados pueden destacarse los hidrocarburos aromáticos policíclicos, de entre los cuales los más conocidos son los benzopirenos, de los que se ha detectado un posible efecto cancerígeno. Estas sustancias se forman por combustión de materia orgánica, sobre todo hidratos de carbono y lípidos, a temperatura elevada (300-500 ºC). Se trata de componentes que normalmente forman parte del humo, ya sea de la combustión de gasolinas o de otros derivados del petróleo, de la combustión de maderas, controlada (procesos de ahumado) o incontrolada (incendios), o incluso del humo del tabaco. Se trata asimismo de sustancias liposolubles y, por lo tanto, fáciles de absorber y difíciles de metabolizar y de eliminar. Su presencia en alimentos ha sido también objeto de escándalo reciente, al detectarse en aceites de orujo. Tampoco en este caso la presencia de los benzopirenos en el medio ambiente fue la causa de su acumulación en estos aceites, sino que se debió a una mala práctica en el tratamiento tecnológico aplicado para la obtención de este tipo de aceite. Mala práctica que, por cierto, algunos han justificado como una medida ecológica para proteger el medio ambiente, ya que, en comparación con los procedimientos más tradicionales, originaba una menor cantidad de residuos orgánicos fuertemente contaminantes.

En este caso, tal como pasó años atrás con los ahumados, se han establecido unos máximos legales de tolerancia que no deben superarse. Tanto en el caso de los aceites como en el de los ahumados, el problema ha podido resolverse mediante la adaptación de los tratamientos tecnológicos empleados para su obtención. En contrapartida, resulta mucho más difícil eliminar los benzopirenos que llegan al medio ambiente por contaminación industrial y por incendios (forestales inclusive), ya que la exposición de las personas es más intensa y continuada que la de la vía alimentaria. Esto no implica en ningún caso que no se deba controlar e intentar evitar o, al menos, reducir esta exposición por todos los medios, sino que lo que se pretende es tratar el problema en sus justos términos con objeto de evitar la alarma excesiva que suelen producir en el consumidor los temas de seguridad alimentaria, que suelen suscitar una respuesta más visceral que racional.

Los benzopirenos no son los únicos cancerígenos alimentarios presentes en el medio ambiente. Las nitrosaminas volátiles son otro ejemplo. Las nitrosaminas se forman por la combinación de óxidos nitrosos con aminas secundarias. Los óxidos nitrosos pueden proceder de combustiones o ser el resultado de la actividad microbiana sobre nitratos y nitritos. Otra fuente de nitratos nada desdeñable en algunas zonas rurales y de gran importancia en algunos lugares de Cataluña, son los purines.

Las aminas libres son muy escasas de forma natural en los alimentos, pero pueden acumularse mediante una actividad enzimática aminoácido-descarboxilasa de origen microbiano, tal como sucede en alimentos microbiológicamente deteriorados y en ciertos productos fermentados. Si bien también puede darse una presencia medioambiental de nitrosaminas, la principal preocupación respecto a estos compuestos deriva de su posible formación durante los tratamientos tecnológicos a los que se someten los alimentos (curación de carnes, elaboración de embutidos, etc.). Tanto las nitrosaminas como los benzopirenos pueden ser biotransformados por el organismo en metabolitos más tóxicos (cancerígenos) que los originales, si bien ello no implica necesariamente que se trate de cancerígenos reales. Es decir, el organismo humano dispone de mecanismos de defensa frente a estos y muchos otros tipos de tóxicos y, por lo tanto, no siempre que se dé una exposición cabe esperar un efecto.

Que dicho efecto se produzca o no dependerá de muchos factores, como son la dosis y la duración de la exposición, pero también otros que dependen del individuo, entre los cuales sobresale cada vez con mayor contundencia la importancia de una buena alimentación (nutricionalmente completa y equilibrada) en los mecanismos de defensa ante xenobióticos en general.
Los radionúclidos (o elementos radiactivos) representan otro tipo de contaminantes ambientales que pueden llegar a los alimentos. Tal como sucede en el caso de los metales pesados, existe una cierta radiación natural que, sin embargo, no es en ningún caso comparable a la derivada de las explosiones nucleares (de instalaciones con fines civiles o militares) y de la impregnación del medio ambiente con la presencia de residuos radiactivos (clínica/diagnóstico, centrales nucleares, plantas de irradiación, etc.). Todos los radionúclidos son tóxicos, como mínimo por el hecho de ser fuentes emisoras de radiactividad.

Pero muchos de los elementos radiactivos (plutonio, uranio, etc.) tienen un interés menor como contaminantes de los alimentos, porque no pueden absorberse en el tracto gastrointestinal. En estos casos, el efecto tóxico únicamente se manifestaría a nivel local. La mayor trascendencia toxicológica la tienen los radionúclidos con una semivida larga (tardan mucho en desintegrarse) que pueden absorberse utilizando las vías o los mecanismos de elementos minerales de interés nutritivo. Así, el I131 (yodo) puede competir con el yodo no radiactivo en lo que respecta a su captación por el tiroides; el Cs137 (cesio) puede confundirse con el potasio e interferir en todas sus funciones y el Sr90 (estroncio) puede seguir la ruta del calcio tanto por lo que respecta a la absorción como a las funciones. Accidentes como el de Chernóbil o el uso de armas atómicas (aunque únicamente sea como ensayo) contribuyen poderosamente a aumentar la presencia de radionúclidos en el medio ambiente.

4. La protección de los consumidores: la y el equilibrio riesgo/beneficio

. (http://www.eufic.org)

A los consumidores les preocupa la seguridad o inocuidad de los alimentos que ingieren, independientemente del origen de los organismos o las sustancias que determinen su posible toxicidad, que normalmente se atribuye a la actividad humana (sobre todo a la industrial) y no a una toxicidad natural. Cabe reiterar en esta línea que muchas contaminaciones ambientales tienen su origen, más o menos inmediato o remoto, en la actividad humana.

Dado que es un concepto muy utilizado actualmente, parece conveniente precisar qué quiere decirse cuando se habla de seguridad de los alimentos. El Comité de Protección de los Alimentos de Estados Unidos definió en 1959 la seguridad de los alimentos como . El calificativo de , que, aplicado a certeza, implica que esta última no es , es esencial. Efectivamente, desde un punto de vista científico, ninguna actividad humana es absolutamente segura, es decir, ninguna tiene un riesgo cero. Este hecho, individual y colectivamente asumido en muchos casos, por ejemplo cuando conducimos un automóvil, no se asimila por lo que respecta a los alimentos. Y es lógico, ya que los alimentos los introducimos en nuestro organismo, pero es necesario asumir que dicho riesgo existe.

Por este motivo, los científicos deben realizar un esfuerzo constante por transmitir a la sociedad la importancia de los datos de que se dispone. Un primer tipo de datos, relativos pero significativos, son los que podríamos calificar de históricos. La idea, de hecho idílica, de que la contaminación del medio y de los alimentos es un fenómeno relativamente reciente en la historia de la humanidad no es cierta. Basta con pensar en el estado de las aguas que se consumían para beber o preparar alimentos hasta que se aplicaron los primeros procedimientos de potabilización, o en las aguas de regadío, que incluso hoy están contaminadas en muchos casos. El alimento totalmente carente de contaminación no ha existido nunca. Es más, si tenemos en cuenta todas las formas de contaminación posibles, la dieta actual es la menos contaminada de la historia, entre otras razones porque la posibilidad de aplicar un control analítico riguroso era prácticamente inexistente hasta bien entrado el siglo XIX. Que la dieta en conjunto sea la menos contaminada de la historia no quiere decir que las formas de producción actual, tanto industrial como agrícola, no puedan provocar contaminaciones ambientales mucho más masivas y espectaculares que en el pasado y que, en algunos casos concretos, no sea verdad que un determinado alimento de hoy esté más contaminado que el de ayer.

Una reflexión sumamente interesante es la que planteaban Egeland y Middaugh en diciembre de 1997 en la prestigiosa revista Science. Los citados autores, con muy buen criterio, critican la tendencia a reducir el consumo de pescado por su contenido potencial en ciertos derivados de mercurio (principalmente metilmercurio), ya que ello implica también suprimir los efectos positivos del consumo de pescado. Efectivamente, los criterios excesivamente restrictivos y centrados exclusivamente en una seguridad indebidamente ponderada pueden llevarnos a olvidar la vertiente nutricional (que es la razón fundamental del valor de los alimentos).

Entre los beneficios derivados del consumo de pescado, en especial de pescado graso o azul, cabe destacar el aporte de grasas poliinsaturadas (omega-3), que contribuyen a disminuir el riesgo de sufrir trastornos cardiovasculares. El pescado es también nutritivamente conveniente por su alto contenido en proteínas, bajo nivel de ácidos graso saturados y por ser el vehículo de antioxidantes como el selenio y la vitamina E. Es más, estos mismos antioxidantes pueden contribuir a protegernos de los efectos negativos de dosis bajas de metilmercurio. En definitiva, cabe considerar debidamente el valor de los alimentos en su conjunto, incluyendo su valor nutritivo, y no sólo la presencia de contaminantes (en dosis no peligrosas por sí mismas), con el fin de no caer en el error de prescindir de las propiedades positivas de algunos alimentos a causa de una preocupación desmedida por la seguridad. En el caso del pescado, y seguramente en muchos otros, el impacto positivo es superior al posible impacto negativo de un cierto grado de contaminación. La referencia a la dosis del contaminante es otro aspecto clave de la seguridad de los alimentos. Esta alusión a la cantidad de tóxico es en realidad inevitable, ya que no vivimos en un mundo aséptico como un quirófano.

El razonamiento de Egeland y Middaugh constituye una aplicación correcta de la evaluación riesgo/beneficio, que consiste en considerar globalmente el impacto de los alimentos en el organismo, analizando tanto sus efectos positivos como sus posibles efectos negativos. Así pues, es mejor comer pescado, incluso aunque ello implique tolerar una cierta contaminación con derivados de mercurio, que suprimirlo de la dieta, salvo en los casos en que la contaminación sea realmente significativa desde un punto de vista toxicológico. Como dijo Paracelso en el siglo XVI, . Huelga decir que esto no significa en ningún caso que se tenga que aceptar la contaminación ambiental y de los alimentos por compuestos organomercuriales, en gran medida debida a vertidos industriales que se pueden evitar o, al menos, reducir. Lo único que se quiere enfatizar es que, también en este tema, . Por otro lado, cabe añadir que, actualmente, antes de autorizar cualquier sustancia o producto nuevo que pueda comportar riesgos de exposición para el ser humano, se evalúa también su impacto medioambiental y únicamente se autoriza su uso en las condiciones que no representen riesgo alguno para el medio ambiente o para cualquier forma de vida, al menos según el estado actual de conocimientos.

En último término nos hallamos en muchos casos ante un problema de información y de credibilidad de tal información. La desconfianza del consumidor, a veces æque no siempreæ injustificada, se debe sobre todo al hecho de que los ciudadanos creen que no conocen o no controlan lo que podría considerarse riesgos o peligros, o a que no conocen o valoran adecuadamente los beneficios de un producto, como en el caso del pescado mencionado anteriormente.

La Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce que todas las personas tienen derecho a una alimentación suficiente y sana, por eso las Administraciones públicas æy en Europa se ha de empezar por la Unión Europeaæ han de velar por proteger la salud de los consumidores y la seguridad de los alimentos. Y lo hacen. Recientemente, en respuesta a toda esta serie de inquietudes, la Comisión Europea ha puesto en marcha en todos los países miembros una Campaña de Seguridad Alimentaria dirigida a los consumidores, la cual recalca que, para conseguir el objetivo de unas cuotas de seguridad alimentaria máximas, se requiere un ejercicio de responsabilidad compartida entre todos los escalones que componen la cadena alimentaria, empezando por los productores, pasando por los manipuladores y distribuidores y acabando por los consumidores. El marco en el que se desarrolla esta actividad y en el que de hecho comienza es el medio ambiente, sobre todo por lo que a agricultores, ganaderos y pescadores se refiere.

Debido sobre todo a los recientes y espectaculares casos de contaminación de alimentos, la Comisión Europea ha elaborado y presentado el , en el que se propone la creación de una Agencia Alimentaria Europea o Autoridad Alimentaria Europa, cuyo objetivo sea incrementar los niveles de calidad de los productos alimenticios, aplicar principios estrictos de etiquetado y mejorar los controles y las inspecciones. Esta autoridad alimentaria que anhela y debe ser tendrá, en principio, como funciones primordiales la confirmación y comunicación de los riesgos en el ámbito alimentario, si bien la gestión de los riesgos continuará siendo competencia de las instituciones comunitarias y de los Estados. La sede de este organismo aún no está determinada. Barcelona ha presentado una candidatura muy consistente para acogerla. España ha creado también su correspondiente agencia y lo mismo se está haciendo en Cataluña. El criterio con el que se está planteando en Cataluña, según la información de que disponemos hoy en día, es correcto, ya que quedaría adscrita a Sanidad y asumiría tareas que hasta ahora dependían de los Departamentos de Agricultura, Ganadería y Pesca y de Industria y Comercio, lo cual demuestra de manera fehaciente que la seguridad de los alimentos es, sobre todo, una cuestión sanitaria que conviene abordar de manera integral y coordinada y contando con el sector productivo (Agricultura y Ganadería) y comercial (Industria y Comercio).

En definitiva, la contaminación de los alimentos continúa presentando, y seguramente presentará, problemas, ya que los fraudes y accidentes no son al 100% inevitables en ninguna actividad humana. En cualquier caso, puede afirmarse que los alimentos que ingerimos son razonablemente seguros, si bien conviene no bajar la guardia. En esta línea, la conservación del medio ambiente en el que se generan los alimentos constituye una factor esencial. Por otro lado, es necesario recuperar la confianza del consumidor para evitar sentimientos como el siguiente:
¿Seguro que puedo estar seguro cuando me aseguran que hay seguridad? (J.J. Francisco Polledo, La Vanguardia, 10 Dic. 2000).


Referencias

1 Sustancias extrañas para el organismo.
2 Las propiedades que se perciben a través de los sentidos: color, olor, sabor y textura.
3 Los micronutrientes son los elementos nutritivos que el organismo requiere en menor cantidad: sobre todo, vitaminas y algunos minerales.
4 Se denomina bocio al trastorno caracterizado por una hiperplasia (crecimiento) del tiroides en respuesta a una deficiencia primaria de yodo.
5 Capacidad para disolverse en grasa.
6 Que tiene afinidad por los lípidos o grasas.


Bibliografía

 

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  • http://www.seguridadalimentaria.com
  • http://europa.eu.int/comm/food/index_en.html



La contaminación atmosférica y sus efectos sobre la salud
Jordi Sunyer i Deu
Unidad de Investigación Respiratoria y Ambiental
Instituto Municipal de Investigación Médica


¿Cómo afecta la calidad del aire a la salud humana? Actualmente sabemos que la principal fuente de contaminación son los vehículos de motor, con datos preocupantes en las ciudades del sur de Europa, entre las que se cuenta Barcelona. El autor repasa diversos estudios epidemiológicos realizados en distintas zonas del mundo que relacionan la contaminación atmosférica con la exacerbación de las enfermedades pulmonares e insuficiencias coronarias. Asimismo, cuestiona la relación a largo plazo entre la contaminación y sus efectos en la salud con el paso de los años. Finalmente, argumenta que es necesario realizar un mayor esfuerzo por reducir la contaminación del aire de las ciudades y, muy en especial, en la zona mediterránea.

¿Está sucio el aire de nuestras ciudades?

Después del grave episodio de contaminación atmosférica acaecido en 1952 en Londres, se pusieron en práctica una serie de planes de limpieza del aire que comportaron una reducción notable de los niveles de contaminación atmosférica de aquella ciudad. De hecho, en un artículo aparecido recientemente en The Economist (5 sept. 2001), Bjorn Lomborg presentaba la figura incluida a continuación, donde se revelan los niveles de SO2 y humos negros en la ciudad de Londres, y concluía que el aire de nuestras ciudades está mucho más limpio hoy en día que en el pasado. Si bien resulta difícil entrever cómo ha obtenido Lomborg las concentraciones de contaminantes de los últimos siglos (ya que las primeras cifras de que se dispone datan de 1952), su argumento podría ser correcto por lo que respecta a los compuestos del azufre y a los humos negros. Es obvio que la sustitución del carbón como fuente energética ha conllevado una reducción de estos contaminantes, pero afirmar esto no equivale a decir toda la verdad, ya que los contaminantes de las atmósferas urbanas no se limitan simplemente a estos compuestos.

En la actualidad, la principal fuente de contaminación son los vehículos de motor, los cuales generan compuestos nitrogenados e hidrocarburos que, al oxidarse, forman dióxido de nitrógeno y ozono. Si observamos los datos obtenidos por el estudio europeo ECRHS conjuntamente con la agencia europea de la OMS (Figuras 2 y 3), apreciamos que los niveles de estos contaminantes no sólo no han disminuido, sino que, en algunas ciudades, y sobre todo por lo que al ozono concierne, han aumentado (Figura 3). Por tanto, no es cierto que la tendencia sea igual para todos los contaminantes y que ésta sea una tendencia a la baja.




En estos gráficos observamos que los valores de NO2 (un marcador de los humos de los vehículos de motor) de Barcelona y otras ciudades del sur de Europa duplican los valores de las ciudades del norte del continente. Este hecho podría atribuirse al lugar donde se instalan las redes de medición de la contaminación atmosférica si, por ejemplo, en Barcelona se colocan junto a las calles más transitadas, y en el norte de Europa en medio de parques. No obstante, un estudio reciente realizado a escala europea, para el cual se ha utilizado el mismo tipo de captador y se ha homogeneizado la instalación de las estaciones de medición, ha revelado el mismo patrón por lo que respecta a las partículas finas (también originadas en gran medida por el tráfico), es decir: el doble de contaminación en nuestras ciudades, conclusión a la que también han llegado otros estudios europeos, como el PEACE o el EXPOLIS.

Las partículas finas son otro de los contaminantes que en la actualidad están aumentado debido al incremento del número de coches diesel en el parque automovilístico. Este contaminante, que analizaremos más adelante, reviste mayor interés que los propios contaminantes gaseosos por sus propiedades tóxicas. Los niveles de contaminación por partículas finas (PM2,5) de Barcelona se cuentan, como los de otras ciudades mediterráneas, entre los más elevados de la UE. Aquí se incluye un ejemplo (Tabla 1), si bien cualquier otro caso que se analice (por ejemplo, los estudios Aphea) arroja los mismos resultados.



Por tanto, en cuanto a las comparaciones temporales y geográficas, el aire de Barcelona (así como el de la mayoría de las ciudades de la Península Ibérica evaluadas por el estudio EMECAM) está relativamente sucio. Esta afirmación adquirirá pleno sentido cuando analicemos el conocimiento actual de los efectos de la contaminación atmosférica sobre la salud. La pregunta clave que procuraremos responder a continuación es si este grado de contaminación es o no perjudicial para la salud.

¿Cómo afecta el aire urbano actual a la salud?

Durante el mencionado episodio de niebla ocurrido en Londres en 1952 murieron miles de personas, a la mayoría de las cuales se había diagnosticado bronquitis crónica.1 Esto condujo a establecer políticas de reducción de la contaminación del aire, pero también a investigar sus efectos sobre la salud. En estudios con grupos de pacientes afectados por una enfermedad pulmonar obstructiva crónica realizados en Londres entre los años 1959 y 1968 y en Chicago en 1968, se observó una relación entre el aumento diario de la contaminación atmosférica y la intensificación de los síntomas de bronquitis crónica. Anteriormente, durante los años cincuenta, investigadores del Reino Unido habían demostrado no sólo que la contaminación atmosférica podía agravar las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas, sino también que la frecuencia (prevalencia) de personas que sufrían bronquitis crónica y otras formas de enfermedad pulmonar obstructiva crónica era mayor en los carteros2 de zonas con un nivel de contaminación elevado que en los de zonas con un nivel de contaminación más bajo, observación que fue corroborada posteriormente por un estudio efectuado sobre la población general y no únicamente sobre algunos carteros. Otro estudio realizado con los carteros durante los años sesenta apuntaba que, además de los síntomas, los carteros que trabajaban en áreas con una contaminación atmosférica elevada presentaban una disminución de los niveles de la función pulmonar.2 Estos hallazgos ingleses se reprodujeron en Estados Unidos y Polonia.

En los años sesenta, en Holanda se investigó, mediante exámenes repetidos de función pulmonar en los mismos individuos a lo largo del tiempo, si la disminución fisiológica del volumen de expiración forzada durante el primer segundo era mayor en las zonas más contaminadas. Vivir en áreas afectadas por una contaminación atmosférica elevada producía, independientemente de si se fumaba tabaco o no, una disminución del volumen de aire respirado más rápida que la que acontece de forma natural con la edad, lo cual suponía un adelanto en la edad para desarrollar manifestaciones clínicas de las enfermedades pulmonares obstructivas. Todo esto ocurría hace aproximadamente treinta años. Lo que ahora nos interesa analizar es si estos descubrimientos se reproducen en los estudios llevados a cabo en el pasado reciente.

Estudios epidemiológicos

Los estudios más comunes y que han reabierto el interés por los efectos de la contaminación atmosférica por el hecho de que, independientemente de donde se hayan realizado, han obtenido un resultado positivo son los denominados estudios de series temporales efectuados durante la década de los años noventa. Estos estudios muestran de manera repetida que el número de muertes entre la población general aumenta en los días con niveles más altos de contaminación atmosférica y principalmente de contaminación por partículas. Este incremento se observa sobre todo en las defunciones por motivos respiratorios y cardiovasculares. Se trata de un incremento de aproximadamente un 5% por cada 10 mg/m3 de aumento de la concentración de partículas. Entre los estudios más importantes cabe destacar los multicéntricos, como el estudio APHEA realizado en Europa3 y el estudio MNAPS efectuado en Estados Unidos.4

El estudio APHEA (Air Pollution and Health; A European Approach [Contaminación atmosférica y salud; un estudio europeo]) consta de dos fases. En la primera, realizada entre los años 1994 y 1997, se incluyeron 15 ciudades europeas, entre ellas Barcelona, y se detectó que la mortalidad diaria ascendía cuando los niveles de las partículas menores de 10 mm (PM10) aumentaban, pero también cuando se producían incrementos de otros indicadores de contaminación atmosférica, como el dióxido de azufre (SO2), el ozono (O3) y los humos negros. La relación entre la contaminación atmosférica y la mortalidad variaba dependiendo de la estación del año: el mayor incremento se registraba en las estaciones calurosas, lo cual podría indicar que, en épocas cálidas, las partículas devienen más tóxicas. La nueva fase del estudio APHEA ha incorporado 32 ciudades durante el período comprendido entre 1998 y 2000 (13). Los hallazgos son muy similares a los anteriores, por lo que respecta a la magnitud del aumento de la cifra de defunciones con relación a un cierto aumento de la contaminación. Pero, además, se ha descubierto que una presencia superior de dióxido de nitrógeno (NO2) está directamente relacionada con la concentración de partículas, lo que sugiere que las partículas emitidas por el tráfico son las más tóxicas. Asimismo, se ha comprobado que la exposición a las partículas tiene una forma dosis-respuesta cuasi lineal, de tal modo que no existe un nivel cero o umbral de seguridad por debajo del cual no se observen efectos y que el incremento del efecto es similar sea cual sea el nivel de contaminación.

En Estados Unidos se ha llevado a cabo el proyecto MNAPS en más de cien ciudades, un proyecto financiado por la industria energética norteamericana cuyo fin es verificar los hallazgos de un grupo de la Universidad de Harvard, según el cual los niveles actuales de contaminación guardan relación con un aumento de la mortalidad. Los resultados obtenidos por el estudio MNAPS son muy similares a los del estudio europeo. Destaca que en Estados Unidos se dispone de una extensa red de monitores de PM10, que incluyen PM2,5 y sulfatos. Las variaciones diarias de los índices de partículas finas o PM2,5, atribuidas al tráfico, se han relacionado de una manera más vehemente con las variaciones diarias de mortalidad cardiorrespiratoria que con las variaciones de los índices de PM10.

La relación dosis-respuesta observada en el estudio estadounidense es muy similar a la del estudio europeo. En otro estudio norteamericano reciente, conocido como se ha analizado la relación entre la mortalidad y las variaciones diarias de los diferentes elementos cualitativos de las partículas finas. El principal elemento relacionado con la mortalidad ha sido el plomo, que los autores consideran el mejor marcador de las partículas del tráfico, mientras que las partículas del suelo (Si) o de la combustión del carbón por las calefacciones o la industria (Se) presentaban una menor relación con la mortalidad.

Recientemente se ha realizado un estudio en Alemania a través de un sofisticado sistema móvil de seguimiento para recoger datos, tanto de masa como de concentración numérica de partículas. Los investigadores han observado una mayor relación entre la concentración numérica de partículas ultrafinas y los síntomas de frecuencia respiratoria en un grupo de enfermos que entre la concentración de masa (la medida habitual empleada en los estudios de series temporales). Esto nos indica que aún queda por aclarar si es la cantidad o la calidad de las partículas lo que tiene propiedades tóxicas y cuáles son las características físicoquímicas que desempeñan un papel más importante (la masa o el número de partículas).

En Australia, Sudamérica, China y el sudeste asiático se han obtenido resultados similares. Los contaminantes más importantes según estos estudios son los particulados, si bien en el estudio APHEA también se observa un papel destacable de los contaminantes en forma de gas, como el dióxido de azufre (SO2) o el ozono.

Además de un aumento del número de muertes, los estudios de series temporales han observado que, en los días con más contaminación, el número de enfermos que ingresa en los hospitales por empeoramiento de una enfermedad pulmonar obstructiva crónica, sobre todo por partículas,5 por asma y por dióxido de nitrógeno (NO2) es mayor.6 Estos descubrimientos también se han reproducido en otras muchas poblaciones. Es más, en los últimos años se ha comprobado en muchos lugares que el número de individuos que ingresan en los servicios de urgencias por infarto de miocardio es superior en los días en los que los niveles de partículas en el aire son más elevados.7

En resumen, la exposición a corto plazo (aguda) a partículas y otros contaminantes se ha relacionado con el incremento del porcentaje diario de ingresos y muertes por causas respiratorias y cardiovasculares en multitud de estudios norteamericanos, europeos y de otras zonas del mundo. Se ha analizado con atención la relación entre las partículas inhaladas y la mortalidad diaria y se ha demostrado que es superior el efecto de las partículas finas (que tienen capacidad para penetrar en las profundidades del árbol bronquial) que el de las partículas de mayor tamaño. Este efecto agudo se ha observado también en estudios de seguimiento de grupos de enfermos (llamados ), en los que se miden las variaciones diarias de la sintomatología respiratoria o de parámetros funcionales, como los valores de la función pulmonar o la onda ST del electrocardiograma o el ritmo y la frecuencia cardíacos, y se relacionan con los niveles de contaminación de los días precedentes. Como consecuencia, se deposita una gran confianza en que los descubrimientos de estos estudios sobre los efectos agudos puedan ser aplicados en general a cualquier población no estudiada con anterioridad, incluso aunque no exista un conocimiento detallado de los mecanismos biológicos fundamentales.

Estudios epidemiológicos de los efectos crónicos de la CA

Además del efecto agudo de la contaminación atmosférica en la exacerbación de enfermedades preexistentes (como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica o la insuficiencia coronaria) o del desencadenante de la muerte, una cuestión importante es en qué medida la contaminación atmosférica constituye un factor de riesgo de nuevos casos de estas enfermedades o un factor que, a la larga, reduce la esperanza de vida.

Es decir, hasta qué punto existe una relación a largo plazo entre la contaminación y la salud al cabo de unos años. Se han realizado tres estudios de cohorte prospectivos en Estados Unidos acerca de la relación entre las concentraciones ambientales en el pasado y la mortalidad de la población general.8 Estos estudios son: el de las seis ciudades que ha analizado una cohorte de 8.111 adultos sanos entre 1974-1977 hasta 1991 en seis ciudades estadounidenses (Boston, Massachusetts; Knoxville, Tennessee; Portage, Wisconsin; St. Louis, Misuri; Steubenville, Ohio, y Topeka, Kansas); el de la ACS (American Cancer Society o Sociedad Norteamericana contra el Cáncer) que ha seguido a 552.138 adultos de 151 áreas durante siete años a partir de 1982, y el estudio AHSMOG (Adventist Health Study of Smog in California o Estudio Adventist de la niebla en California), que ha estudiado a 6.384 no fumadores sanos entre 1977 y 1992.

Este último ha atribuido a cada sujeto un nivel de exposición atmosférica a partir de más de 350 estaciones de medición repartidas por todo el territorio e información sobre los hábitos individuales y las características de cada vivienda. En todos los estudios se observa que las personas que habitan en las zonas más contaminadas tienen un riesgo superior de fallecer por causas cardiorrespiratorias y que este riesgo no se debe al tabaco ni a la profesión ni a la clase social. Las partículas, una vez más, son el contaminante principal, sobre todo las partículas finas.

En otras palabras, la relación entre la exposición crónica a la contaminación atmosférica y el riesgo de morir aumenta de forma lineal. Cabe destacar que, en la prolongación del seguimiento de los participantes hasta la actualidad en estos estudios, recientemente presentada en la reunión de la Sociedad Internacional de Epidemiología Ambiental (Garmish, 2001), aparecía también un aumento del riesgo de cáncer de pulmón en los habitantes de las zonas más contaminadas, al margen de si eran o no fumadores. Una mortalidad superior en las zonas más contaminadas puede indicar una mayor prevalencia de las enfermedades relacionadas con la contaminación, o bien una mayor gravedad de la misma enfermedad en estas zonas que en las zonas menos contaminadas.

Otro tipo de estudios que investiga los efectos a largo plazo son los estudios de prevalencia de enfermedades en varias zonas con niveles de contaminación diferentes. Estos estudios miden la prevalencia de los síntomas respiratorios y el nivel de función pulmonar. Hasta ahora, los estudios más destacables son el AHSMOG y el suizo SAPALDIA (Air Pollution and Lung Diseases in Adults o Contaminación atmosférica y enfermedades pulmonares en adultos), realizado entre los años 1991 y 1993 sobre 5.000 individuos.9 Ambos detectaron una elevada prevalencia de los síntomas de hipersecreción bronquial, dificultad al respirar o diagnosis de bronquitis crónica, enfisema o enfermedad pulmonar obstructiva crónica en áreas con niveles elevados de contaminación por partículas. El estudio SAPALDIA también halló que los niveles de NO2 medidos en el exterior de cada uno de los domicilios de los participantes disminuían la función pulmonar (en este caso la medida de la exposición era individual para cada participante y no se extraía de la red de contaminación).

Sólo existe un estudio que evalúa de manera repetida en los mismos sujetos el papel de la contaminación atmosférica en la disminución del flujo expiratorio. Una disminución del flujo expiratorio superior a la esperada constituye un factor propio de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y es el mecanismo por el cual el tabaco llega a provocar esta enfermedad. La pregunta es si la contaminación podría llegar a comportarse como el tabaco y originar dicha enfermedad, pero independientemente de si se es o no fumador. El estudio UCLA-CORD (The University of California at Los Angeles Chronic Obstructive Respiratory Disease study o Estudio sobre la enfermedad respiratoria obstructiva crónica de la Universidad de California, Los Ángeles) controló los cambios en la función pulmonar durante un período de tiempo en varias cohortes de fumadores y de no fumadores residentes en áreas de California del Sur y expuestos de forma crónica a diferentes niveles y tipos de contaminación atmosférica.10 Las tres áreas eran Lancaster, con niveles moderados de oxidantes y un bajo nivel de partículas; Glendora, con niveles elevados de oxidantes, y Long Beach, con un elevado nivel de partículas, óxidos de nitrógeno y sulfatos. Los residentes escogidos (de entre 25 y 59 años de edad) se examinaron en dos ocasiones, en 1973-78 y 1978-82.

Alrededor del 50% de los individuos fueron sometidos a un segundo examen (unos 800 por zona). El equipo y el personal que participó en la reevalución era prácticamente el mismo que el que llevó a cabo el primer examen. La disminución del volumen de aire expirado por los hombres en Lancaster y en Glendora era inferior a la media en comparación con Long Beach, el lugar más contaminado, dato registrado tanto para los fumadores como en los no fumadores. Se obtuvieron resultados similares en las mujeres que nunca habían fumado. Los autores llegaron a la conclusión de que la contaminación desempeñaba un papel similar al del tabaco. Con todo, este estudio debe abordarse con cautela, pues tenía ciertas limitaciones importantes, entre las que destacan el reducido número de áreas estudiadas y la baja proporción de individuos reevaluados.

Los estudios de la función pulmonar en niños resultan de extrema utilidad para entender el papel crónico de la contaminación atmosférica en la aparición de enfermedades respiratorias en la edad adulta, ya que nos indican sus posibles efectos en el desarrollo de la función pulmonar. Como pasa con la altura, la función pulmonar sigue una pista marcada desde el inicio, de manera que es posible prever la altura o la función pulmonar que se conseguirá observando los valores durante la primera infancia. La disminución de la máxima función pulmonar conseguida durante la juventud (a partir de los 20-25 años, la función pulmonar inicia un lento descenso que avanza con la edad) puede comportar una reducción de la esperanza de vida debido a la aparición de enfermedades pulmonares obstructivas. Últimamente se han efectuado tres grandes estudios de prevalencia de los niveles de función pulmonar en Estados Unidos y Canadá, que observan los niveles más bajos de volumen de aire expirado (marcador de la función pulmonar) en niños residentes en áreas con una elevada contaminación de partículas.11 Mayor interés revisten los estudios que siguen a los mismos niños con medidas repetidas de la función pulmonar a lo largo del tiempo, con objeto de evaluar cómo aumenta la función pulmonar en diversos lugares con diferentes niveles de contaminación atmosférica.

El primero de estos estudios prospectivos se realizó en nueve zonas de Austria y dos de Alemania, seleccionadas de acuerdo con la exposición al ozono. Entre 1994 y 1996 se midió seis veces la función pulmonar de los 1.150 niños objeto del estudio. Los niños que habitaban en zonas con niveles más elevados de ozono, tanto durante el período estival como invernal, presentaban un crecimiento de la función pulmonar inferior, en relación a su altura y peso. El segundo estudio se elaboró con adolescentes de Cracovia (Polonia).

Aunque al principio los jóvenes residentes en la zona más contaminada (por partículas y SO2) de la ciudad presentaban unos valores de función pulmonar más elevados, al cabo de dos años, tanto los chicos como las chicas de esta zona mostraban unos valores de crecimiento de la función pulmonar inferiores a los de los niños que residían en zonas menos contaminadas.

En el tercer estudio, realizado sobre escolares de California del Sur durante los años 1993 y 1997, se detectaron efectos negativos significativos de las partículas, NO2 y vapor de ácido inorgánico en relación con el desarrollo de la función pulmonar. Resulta difícil concluir, a partir de estos estudios, si un determinado contaminante está relacionado con un menor desarrollo de la función pulmonar, debido al escaso número de áreas de estudio, pese a que, tanto en el estudio austríaco como en el californiano, se atribuía a cada niño un valor de exposición a la contaminación individual en función de su actividad y del tipo de calle en que vivía. Con todo, no queda claro cuáles son los contaminantes implicados y podría ser que todos ellos apuntasen a una misma fuente, que, con toda probabilidad, sería el tráfico. Estos niños, cuyo desarrollo de la capacidad pulmonar aparece mermado, correrán un mayor riesgo de padecer enfermedades pulmonares de tipo obstructivo en la edad adulta.

En conjunto, los estudios epidemiológicos han demostrado con coherencia que el aumento de la contaminación atmosférica puede originar una rápida respuesta negativa, como el aumento de defunciones o de urgencias hospitalarias. El estudio de los efectos de la contaminación a largo plazo es mucho más reciente y, hasta el momento, únicamente se ha publicado un número reducido de trabajos. Todos ellos apuntan que la contaminación tiene efectos a largo plazo, sin duda más relevantes que el efecto agudo, pero faltan estudios sobre participantes de una mayor variedad de áreas y de quienes se examine con mayor precisión la historia de exposición a la contaminación atmosférica.

Conocimiento actual de los mecanismos patofisiológicos de los efectos de la contaminación atmosférica

Los mecanismos por los que un nivel más bajo de partículas puede provocar la muerte o el empeoramiento de una enfermedad cardiovascular o respiratoria no se han determinado, aunque existen diversas hipótesis. Un mecanismo general se produciría por intermediarios inflamatorios que podrían desencadenar una cascada de reacciones fisiológicas, que, directa o indirectamente, precipitarían los efectos cardiovasculares. Así, la hipótesis principal referente al papel de los contaminantes se centra sobre todo en los estudios de laboratorio practicados en animales y voluntarios sanos y enfermos expuestos en cámaras de experimentación. De acuerdo con esta hipótesis, las partículas finas tienen la habilidad de penetrar hasta el fondo del árbol bronquial (cruzan un largo camino de pequeños bronquiolos) y pueden depositarse en los alvéolos, los pequeños sacos donde se intercambia el oxígeno por el monóxido de carbono.

En este lugar, las partículas producirían un daño (una especie de erosión) que provocaría una inflamación en este nivel con posible respuesta en todo el organismo. Esta respuesta podría, a su vez, aumentar la coagulabilidad de la sangre e intervenir en las funciones básicas del corazón. Además, las partículas finas pueden penetrar en el riego sanguíneo y depositarse en el corazón, donde podrían producir una inflamación local en el músculo del corazón. Finalmente, tanto las partículas como los gases irritantes (por ejemplo: el SO2, el NO2 y el ozono) pueden provocar una inflamación de la pared del bronquio que puede agravar las enfermedades respiratorias preexistentes.

Se desconoce si el contenido de las partículas es determinante de su toxicidad. La partícula por sí misma o como portadora de otros componentes tóxicos (gases o toxinas biológicas y polen) podría ser la responsable. Se cree que los metales de transición (como el Fe, Cu, Ni, Co, Mn) guardan una mayor relación con los efectos, ya que pueden provocar la producción de radicales hidroxilos, considerados tóxicos para las células. Una segunda hipótesis plantea que las partículas ultrafinas son más tóxicas que las de mayor tamaño, porque se sitúan en la región alveolar y pueden penetrar en el epitelio pulmonar.

Finalmente, es posible que las partículas transporten gases potencialmente tóxicos hasta el interior del pulmón, incrementando con ello el riesgo de daños celulares. Los gases más estudiados son los que proceden de la combustión, ya sea de forma primaria (CO, NO2) o secundaria (NO2, ozono).

Existe una extensa investigación sobre los efectos de CO y la consiguiente formación de carboxihemoglobina, sobre todo en pacientes con insuficiencia coronaria. En estos pacientes, la exposición a CO ambiental empeora la insuficiencia coronaria en las pruebas de ejercicio. En diversas ciudades se han relacionado los ingresos hospitalarios por causas cardíacas con los niveles de CO. Con todo, el estudio conjunto del efecto de las partículas finas y el CO demuestra que la asociación de las partículas es independiente y más fuerte que la del CO.

El ozono es un gas reactivo, aunque poco soluble, que en elevadas concentraciones provoca irritación conjuntiva, tos, sensación de ahogo y depresión transitoria de la función pulmonar. Por lo que respecta a los bronquios y a sus ramificaciones, la exposición a niveles alcanzados en las cuotas máximas de ozono en verano en las ciudades europeas provoca una hiperactividad e inflamación que puede comportar un aumento de la sintomatología respiratoria en los asmáticos, dato que se ha ratificado en los estudios de seguimiento realizados sobre grupos de asmáticos a lo largo del tiempo. No obstante, la realidad es que el ozono y otros contaminantes como los sulfatos y los aerosoles ácidos aumentan de manera conjunta y es imposible diferenciar en estudios epidemiológicos el papel que desempeña cada uno de ellos. La exposición reiterada a niveles elevados de ozono podría conllevar una disminución de la función pulmonar, si bien estos estudios no permiten diferenciar el papel que desempeña el ozono del que desempeñan las partículas.

El dióxido de nitrógeno es un contaminante generado por la combustión de los vehículos, así como de las cocinas y calefacciones de gas, por lo que se encuentra tanto en el interior como en el exterior de los edificios. Es un precursor de la generación fotoquímica del ozono. Cuando se inhala, debido a su escasa solubilidad, puede penetrar hasta en las vías más pequeñas. Es menos reactivo que el ozono, aunque su mecanismo de toxicidad puede ser diferente. En general no existe un acuerdo entre los distintos estudios sobre los efectos de NO2, si bien el estudio APHEA apunta que podría potenciar el papel de las partículas, lo que coincidiría con los estudios realizados en Canadá.

¿Problema de salud pública?

Una pregunta relevante sobre el impacto de la contaminación atmosférica es si este efecto sobre la salud descrito en los apartados anteriores repercute en los posibles años de vida perdidos o si simplemente desplaza o adelanta la muerte de personas enfermas y a punto de morir. Este efecto de desplazamiento denominado podría explicar el aumento de muertes registrado en los estudios de series temporales. Con todo, en situaciones epidémicas, como en el episodio de Londres de 1952, no se ha observado una disminución del número de muertes esperadas una vez concluido el episodio, a modo de rebote negativo. Muy al contrario, aquel invierno hubo un aumento notable de la mortalidad, como si el episodio de la contaminación no sólo hubiera tenido un efecto agudo, sino también a medio plazo. Lo mismo ocurrió en Alemania después del último episodio de contaminación, en diciembre de 1985. No obstante, el efecto segador no podría explicar el aumento de la mortalidad en los estudios de seguimiento de individuos sanos, ni tampoco el aumento de prevalencia de las enfermedades.

Así, una hipótesis verosímil es que los efectos agudos de la contaminación se producen sobre todo en personas susceptibles que padecen ya un trastorno de base, como una enfermedad pulmonar obstructiva crónica, si bien los efectos crónicos tienen repercusiones para la población sana. Todo ello ha llevado a Kuenzli13 a concluir recientemente que el tráfico provoca más víctimas por contaminación atmosférica que por accidentes. Ello conduce a pensar que los esfuerzos por reducir la contaminación del aire en las ciudades deben ser mucho más firmes, con objeto de evitar la aparición de enfermedades y el empeoramiento de las ya existentes. El esfuerzo realizado en el norte de Europa no se ha visto correspondido en el entorno mediterráneo, donde sufrimos los niveles más elevados de contaminación de la Unión Europea.

Referencias

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8 Dockery DW, Pope CA, Xu X, Spengler JD, Ware JH, Fay ME, Ferris BG, Speizer FE. An association between air pollution and mortality in six US cities. N Eng J Med 1993;32:1753-9. Pope CA,Thun MJ, Namboodiri MM, Dockery DW, Evans JS, Speizer FE, Heath CW Jr. Particulate air pollution as a predictor of mortality in a prospective study of US adults. Am J Respir Crit Care Med 1995;151:669.74. Abbey DE, Nishino N, McDonell WF, Burchette RJ, Knutsen SF, Beeson WL, Yang JX. Long-term inhalable particles and other air pollutants related to mortality in non-smokers. Am J Respir Crit Care Med 1999; 159:372-82.
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10 Tashkin DP, Detels R, Simmons M, Liu H, Coulson AH, Sayre J, Rokaw S. The UCLA population studies of chronic obstructive respiratory disease: XI. Impact of air pollution and smoking on annual change in forced expiratory volume in one second. AmJ Respir Crit Care Med 1994;149:1209-17.
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12 Frisher T, Studnicka M, Gartner Ch, Tauber E, Horak F, Veiter A, et al. Lung function growth and ambient ozone. A three year population study in school children. Am J Respir Crit Care Med 1999;160:390-6. Jedrychowski W Flak E, Mroz E. The adverse effect of low levels of ambient air pollutants on lung function growth in preadolescent children. Env Health Perspect 1999;107:669-74. Gauderman WJ, McConnell R, Gilliland F, et al. Association between air pollution and lung function growth in southern Caifornia children. Am J Respir Crit Care Med 2000;162:1383-90.
13 Kuenzli N, et al. Public-health impact of outdoor and traffic-related air pollution: a European assessment. Lancet 2000; 356:795-801. Sunyer J, Schwartz J, Tobías A, Macfarlane D, Garcia J, Anto JM. Patients with chronic obstructive pulmonary disease are at increased risk of death associated with urban particle air pollution: a case-crossover analysis. Am J Epidemiol 2000, 151(1): 50-6.




Riesgos ambientales


Manolis Kogevinas, Josep M Antó y Jordi Sunyer
Unidad de Investigación Respiratoria y Ambiental
Instituto Municipal de Investigación Médica


El destacado equipo de investigadores del Instituto Municipal de Investigación Médica de Barcelona revisa las últimas investigaciones sobre la relación entre medio ambiente y salud. El texto incluye temas como la contaminación del agua, la causada por los residuos industriales, la atmosférica, la cuestión de las dioxinas, de los campos electromagnéticos y de la telefonía móvil. En la última parte, incluyen una reflexión sobre los conceptos de gestión del riesgo y el principio de precaución.

El impacto de la contaminación atmosférica urbana en la salud

El primer estudio internacional sobre la evaluación del riesgo debido a la contaminación urbana se publicó el año 2000.1 El estudio realizado en Austria, Francia y Suiza a partir de los resultados aportados por estudios de cohortes en EE.UU. y de estudios transversales multicéntricos en Europa y California estima que un 6% de la mortalidad por todas las causas podría deberse a la contaminación atmosférica, lo que llegaba a sumar alrededor de 40.000 muertes por año en estos países.

La mayor parte de estas muertes se atribuían a las partículas y los gases emitidos por los vehículos de automoción. Los autores estimaron también la producción de 25.000 nuevos casos de bronquitis crónica y un total de medio millón de ataques de asma. Los autores realizaron un análisis de sensibilidad dada la incertidumbre debida a las limitaciones de algunos de los estudios observacionales incluidos. Los números que se proponen son un estimador medio en el análisis de sensibilidad. Si las estimaciones fueran ciertas ello supondría un impacto mayor que el debido a los accidentes de tráfico.

Estas estimaciones pueden ser trasladadas a España teniendo en cuenta las diferencias en la población expuesta a partículas menores de 10 micras en nuestro medio (toda la estimación del riesgo se basó en este marcador de la contaminación). La concentración de partículas en las ciudades españolas participantes en el estudio APHEAII (Barcelona, Bilbao, Madrid, Valencia) se encuentra por encima de los valores medios de París, Francia y Basilea, Suiza, por lo que podemos asumir que, como mínimo, la población española está tan expuesta a las partículas respirables como la de estos países, dado que la mayor parte de la población española vive en ciudades. Estas diferencias, sin embargo, podrían atribuirse al emplazamiento de los captadores de contaminación y a los métodos de medida. No obstante, el estudio ECRHS-II está midiendo las partículas de pequeño tamaño con el mismo modelo de captador, en un solo laboratorio y con la máxima homogeneidad posible en la localización del captador. De nuevo, y todavía de un modo preliminar, los datos sugieren que la exposición de la población española que vive en las grandes ciudades es al menos tan alta como la de París y Basilea. Por todo ello, creemos razonable poder trasladar estas estimaciones a nuestro entorno.

Un análisis de sensibilidad de las estimaciones anteriores sugiere que, según los estudios seleccionados, estas estimaciones podrían variar, sobre todo en lo que se refiere al número de muertes atribuibles, pero estas estimaciones pueden ser, si cabe, conservadoras. Esto es más contradictorio cuando esta estimación se refiere a los años potenciales de vida perdidos. Si la contaminación solo tiene un papel en adelantar la mortalidad en personas susceptibles, el número de años potenciales de vida perdidos será menor que para los accidentes de tráfico, por ejemplo. Sin embargo, los estudios valorados en el análisis de Kuenzli miden los efectos a largo plazo y si además se considera que la contaminación puede aumentar el número de personas susceptibles -ya sea por su papel en la génesis de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica o en la cardiopatía coronaria, o incluso por el posible papel de la contaminación en la mortalidad infantil- las estimaciones realizadas pueden ser menores que las reales. De todos modos, la incertidumbre que rodea a estas estimaciones no desmerecen el ejercicio realizado, pues: 1) existe un gran cuerpo de conocimientos que avalan que el riesgo de la contaminación atmosférica no es cero, 2) la toma de decisiones sobre el control de la contaminación atmosférica -sobre todo debida al tráfico- debe realizarse ya, con el conocimiento actual y a pesar de sus limitaciones. Así, el impacto en número de muertes atribuibles a la contaminación atmosférica tiene sentido en el contexto del establecimiento de prioridades para la prevención primaria.

Es cierto que la nueva directiva del Consejo Directivo de la UE (1999/30/EC) reducirá los límites permitidos de niveles de partículas en el aire de las ciudades a valores que, hoy por hoy, se superan en muchas de nuestras áreas; pero, sin una voluntad decidida a disminuir la contaminación por tráfico, no se conseguirá estar por debajo de los valores límite propuestos.

Calidad del agua potable y efectos sobre la salud

La aparición de dos estudios que miden el impacto debido a los subproductos de la cloración del agua ha puesto de manifiesto la relevancia de este tema.2 La cloración del agua potable genera trihalometanos y otros subproductos con propiedades mutágenas, cancerígenas y espermatotóxicas en experimentos con animales. La exposición humana a dichos compuestos ha estado asociada, en estudios epidemiológicos, principalmente a diversos tipos de cáncer y a efectos adversos en neonatos de madres expuestas. El cáncer de vejiga se ha asociado consistentemente a la exposición a los subproductos de la cloración, con unos riesgos relativos de alrededor de 1,5-2,0 para una exposición a trihalometanos superior a 75 mg/l durante 35 o más años. Para un nivel medio de exposición a THM durante toda la vida, de 40 mg/l, la odds ratio está entre 1,3 y 1,4. Los resultados de estudios de cáncer de colon y recto, páncreas, esófago, mama, y otros tipos de cáncer no son consistentes.

Los principales efectos reproductivos investigados son aborto espontáneo, peso bajo al nacer, crecimiento intrauterino retardado, talla pequeña al nacer y defectos en el tubo neural. Los seis estudios que evalúan este efecto han encontrado una asociación positiva. La odds ratio varía entre 1,18 y 4,0. Existen cinco estudios que han investigado el peso bajo al nacer asociado a esta exposición y han destacado un incremento del riesgo. La odds ratio varía entre 1,3 y 6,0. La talla pequeña por edad gestacional ha sido evaluada por cuatro estudios encontrando odds ratio de 1,8 hasta 2,3. El riesgo de defectos en el tubo neural por exposición a subproductos de la cloración ha sido evaluado por cuatro estudios encontrando odds ratios desde 1,18 hasta 3,0.

La cloración del agua puede originar diversos efectos adversos sobre la salud. Las evidencias más consistentes se han encontrado para el cáncer de vejiga. Durante los últimos años se están encontrando nuevos hallazgos asociando la cloración del agua a defectos de nacimiento en neonatos de madres expuestas. Dichos efectos se han asociado a niveles de trihalometanos similares a los que se encuentren actualmente en zonas extensas de España.2 Es incuestionable que la desinfección de las aguas potables constituye una etapa esencial y necesaria para la potabilización de las aguas.

Existen alternativas al tratamiento tradicional con cloro que supondrían una menor generación de subproductos clorados. Es necesario llevar a cabo una gestión integral y racional del ciclo del agua que permita que la calidad de las aguas en el punto de captación para su potabilización sea la óptima. En países desarrollados como España, no se deberían considerar objetivos antagónicos la desinfección y la minimización de los subproductos de la cloración.

Policlorobifenilos (PCB) y desarrollo neuroconductual y de las enfermedades neurodegenerativas

La exposición a plomo o mercurio al principio de la vida puede afectar al desarrollo neuroconductual en períodos críticos, resultando en efectos sobre la función sensorial, cognitiva o motora. Ello llevado a intervenciones como la prohibición del plomo en la gasolina. Los PCB (policlorobifenilos), utilizados como disolventes por la industria y aislantes en transformadores eléctricos, y otros compuestos orgánicos persistentes (llamados así por su presencia en todo el planeta, su bioestabilidad y lenta biodegradación, su acumulación en tejidos grasos y su larga vida media) también pueden ser neurotóxicos. Los PCB son los más estudiados, debido a dos episodios de contaminación masiva. En 1968, más de 1.000 personas en Kyushu, Japón, consumieron aceite contaminado por PCB. Los niños expuestos a los PCB en el útero materno y a través de la lactancia materna presentaron retraso mental.

En 1979 ocurrió en Taiwán otro accidente con aceite de cocina contaminado por PCB y dibenzofuranos que conllevó un retraso en el desarrollo neuroconductual en los niños que nacieron durante el periodo de la intoxicación. Se han realizado varios estudios de cohortes de recién nacidos (en Michigan, Carolina del Norte y Oswego en USA y Groningen y Dusseldorf en Europa) para evaluar los posibles efectos de estos compuestos en poblaciones expuestas a los niveles habituales del mundo desarrollado. En conjunto, los estudios de cohortes de recién nacidos han demostrado una ligera relación entre la exposición prenatal a los PCB, el desarrollo motor en los primeros años de vida y el desarrollo cognitivo a partir del año de edad.3

Por primera vez, se han determinado los valores de los PCB y otros compuestos orgánicos persistentes en recién nacidos de nuestro medio (de Ribera de Ebro, Barcelona y Menorca).4 En el momento de nacer, todos los neonatos ya presentan niveles detectables de HCB, DDE y PCB en sangre de cordón. Los resultados demuestran que los niveles de PCB son algo menores que en el resto de Europa. Sin embargo, los niveles de DDE, el metabolito del DDT, y HCB (el segundo agente más común en nuestro organismo de los compuestos halogenados, tras el DDE) son el doble que en el resto de Europa y hasta 100 veces los hallados en Norte América.5 Esto coincide con antiguos estudios realizados en la Comunidad de Madrid en la leche materna y con los resultados de estudios en poblaciones adultas. Estos compuestos pasan la barrera placentaria y se estima que los lactantes los incorporan 20 veces más que los adultos y que, en los 3 primeros meses de vida, se llega a acumular el 6% de la cantidad total de los que se acumularán durante el resto de la vida

El papel de estos contaminantes en las enfermedades neurodegenerativas que ocurren en la vejez es desconocido, pero se ha sugerido que pequeños cambios al principio de la vida en procesos como la conexión neuronal y la mielinización del sistema nervioso pueden conllevar a grandes diferencias en el número de células neuronas "en activo" al final de la vida, dado el efecto del declive de los contactos neuronales con la edad, lo cual podría significar que pequeñas variaciones en las puntuaciones de los tests neuroconductuales al principio de la vida podrían tener significado clínico en la vejez en cuanto a enfermedades como el Parkinson o las demencias.

El reciente episodio de contaminación por PCB de los pollos belgas (y, en menor medida, por dioxinas) ha demostrado que dos vías de entrada comunes (más allá del episodio que conllevó la introducción de 50 Kg. de grasas procedentes de transformadores en la cadena animal) son la leche y la carne. La investigación de dicho episodio ha demostrado la práctica común de usar grasas procedentes de vertederos de residuos domésticos en la preparación de la comida para animales.6 Eso explica que los niveles de PCB y dioxinas en alimentos de origen animal sean, en una alto porcentaje de muestras en situaciones 'normales', superiores a las recomendables.4 Parece obligado, pues, monitorizar los niveles de dichos contaminantes en los productos alimentarios de la dieta media de la UE, y de los ciudadanos españoles, en particular.

Dioxinas y salud

Las dioxinas son un conjunto de sustancias organocloradas, lipofílicas, bioacumulativas y persistentes en el ambiente. En los humanos, las dioxinas se metabolizan y se eliminan lentamente. La 2,3,7,8-tetraclorodibenzo-para-dioxina (TCDD) es la más tóxica de la familia de las policlorodibenzo-para-dioxinas (PCDD). Las dioxinas son ubicuas en el suelo, en los sedimentos y en el aire. Las principales fuentes de exposición humana a las dioxinas en España y en Europa Occidental son actualmente las incineradoras de residuos y las industrias de reciclaje de metal. La exposición humana a las dioxinas se limita casi exclusivamente a la dieta (95% de la exposición total), particularmente a la leche y los productos lácteos, al pescado y a la carne, es decir, a todo tipo de alimentos que contengan altas proporciones de lípidos.

Excluyendo las exposiciones ocupacionales o las accidentales, la mayor parte de la exposición humana a las dioxinas se debe a la dieta. La TCDD está considerada por la IARC (Agencia de Evaluación del Cáncer de la OMS) una dioxina carcinógena para los humanos (en los estudios de trabajadores expuestos a las dioxinas se ha detectado un incremento de la mortalidad por cáncer de aproximadamente un 50%), aunque también se ha asociado con otros efectos (las evidencias epidemiológicas en humanos son actualmente concluyentes solo para los efectos dermatológicos y los incrementos temporales de las enzimas hepáticas).

Existen evidencias también de la asociación con las patologías cardiovasculares, diabetes, y las alteraciones del tiroides, tanto en adultos como en niños, aunque no definitivas. Así, existe una creciente preocupación por los efectos en el desarrollo neuroconductual e inmunitario de los niños debidos a su exposición en la vida intrauterina y durante la lactancia. Hoy por hoy, pues, los dilemas ya no son sobre si las dioxinas son o no carcinógenas, sino sobre la cuantificación del riesgo de trastornos asociado a las exposiciones de un nivel muy bajo de la población general.

La OMS recomendó, en 1998, que la ingestión de dioxinas en humanos adultos no debería sobrepasar los límites de 1-4 pg/kg de peso/día. Actualmente, una importante proporción de la población de los países industrializados recibe una exposición por encima de la ingesta diaria tolerable (IDT). A pesar de que en los últimos años los niveles de dioxinas se están reduciendo en toda Europa debido a las medidas de control, la mayoría de poblaciones de Europa están alrededor o por encima de los límites recomendados por la OMS. Los pocos datos existentes del nivel de exposición en España nos sitúan entre los países con más alta exposición de Europa.7 En España no existen datos poblacionales de tendencias temporales aparte de un único estudio sobre la población de Mataró (Cataluña). En este estudio (González et al., 2001)6 que incluyó a 200 personas de la población general seguidos durante un periodo de 4 años (1995-1999) se encontró un aumento de los niveles de dioxinas de aproximadamente 13,5pg/g en 1995, a aproximadamente 19,5 pg/g en 1999.

La reaparición de las dioxinas en la prensa internacional, cuando estalló la crisis belga de los alimentos contaminados, mostró graves deficiencias en los controles de las cadenas alimentarias. En junio de 2001, la OMS y la FAO revisaron la recomendación de 1998 y propusieron un límite "tolerable" de ingestión diaria de dioxinas, de 70 picogramos por kilo de peso por mes (aproximadamente 2pg/kg/día). Así, una persona de 70 quilos puede ingerir durante muchos años una cantidad diaria total de 140 picogramos de estos compuestos sin padecer ningún efecto nocivo. A pesar de que estos límites se han expresado en relación a la ingestión diaria, se han de interpretar como límites de ingestión crónica, que no se deberían sobrepasar en un tiempo relativamente largo. Pequeños aumentos de la exposición instantánea no significarían un aumento del riesgo.

Campos electromagnéticos (CEM) de muy baja frecuencia

Los campos electromagnéticos son las ondas de muy baja frecuencia (de 50-60 Hz) que producen los aparatos y las conducciones eléctricas.

El primer estudio que relaciona los campos electromagnéticos de muy baja frecuencia con la leucemia en niños se realizó en Denver, EE.UU., en 1979 (Wertheimer y Leeper, 1979). En los últimos 20 años se han realizado multitud de estudios sobre CEM de muy baja frecuencia y su asociación con diferentes enfermedades (leucemia, cáncer de cerebro, cáncer de mama, cáncer de testículos, enfermedades neurológicas), en diferentes poblaciones (niños y adultos), diferentes ambientes de exposición (residenciales y ocupacionales) y utilizando diferentes diseños (estudios de correlación simple, estudios de registros de mortalidad o de incidencia del cáncer, estudios de tipo caso-control y de cohorte.

Estudios ocupacionales. Son numerosos los estudios publicados sobre exposiciones laborales con resultados poco consistentes. Algunos de estos estudios incluyen a miles de trabajadores como, por ejemplo, el estudio sobre 13.800 trabajadores (Savitz y Loomis, 1995) de empresas eléctricas en EE.UU. y otro estudio de 223.292 trabajadores de compañías eléctricas de Francia y Canadá (Theriault y col., 1994).

Aparte de la leucemia y el cáncer de cerebro, la exposición a CEM se ha asociado también con la incidencia de cáncer de mama en mujeres y hombres. En algunos estudios se ha encontrado un aumento del riesgo (Pollan, 2001), pero en pocas ocasiones se evaluaron conjuntamente otros factores de riesgo conocidos que podían afectar los resultados. Aunque en algunos estudios se encontró un aumento del riesgo de cáncer, en su conjunto los resultados son poco consistentes y raramente se ha encontrado una relación dosis-respuesta.

Estudios de exposición residencial en adultos. Se estudió la exposición debida a la presencia de cables de conducción eléctrica, así como la procedente de aparatos eléctricos de uso doméstico. Varios estudios epidemiológicos de tipo caso-control han llevado a cabo evaluaciones precisas de la exposición. Estos estudios se enfocaron sobre la leucemia y el cáncer de cerebro.

Estudios sobre leucemia en niños. Las evidencias más claras sobre un posible efecto y los estudios más elaborados se refieren a leucemia en niños. Se han publicado 21 estudios, en EE.UU. (5), Canadá (2), Suecia (2), Dinamarca, Reino Unido (3), Grecia, Australia, Taiwan, Nueva Zelanda, Noruega, Finlandia, Alemania y México. Los métodos utilizados para la evaluación de la exposición son distintos. En principio se utilizaron los códigos de cables, y estudios posteriores utilizaron medidas extensas de CEM en las casas actuales y anteriores de los niños. La estimación del riesgo asociado a leucemia es variable. Pocos estudios encuentran resultados estadísticamente significativos (indicando que los resultados no se han producido por azar) y pocos evaluaron y encontraron una relación dosis-respuesta, entendida esta relación como la tendencia a aumentar la probabilidad de desarrollar la enfermedad cuando aumenta la exposición. Sin embargo, la mayoría de los trabajos encontraron riesgos incrementados (riesgo relativo superior a 1).

En el año 2000 se publicaron dos análisis independientes en los cuales se evaluaron conjuntamente diversos estudios publicados con anterioridad.8,9 En el trabajo de Ahlbom y colaboradores se reanalizaron los datos de 9 estudios (3.203 niños con leucemia, 10.338 controles), mientras que en el metaanálisis de Greenland y colaboradores se analizaron los datos de 15 estudios. Ambos trabajos encontraron un aumento del riesgo del orden del 70%-100% en la categoría de sujetos con los más altos niveles de exposición, que corresponde, en el estudio de Ahlbom, a niños expuestos a niveles medios superiores a 0,4 microteslas y, en el estudio de Greenland, a niveles de 0,3 microteslas o superiores. En exposiciones más bajas no encontraron ningún incremento del riesgo de padecer leucemia. Aunque en ambos análisis se incluyeron miles de niños, en las categorías de alta exposición se incluye solamente un porcentaje muy bajo, que en el caso del estudio de Ahlbom suponía aproximadamente el 1% de la población.

La IARC evaluó recientemente (junio de 2001) las evidencias científicas sobre la carcinogenicidad de dichos CEM.10 Concluyó que los análisis de caso-control conjuntos (pooled) indican una asociación relativamente consistente entre leucemia en niños y exposición a CEM de muy baja frecuencia por encima de 0,4 microteslas con un aumento del riesgo de 2. Esta exposición se produce a una distancia menor de pocas decenas de metros de las líneas de alta tensión, dependiendo la distancia exacta al tipo y la carga de la línea. Es probable que este aumento no pueda atribuirse al azar pero podría ser sesgado principalmente por un problema de sesgo de selección. Como consecuencia, dicha asociación se aceptó como evidencia limitada sobre la cancinogenicidad de los CEM de muy baja frecuencia y dichos CEM se clasificaron como posibles cancerígenos humanos (grupo 2B). Por todo ello es recomendable evitar exposiciones como la ubicación de escuelas o servicios públicos, así como viviendas cerca de líneas de alta tensión.

Estudios epidemiológicos sobre exposición a cem de radiofrecuencias (telefonía móvil)

El incremento registrado del uso de los teléfonos móviles y de las nuevas tecnologías de telecomunicación por radiofrecuencias y microondas, exige una evaluación científica de los posibles efectos de estos CEM sobre la salud humana. Algunos sectores sociales demandan una información objetiva que garantice el uso seguro de dichas tecnologías.

Estudios sobre personas que utilizan teléfonos móviles

Riesgos de accidentes de tráfico

Estudios de psicología experimental han demostrado con claridad que, cuando se desempeñan varias tareas mentales simultáneamente, la ejecución de las tareas es peor que cuando estas se desempeñan por separado. Los resultados de estos estudios indican que cuando un conductor habla por un teléfono móvil, su capacidad de reacción frente a situaciones de tráfico potencialmente peligrosas resulta afectada. Este tipo de efectos parece ser independiente del hecho de que el teléfono sea o no de manos libres. El estudio más relevante en esta materia fue llevado a cabo en Estados Unidos por Redelmeier y Tibshirani (1997).

Estos autores mostraron que el riesgo de sufrir un accidente durante la utilización de un teléfono móvil era 4 veces más alto que en periodos de no utilización (riesgo relativo 4,3; IC95% 3,0-6,5). La utilización de sistemas de manos libres no comportaba ninguna protección (RR de 5,9) en comparación con la de teléfonos móviles que se cogen con la mano (RR de 3,9).

Epidemiología del cáncer y otras enfermedades graves 11

Se han realizado escasos estudios sobre la asociación del uso de teléfonos móviles y la morbilidad (la aparición de enfermedades) o la mortalidad. No existe ningún estudio epidemiológico sobre los efectos de la exposición a CEM de las estaciones base.

Recientemente, se han publicado los resultados de dos estudios caso-control amplios sobre utilización de teléfonos móviles y el cáncer de cerebro en adultos y un estudio de cohorte en Dinamarca. En el primer estudio (Muscat y col., 2000) se evaluó a un total de 469 personas de edades entre 18 y 80 años con tumores primarios de cerebro y 422 controles sin dicha enfermedad. La media del uso mensual era 2,5 horas para los casos y 2,2 para los controles. En comparación con personas que no habían utilizado nunca un teléfono móvil, el riesgo relativo asociado con un uso regular en el pasado o en el presente era 0,85 (IC95% 0,6-1,2).

El riesgo relativo para los que utilizaban frecuentemente (>10,1 h/mes) era 0,7 (IC95% 0,3-1,4). Los riesgos relativos eran menores de 1,0 para todos los tipos histológicos del cáncer de cerebro, excepto para los neuroepiteliomas, un tipo de cánceres muy poco frecuente (riesgo relativo, 2,1; 95% CI, 0,9-4,7). Los autores concluyen que .

En el segundo estudio (Inskip y col., 2001) se evaluó a782 pacientes con cáncer de cerebro y 799 controles (pacientes de los mismos hospitales sin enfermedades tumorales). Comparados con personas que nunca o muy pocas veces utilizaron un teléfono móvil, los que lo habían utilizado durante más de 1000 horas en su vida presentaban riesgos relativos de 0,9 para los gliomas (IC95% 0,5 - 1,6), 0,7 para meningiomas (IC95% 0,3 - 1,7), 1,4 para neuromas acústicos (IC95% 0,6 - 3,5), y 1,0 para todos los tipos de tumores cerebrales combinados (IC95% 0,6 - 1,5). No se encontraron evidencias de que los riesgos fueran más altos en personas que utilizaban teléfonos móviles durante 60 o más minutos al día o regularmente durante 5 o más años. Los autores concluyen que «estos resultados no avalan la hipótesis de que el uso de teléfonos móviles causa cáncer de cerebro, pero los datos no son suficientes para evaluar el riesgo en personas que los utilizan con frecuencia y durante muchos años, ni para evaluar periodos de latencia largos».

En una cohorte de base nacional en Dinamarca de 420.095 usuarios de telefonía móvil entre 1982 y 1995 (Johansen C et al 2001), observaron que no había un aumento del riesgo de tumores cerebrales y del sistema nervioso central, leucemia, glándulas salivales.

Epidemiología de otras enfermedades en usuarios de teléfonos móviles
En un amplio estudio transversal llevado a cabo en Suecia y Noruega se evaluaron los síntomas autodeclarados en un cuestionario enviado por correo a 11.000 usuarios de teléfonos móviles (Mild y col., 1998). Un 13% de los participantes suecos y un 30% de los noruegos indicaron que tenían al menos un síntoma como cansancio, dolor de cabeza, calor alrededor de la oreja, que ellos mismos atribuyeron a la utilización de teléfonos móviles. Sin embargo, dado los métodos utilizados en este estudio y en otro similar en Australia es muy difícil atribuir estos síntomas a los CEM de RF.
Estudios sobre personas que habitan en residencias cercanas a antenas repetidoras de radio y televisión.

Los posibles efectos para la salud de la exposición a CEM de RF en trabajadores y en personas que viven cerca de otros tipos de antenas, como las de retransmisión de TV, han sido evaluados en varios estudios epidemiológicos, particularmente en relación con linfomas, leucemia, cáncer de cerebro y cáncer de mama. Existen varias revisiones publicadas sobre dichos estudios (Elwood, 1999; Moulder y col., 1999; IEGMB, 2000). Ninguno de estos estudios evalúa la exposición a CEM emitidos por teléfonos móviles o estaciones base. La mayoría de dichos estudios tiene problemas importantes metodológicos que limitan su utilidad en la evaluación de posibles efectos adversos y, en todo caso, proporcionan solamente evidencias indirectas sobre los posibles riesgos de la telefonía móvil.

Conclusiones de los estudios epidemiológicos en sujetos expuestos a RF

El único efecto nocivo asociado claramente a la utilización de teléfonos móviles consiste en un incremento significativo del riesgo de sufrir accidentes de tráfico durante el uso de estos equipos. No existen hoy en día datos epidemiológicos consistentes que proporcionen indicios de que la exposición a CEM de un amplio rango de RF esté asociada al riesgo de desarrollar algún tipo de cáncer. Sin embargo, muchos de los estudios realizados hasta el presente son poco informativos y limitados para identificar efectos leves. Por esta razón, resulta imperativo ampliar las investigaciones sobre los potenciales efectos a largo plazo o crónicos derivados de una exposición intensa o prolongada a este tipo de CEM no ionizantes.

Tabaquismo pasivo durante la gestación 12

Los efectos del tabaco en la gestación han sido ampliamente establecidos: la muerte súbita del lactante, las enfermedades respiratorias durante la infancia o la posterior aparición de cáncer. En los últimos años se han llevado a cabo investigaciones sobre el hábito tabáquico durante el embarazo en la mayoría de los países de Europa, como parte de las iniciativas de las autoridades sanitarias para reducir la prevalencia de este fenómeno. En nuestro país existen escasos estudios sobre esta cuestión. En 1996, las tasas de consumo diario de tabaco a los 17 años de edad en Barcelona mostraban una clara transición de los hombres (24 %) a las mujeres (29 %).

En la encuesta de salud en España de 1997, estas cifras se elevaron hasta el 43 % y el 45 % en hombres y mujeres, respectivamente, a los 24 años de edad. En efecto, un estudio reciente referente a la asociación entre la cotinina en sangre de cordón y la autodeclaración de exposición activa y pasiva al tabaco reveló que un 34 % de las mujeres fumaban al final de la gestación en Barcelona y otro estudio, en la misma ciudad, encontró una tasa de infradeclaración del tabaquismo entre las gestantes fumadoras.8 La prevalencia especialmente elevada del tabaquismo en las mujeres embarazadas, en comparación con la frecuencia en el resto de países europeos estudiados (Inglaterra, Italia, Holanda, Noruega, Alemania) es muy preocupante, ya que puede tener efectos desfavorables sobre la salud de las nuevas generaciones. Por ello, es necesario reducir el tabaquismo en las mujeres y sobre todo evitar su incorporación al hábito de fumar.

La gestión del riesgo: el principio de precaución.

En los apartados anteriores nos hemos centrado en el conocimiento disponible sobre la existencia y la magnitud de los riesgos. Como hemos visto, en muchos de los casos la información disponible está lejos de ser la deseable, tanto por la ausencia de estudios sobre aspectos clave como por las limitaciones a menudo inherentes a la investigación en humanos. Aún así, la información disponible constituye una de las bases para la actuación social sobre los riesgos a través de los denominados procesos de gestión del riesgo.

Un hecho reciente que merece una atención cuidadosa es el debate y la concreción del uso del principio de precaución en la gestión de los riesgos ambientales. Hasta el momento presente los procesos de gestión del riesgo se han basado en el principio de que un determinado factor o producto era considerado seguro o aceptablemente seguro hasta que se demostraba lo contrario. Este modelo, que ha resultado adecuado para una amplia expansión de la industria y el comercio, conlleva de manera intrínseca el hecho de que, cuando el daño en humanos derivado de un determinado contaminante puede ser demostrado, el daño acumulado en la población humana suele ya ser de una gran magnitud y duración. Además, no es infrecuente que la importancia de las posibles consecuencias económicas y sociales, derivadas de una actuación orientada a la reducción de la exposición genere un importante conflicto de intereses que dificulta y lentifica, cuando no impide, las políticas de reducción del riesgo. Obviamente, su contrapartida es que minimiza la posibilidad de actuar frente a un riesgo innecesariamente.

Ante esta situación, diversos autores han propuesto un cambio de enfoque basado en la adopción del principio de precaución.13 Este principio establece que, en ausencia de conocimiento científico suficiente, un determinado contaminante o factor ambiental no debe ser considerado seguro para el medio ambiente y para la salud humana. Los orígenes, características y potencialidades de este enfoque han sido revisados con detenimiento recientemente.14 Sin embargo, a efectos de la gestión del riesgo en nuestro medio, lo realmente destacable es su adopción por parte de la Comisión de la UE (UE02-02-2000).

En el documento, la Comisión ha fijado explícitamente los términos en los que se debe utilizar el principio de precaución, haciendo especial hincapié en que la aplicación del principio de precaución no debe eximir de un análisis científico minucioso del riesgo en cuestión, así como en el hecho de que debe conllevar el compromiso de comisionar la investigación necesaria para poder adoptar decisiones basadas en un conocimiento científico suficiente. Es notorio que en determinados problemas de salud ambiental, como el de la encefalitis espongiforme bovina, la actuación de la Comisión y de la mayoría de Estados Miembros ha estado guiada por el principio de precaución.

Si bien la aplicación del principio de precaución en la protección de la salud pública y del medio ambiente constituye un ámbito de la máxima prioridad, su aplicabilidad dista de estar resuelta. En estas circunstancias, su uso debe ir acompañado de la máxima cautela científica, política y jurídica, bajo pena de verse devaluado por una aplicación incorrecta. Por el contrario, debe considerarse prioritaria la investigación de las metodologías que faciliten su puesta en funcionamiento. o


Referencias

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4 Sala M, et al. Hexachlorobenzene and other organochlorinated compounds incorporation to new borns: exposure across placenta. Chemosphere 2001;43:895-901.
5 Porta M, Malats N, Jariod M, Grimalt JO, Rifa J, Carrato A, et al. Concentrations of organochlorine compounds and K-ras mutations in exocrine pancreatic cancer. PANKRAS II Study Group. Lancet. 18-25 de diciembre de 1999;354(9196):2125-9.
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9 Greenland S, Sheppard A.R, Kaune W.T, et al. A pooled analysis of magnetic fields, wire codes, and childhood leukaemia. Epidemiology 2000; 11: 624-634.
10 www.iarc.fr press releases: IARC finds limited evidence that residential magnetic fields increase risk of childhood leukaemia (27 de junio de 2001)
11 Elwood J M (1999). A critical review of epidemiologic studies of radiofrequency exposure and human cancers. Environ Health Perspect, 107, 155. Hansson Mild K, Oftedal G, Sandström M, Wilén J, Tynes T, Haugsdal B and Hauger E (1998). Comparison of symptoms experienced by users of analogue and digital mobile phones. A Swedish-Norwegian epidemiological study. Arbetslivsrapport 1998:23. Solna, Sweden, Arbetslivsinstitutet. Independent Expert Group on Mobile Phones - 2000. Mobile Phones and Health. Chairman Sir William Stewart. National Radiological Protection Board, Chilton, UK. Morgan R W, Kelsh M A, Zhao K, Exuzides A, Heringer S and Negrete W. Radiofrequency exposure and mortality from cancer of the brain and lymphatic/hematopoietic systems. Epidemiology, 11, 118. Moulder J E, Erdreich L S, Malyapa R S, Merritt J, Pickard W F and Vijayalaxmi D Z (1999). Cell phones and cancer:what is the evidence for a connection? Radiat Res, 151, 513. Muscat J, Malkin M, Thompson S, Shore R, Stellman S, McRee D, Neugut A, Wynder E. Handheld Cellular Telephone Use and Risk of Brain Cancer Handheld Cellular
12 Pichini S, Basagaña X, Pacifici R, at al. Cord serum cotinine as a biomarker of foetal exposure to cigarette smoke at the end of pregnancy. Env. Health Persp. 2000; 108: 1079-1083. Castellanos ME, Muñoz MI, Nebot M et al. Validez del consumo declarado de tabaquismo en el embarazo. At Prim 2000; 26:629-632. Jane M, Nebot M, Badi M et al. Determinantes del abandono del hábito tabáquico durante el embarazo. Med Clin (Barc) 2000;114:132-135. Castellanos E, Nebot M. Embarazo y Tabaquismo: magnitud del problema y prevención desde los servicios sanitarios. Med Clin (Barc) 1998;111:670-674
13 Foster KR, Vechia P, Repacholi MH, Science and the precautionary principle. Science 2000; 288:979-80.
14 Protecting public health and the environment: implementing the precautionary principle. Eds: Raffensperger ©, Tickner JA. Island Press 1999.

 



Entrevista a Alfons Calera Rubio
Médico y coordinador del Área de Formación del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS)


"Las enfermedades profesionales no dejan de aumentar"

Alfons Calera es licenciado en medicina y cirugía por la Universidad de Valencia y técnico superior en prevención de riesgos laborales, especializado en higiene industrial, ergonomía y psicología aplicada a la prevención. Ha ejercido como técnico en calidad ambiental para la Consejería de Sanidad y Consumo de la Generalidad Valenciana y también como profesor de sanidad ambiental.
Entre 1994 y 1998 trabajó como técnico superior en el Gabinete de Salud Laboral y Medio Ambiente de Comisiones Obreras. En la actualidad, es el coordinador del área de formación del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS), que depende del sindicato Comisiones Obreras.

¿Qué funciones realiza el Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS)?

ISTAS es una fundación autónoma, de carácter tecnicosindical, promovida por la Confederación Sindical de Comisiones Obreras (CC.OO.) con el objetivo de impulsar actividades de progreso social para la mejora de las condiciones de trabajo, la protección del medio ambiente y la promoción de la salud de los trabajadores y las trabajadoras en el ámbito del Estado español. Inició su andadura en mayo de 1996.

La razón de ser de ISTAS es prestar apoyo a la acción sindical en materia de salud laboral y de protección del medio ambiente. ISTAS mantiene como principios de actuación los de la autonomía y el rigor, propios del asesoramiento técnico, así como el de no injerencia en los procesos de decisión sindicales. Como fundación sindical, ISTAS somete su orientación, planificación y gestión al control de un Patronato fundado mayoritariamente por miembros de CC.OO. designados por su Comisión Ejecutiva Confederal.

¿Cuáles son sus ámbitos de actividad?

Básicamente son cinco: información, formación, asesoramiento, investigación y comunicación. En lo que se refiere al primer ámbito, contamos con un servicio de información y documentación para atender consultas sobre diferentes aspectos (técnicos, legales, sindicales) relacionados con la salud laboral y el medio ambiente.

En lo que se refiere a formación, diseñamos planes formativos con el fin de mejorar las capacidades de intervención de los representantes sindicales. En el ámbito del asesoramiento, coordinamos una red territorial de gabinetes tecnicosindicales para el asesoramiento de los delegados y las delegadas de prevención y de los comités de seguridad y salud, así como el apoyo técnico a las federaciones sectoriales del sindicato. En lo que se refiere a la investigación, promovemos líneas de interés sindical con medios propios y en colaboración con entidades universitarias y del ámbito científico. En el ámbito de la comunicación, difundimos conocimientos e informaciones y promocionamos actividades de debate social sobre los problemas de salud laboral y medio ambiente.

¿Cuáles son sus líneas de investigación en salud laboral y medio ambiente?

Son diversas y se modifican según las necesidades y los proyectos. Realizamos una actividad investigadora de apoyo a otras acciones como la detección de necesidades o impactos en materia de formación, así como de promoción de investigaciones sobre cuestiones de especial interés social, como la precariedad, la sustitución de sustancias tóxicas o los factores de riesgo psicosocial.

Destaca, por ejemplo, un proyecto iniciado este año y que se prolongará por lo menos durante los dos próximos, que consiste en un análisis, una evaluación y una intervención ante el riesgo químico en el contexto de un futuro sostenible.
Este proyecto está siendo desarrollado conjuntamente por las áreas de Medio ambiente y de Salud Laboral del ISTAS y el BTS (Oficina Técnico-Sindical Europea de Salud Laboral).

Asimismo, acabamos de completar la publicación en Internet de una base de datos propia que recoge información sobre uso, límites y peligrosidad, tanto para la salud humana como para el medio ambiente, de un millar de sustancias químicas. Puede consultarse en la dirección http://www.istas.ccoo.es, en el vínculo de RISCTOX del apartado recursos sindicales. Esta base de datos se completa con la oferta de información sobre sustancias cancerígenas.

La producción, utilización, comercialización y emisión de sustancias químicas en nuestras vidas y en el medio ambiente pone de manifiesto los fuertes vínculos que existen entre el riesgo químico en el lugar de trabajo, la salud pública y la contaminación ambiental.

Las políticas de riesgo químico existentes han fracasado en la prevención de la degradación general de nuestra salud y del medio ambiente. Estas políticas aparecen por lo general demasiado tarde, no protegen al 100% de la población (los valores límites, por ejemplo, están basados en hombres jóvenes), controlan solo parcialmente y no resuelven el problema. Hay que pensar que lo que se controla en el lugar de trabajo es lo que se emite al medio ambiente. Las políticas de gestión del riesgo químico no han sido coherentes ni se han unificado en las diferentes áreas de seguridad alimentaria, agricultura, salud pública, medio ambiente y salud laboral.

El reto de reconducir y unificar toda la legislación sobre productos químicos hacia una estrategia común será vital en la construcción de una Europa sostenible, ya que requiere la práctica de la integración de criterios sociales, medioambientales y económicos.

Desde un punto de vista ambiental, ¿cuáles son los principales problemas de salud que afectan a los trabajadores españoles? ¿Qué sustancias son las más conflictivas? ¿Qué sectores presentan más alto riesgo?

No existen indicadores que nos permitan aseverar con exactitud los principales problemas de salud laboral derivados de exposiciones ambientales pero, utilizando indicadores indirectos como los ofrecidos por la IV Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo, o analizando el número y el tipo de demandas que llegan a nuestro Servicio de Asistencia Técnica y Asesoramiento en Salud Laboral, podemos decir que los principales factores de riesgo ambientales son la iluminación, el ruido, la temperatura, la humedad y los agentes contaminantes. En relación con estos últimos, puede afirmarse que las enfermedades profesionales reconocidas durante el año 2000 en epígrafes relacionados con agentes químicos ascienden a 2.860.

Estos indicadores de daños a la salud satisfacen solo parcialmente las necesidades de información. En este sentido, la IV Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo nos ofrece información complementaria. El 27,7% de los trabajadores estudiados, 3.227.272, está expuesto a agentes contaminantes químicos, ya sea por inhalación de polvos, humos, vapores, gases, etc. o por manipulación de productos nocivos o tóxicos. El 17,1% de los trabajadores, unos 2 millones, manipula en su puesto productos nocivos o tóxicos. La manipulación es más frecuente en el sector industrial (27,1%) y, dentro de dicho sector, en la rama química.

El 19,7% de los trabajadores respira en su puesto de trabajo polvos, humos, gases o vapores nocivos o tóxicos. La inhalación es más frecuente en el sector de la construcción (35,7%), aunque el sector industrial está muy cercano (34,3%). Dentro del sector industrial, destaca la rama de las industrias manufactureras (45,5%).
Utilizando la base de datos CAREX sobre exposición a cancerígenos de trabajadores en España podemos identificar sustancias, industrias y trabajadores expuestos. (ver tabla)

Sustancias de exposición mas frecuentes Trabajadores expuestos Industrias
Silice
405.000
Mineria, canteras, túneles
Polvo de madera
398.000
Carpinteria,Muebles
Humos de motores diesel
274.000
Talleres, transporte terrestre y marítimo
Hidrocarburos aromáticos
55.000
Refinerias, talleres, obras públicas
Benceno
90.000
Refinerias, indústria química
Cromo
57.000
Metalúrgia, aleaciones,soldadura, cromados
Cadmio
16.000
aleaciones, soldadura, pigmentos
Níquel
43.000
aleaciones,acero, niquelado
Amianto
57.000
Fibrocemento (uralitas), textil, aislantes térmicos
Formaldehído
71.000
Plásticos y resinas, desinfectantes, seda artificial

¿Existen datos sobre mortalidad por cáncer profesional?

Uno de los aspectos más importantes del cáncer es el largo período de tiempo que transcurre desde que nos exponemos a estas sustancias tóxicas hasta que aparecen las primeras evidencias de la enfermedad. Es lo que se denomina latencia. Los cánceres producidos por el amianto, como el mesotelioma pleural, pueden tardar en aparecer de 25 a 40 años después de la primera exposición, mientras que otros, como los cánceres de la sangre, oscilan entre 4 y 5 años.

Cabe atribuir al cáncer profesional entre el 4% y el 6% del total de muertes por cáncer. Esto supone que, en nuestro país, mueren anualmente de 4.000 a 6.000 trabajadores por exposición a agentes cancerígenos en el trabajo.

¿Cómo difunden este tipo de informaciones?

Desde hace unos meses tenemos en marcha un sistema de registro de las consultas que gestionan 120 profesionales en el ámbito territorial de salud laboral de CC.OO. Este sistema, aún por desarrollar plenamente, incluye información sobre determinados aspectos que son motivo de consulta, fundamentalmente por parte de los delegados y delegadas de prevención. A finales de septiembre se habían registrado unas 2.700 consultas.

La exposición al riesgo es el tema sobre el que más consultas se realizan, suponiendo un tercio del total de las recibidas hasta el momento. Entre éstas, 1 de cada 5 consultas se refiere a la exposición a sustancias químicas, lo que las sitúa en segundo lugar, aunque muy cerca de los factores de seguridad. El riesgo químico está presente también en el resto de intervenciones y consultas, ya que impregna los contenidos de daños a la salud, evaluación de riesgos, vigilancia de la salud, etc.

¿Qué tipo de consultas es el más frecuente?

Los productos que con más frecuencia son objeto de consulta son los disolventes, las pinturas y los tintes; resinas, plásticos y sus componentes; elementos relacionados con procesos específicos de metalurgia, conservantes en la industria de alimentación y agentes cancerígenos en procesos de extracción de crudos y minerales no metálicos, coquerías, refino de petróleo y producción de gas. De especial interés es la presencia en todos los sectores y ramas de los productos utilizados en las actividades de limpieza, que revela los riesgos relacionados con la exposición a lejías, amoniacos, disolventes, desincrustantes y otros agentes y mezclas.

¿Existe suficiente cultura de la seguridad y de la salud entre los trabajadores?

En mi opinión el nivel cultural nunca es suficiente, pero en este campo hay que repartir las responsabilidades en su justa medida. El empresario es el único que tiene potestad para organizar la producción y elegir los procedimientos, materiales y cualificaciones que desee. Por tanto, el personalmente, o a través de sus asesores del Servicio de Prevención, quien ha de poseer un nivel de suficiencia cultural adecuado que le permita gestionar la prevención con garantías de seguridad para las personas y el medio ambiente.

Por desgracia, esto no es así, como demuestra el imparable crecimiento de los accidentes de trabajo y de las enfermedades profesionales. Cuando los trabajadores no poseen la suficiente cultura preventiva, es responsabilidad del empresario la formación general y especifica sobre los riesgos a los que se encuentren sometidos.


Referencias

1 Registro de Accidentes de Trabajo y Enfermedades Profesionales del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. ATE-38-39-40. Epígrafes: enfermedades profesionales producidas por agentes químicos, de la piel producidas por agentes no incluidos anteriormente, por inhalación de sustancias y agentes no incluidos anteriormente y enfermedades sistémicas. http://www.mtas.es/Estadísticas/anuario00/ATE/Index.html
2 IV Encuesta Nacional de Condiciones de trabajo. Avance de resultados. Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. http://www.mtas.es/insht/statistics/enct_4.html
3 EPA, cuarto trimestre 2000


La protección europea de las personas y del medio ambiente contra sustancias y preparados peligrosos
Ignasi Doñate
Abogado experto en cuestiones ambientales


1. Introducción

El panorama internacional emergente de los ataques terroristas contra Nueva York ha infundido en la opinión pública el temor, entre otras cosas, a que la presencia de las esporas de ántrax no sea más que otra batalla con medios bacteriológicos que da continuidad al ataque que provocó el derrumbamiento de las Torres Gemelas. En pocos días van aflorando noticias sobre la iniciativa de EE.UU. en el cultivo de bacterias, así como sobre la falta de seguridad y de control sobre éstas.

Se habla de la existencia de almacenes de materiales para la guerra química en los países de la antigua Unión Soviética; se comenta que Irak ocultó a los expertos de la ONU los materiales que podían evidenciar un trabajo de investigación iraquí sobre procesos químicos o bacteriológicos para uso bélico; se relaciona a los mismos terroristas de Al-Qaeda con planes de intento de fumigación con materiales químicos o bacteriológicos de zonas urbanas estadounidenses desde una avioneta, y se habla del peligro de ataque a centrales nucleares de energía atómica, lo que supondría una catástrofe de efectos incalculables.

El temor más extendido y la previsión más generalizada lleva a pensar en la posibilidad de ataques mediante sustancias o productos peligrosos, algunos de los cuales se han desarrollado o investigado con finalidades bélicas, pero muchos de los cuales, como mínimo, se han creado, manipulado y utilizado en procesos ajenos a conflictos armados. Paradójicamente, en este contexto el peligro se objetiva y tiene como condición la misma existencia de productos o sustancias peligrosas, más allá de su posible o remota utilización para finalidades destructivas o bélicas.

El aumento progresivo del empleo en los procesos industriales de sustancias peligrosas y su tratamiento inadecuado en calidad o en cantidad atendiendo a la confianza que inspiran los nuevos productos químicos o preparados lanzados al mercado como artículos han generado la necesidad de instaurar mecanismos de protección de la salud de las personas y del medio ambiente.

No obstante, quizá nunca antes se había pensado ni se habían aplicado medidas de protección que impidiesen materialmente que los actuales complejos farmacéuticos, químicos y atómicos se convirtieran en poderosas armas letales, especialmente contra las poblaciones y el medio.

2. La gestión del riesgo en un marco de conflicto bélico

De esta manera, la actual formulación del conflicto internacional pone de relieve el elevado nivel de riesgo que entraña la mera existencia de sustancias, preparados y tecnologías peligrosos. Recomiendo hoy leer el número 24 de esta revista, dedicado a , que contiene trabajos elaborados que, pese a estar alejados de la actual situación de conflicto, leídos hoy, adquieren una mayor relevancia. En su artículo, Narcís Mir Soler citaba a Ulrich Beck y me permito retomar aquí la cita como ejemplo de la lectura que debe hacerse del riesgo existente en la sociedad actual. Dice Ulrich Beck:
«(...) es más probable que, bajo la presión del peligro inminente, se redefinan responsabilidades, se centralicen las competencias de actuación y se fijen todos los detalles del proceso de modernización con controles y planificaciones burocráticas… La sociedad del riesgo no es una sociedad revolucionaria, sino más bien una sociedad de las catástrofes. En ella, el estado de excepción amenaza con convertirse en el estado normal.»
Pese al impacto del volumen de daños y víctimas del actual conflicto, conviene recordar el alcance de los accidentes industriales como los de Chernóbil, Bhopal, México D.F. y tantos otros de los que no hemos llegado a conocer totalmente sus catastróficas repercusiones, entre otros motivos porque los más graves se han producido en países económicamente mal situados en el panorama internacional. Las víctimas y los daños derivados de estas catástrofes son mucho más elevados que los que hasta hoy se sabe que ha provocado la guerra química o bacteriológica, pero son bajos si los comparamos con la posibilidad de que llegasen a utilizarse las instalaciones industriales del primer mundo que trabajan con sustancias o preparados peligrosos. Mentalmente vuelvo a retrotraerme al número de la revista , pero, obviamente, no haré referencia al concepto, la magnitud y la gravedad del riesgo ambiental, a sus formas de evaluación y al control de los riesgos, tal como se formula en la normativa actual: la Directiva (Dir.) 96/82/CE del Consejo, de 9 de diciembre de 1996.

3. El enfoque normativo de las sustancias peligrosas en Europa

Esta última directiva comunitaria es la que trata sobre los . El propio título nos lleva a considerar las como causa primigenia de la actual sociedad del riesgo. No obstante, este riesgo no se ha considerado como tal al estudiar la normativa sobre en el ámbito europeo, normativa centrada básicamente en el objetivo de aproximar las legislaciones de los Estados miembros que tienen como objetivo la protección de la salud de las personas y del medio ambiente y, mediante tal aproximación, posibilitar los intercambios comerciales en el espacio comunitario.

Este enfoque mercantilista/proteccionista de la normativa europea se inició a finales de los años sesenta con la Dir. (Dir.) 67/548/CEE de aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas en materia de clasificación, embalaje y etiquetado de sustancias peligrosas ¿Debe entenderse que hasta entonces no se habían dictado normas para proteger la salud de las personas contra estas sustancias? Se habían dictado, pero eran normas establecidas por cada un de los Estados miembros. Esta diversidad normativa dificultaba los intercambios comerciales de estas sustancias y preparados dentro del ámbito comunitario y, por lo tanto, afectaban negativamente al establecimiento y funcionamiento del mercado común. Así, pese a que las normas estatales primeras se dirigían específicamente a la protección de las personas, a partir de la iniciativa comunitaria de los años sesenta, el enfoque de la normativa europea consistió en suprimir las dificultades para el comercio interno de estas sustancias y preparados.

Así, a partir de una aproximación de las normativas estatales sobre sustancias peligrosas, se inició un proceso normativo que, desde las instancias comunitarias, pretende compatibilizar los distintos niveles estatales de protección con la impulsión del mercado interior. De este modo, se ha ido construyendo una telaraña normativa que, de forma moderada, incide en la demanda de seguridad derivada de una confrontación violenta de trascendencia internacional que ha alcanzado objetivos inimaginables.

4. El sistema genérico de protección

El sistema genérico de protección que construye esta telaraña de normativas específicas se fundamenta en una serie de procesos dirigidos a la circulación de una información mejor y más fiable sobre estas sustancias peligrosas, procesos que se concretan en:


a) La notificación a la Comisión Europea, por parte de todos y cada uno de los Estados miembros, de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas sobre sustancias y preparados que aprueben a escala interna.
b) La autorización de cada sustancia por parte de cada Estado miembro, previa a su comercialización y de acuerdo con una evaluación de su peligrosidad.
c) El reconocimiento mutuo de las autorizaciones en el seno de la Unión Europea.
d) La comercialización, determinada por el conjunto de condiciones y requisitos que deben reunir las sustancias y los preparados para ser puestos en el mercado.
e) La lista comunitaria de sustancias y preparados que pueden ser autorizados por cada Estado miembro, atendiendo a sus ingredientes activos, su composición y su formulación.


Estos procesos se aplican a las sustancias o preparados que pueden comercializarse, y que son la mayoría. Una minoría de sustancias y productos están absolutamente prohibidos por su peligrosidad o por la posibilidad tecnológica de ser sustituidos por otros productos menos peligrosos.

Estos procesos han confluido en el objetivo de hacer realidad el mercado único interior, pero no han mejorado los niveles de seguridad colectiva por el hecho de que el aumento del uso de sustancias y productos peligrosos haya incrementado más con el tiempo que la necesidad de limitar o prohibir su uso sobre la base de nuevas tecnologías sustitutivas.

5. La clasificación, embalaje y etiquetado de sustancias peligrosas

La telaraña normativa comenzó a tejerse, como se ha dicho, con la Dir. 67/548/CEE, de 27 de junio de 1967, en materia de clasificación, embalaje y etiquetado de las sustancias peligrosas. Esta directiva nació con la conciencia de la gran complejidad de la labor que se iniciaba:

«Considerando que, dadas la amplitud de este campo y las numerosas medidas concretas que serán necesarias para conseguir la aproximación del conjunto de las disposiciones relativas a las sustancias peligrosas, parece conveniente trabajar en primer lugar en una aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas relativas a la clasificación, el embalaje y el etiquetado de las sustancias peligrosas, se dejará para directivas posteriores la aproximación de las disposiciones relativas a la utilización de estas sustancias y de estos preparados peligrosos, si se constata que las diferencias entre estas disposiciones afectan directamente a la instauración o al funcionamiento del mercado común.»

El control que instaura la directiva sobre las sustancias peligrosas es el derivado de los procedimientos de notificación u homologación, entre los distintos países comunitarios, de las sustancias que figuran en la lista de las peligrosas.
Posteriormente, esta directiva se ha modificado y adaptado al progreso técnico; la última modificación es la instaurada por la Dir. 2000/33/CE, que constituye la vigesimoséptima adaptación de la Dir. 67/548/CEE, enfocada a limitar al máximo los experimentos con animales, siempre que existan métodos alternativos. Esta directiva entró en vigor el pasado mes de octubre del año 2001.

A modo esquemático, esta directiva enumera las diferentes características que deben observarse para calificar las sustancias como peligrosas. El anexo I contiene el listado de las sustancias peligrosas, en el que se detallan los procedimientos de clasificación y etiquetado de cada sustancia. El anexo III incluye una lista de frases que indican el peligro específico que entraña cada sustancia. El anexo IV incluye una serie de frases con consejos para un uso prudente de cada sustancia. El anexo V instaura los métodos de determinación de las propiedades físicoquímicas, la toxicidad y la ecotoxicidad de las sustancias y los preparados. El anexo VI incluye una guía para la clasificación y el etiquetado de las sustancias. Y el anexo IX recoge las disposiciones sobre los cierres de seguridad para niños.

Esta normativa ha sido transpuesta, en el ámbito español, al Reglamento de , aprobado por el Real Decreto (RD) 363/1995, el 10 de marzo (BOE núm. 133, de 5/6/95) y posteriormente modificado en distintas ocasiones.

6. Los límites a la comercialización y el uso de sustancias y preparados peligrosos

Un vez sentadas las bases para armonizar las legislaciones europeas sobre la lista y los criterios de sustancias peligrosas, se inició un segundo proceso normativo con la Directiva 76/769/CEE, de 27 de julio de 1976, relativa a los . El objetivo de la directiva era, una vez más, recuperar, proteger y mejorar la calidad de vida humana, limitando el comercio de estos productos. La norma nacía en un momento en que otras directivas o convenios internacionales habían limitado la comercialización de algunas sustancias o productos y era necesario armonizar las legislaciones de los Estados miembros. Esta directiva se concentró, como punto de partida inicial, en la limitación de la comercialización y el uso de policlorobifenilos (PCB) y policloroterfenilos (PCT).

Dicha directiva fue modificada y adaptada posteriormente en distintas ocasiones:

  • La Dir. 85/467/CEE limitaba aún más y autorizaba a los Estados miembros a prohibir el uso de PVC y PCT.
  • La Dir. 89/678/CEE autorizaba a la Comisión a adaptar la directiva básica al progreso técnico.
  • La Dir. 91/173/CEE limitaba el uso del pentaclorofenol y de sus compuestos.
  • La Dir. 91/338/CEE limitaba el uso del cadmio o del PVC como colorante del cadmio.
  • La Dir. 91/339/CEE limitaba aún más el uso de los PVC y PCT e introducía sustitutivos.
  • La Dir. 94/27/CEE limitaba el uso del níquel como causante de sensibilizaciones y alergias.
  • La Dir. 94/60/CEE limitaba el uso de sustancias cancerígenas.
  • La Dir. 97/16/CEE limitaba el uso de los hexacloroetanos.
  • La Dir. 96/56/CE limitaba el uso de sustancias cancerígenas.
  • La Dir. 91/659/CEE limitaba el uso del amianto por ser causante de asbestosis, mesotelioma y cáncer de pulmón.
  • La Dir. 96/55/CE limitaba el uso de disolventes clorados.
  • La Dir. 97/10/CEE limitaba el uso de sustancias carcinógenas, mutágenas y tóxicas para la reproducción.
  • La Dir. 1999/51/CEE limitaba el uso del estaño, el PCF y el cadmio.
  • La última modificación ha sido la derivada de la Dir. 97/56/CE, mientras que la última adaptación ha sido la establecida por la Dir. 1999/77/CEE, especialmente dedicada a una limitación más estricta de la comercialización y el uso del amianto por sus graves efectos sobre la salud de los trabajadores.


Esta normativa comunitaria ha sido transpuesta en el Estado español por el RD 1406/1989, de 10 de noviembre y por las posteriores modificaciones y ampliaciones de éste.

7. La clasificación, el envase y el etiquetado de preparados peligrosos

La tercera gran oleada normativa sobre productos peligrosos se inició con la Dir. 88/379/CEE, relativa a la aproximación de las disposiciones legales, reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de clasificación, envase y etiquetado de preparados peligrosos. Esta directiva y sus ulteriores modificaciones han quedado refundidas recientemente en la Directiva 1999/45/CE (DOCE núm. L 200, de 30 de julio de 1999) para así clarificar mejor los condicionantes legales de los preparados peligrosos.

Esta normativa se fundamenta en la derivada de la Dir. 67/548/CEE sobre sustancias, a la que lógicamente desarrolla, sobre todo en lo que concierne a clasificación y etiquetado de preparados peligrosos para el medio ambiente. En este ámbito, la directiva revisa los criterios de clasificación de los productos fitosanitarios inicialmente establecidos en la Dir. 78/631/CEE y en la normativa relativa a la comercialización de fitosanitarios. Una gran parte de la directiva va dirigida a mejorar los mecanismos de información sobre los preparados que circulan en el mercado, mejorando la transparencia informativa y asegurando que el etiquetado de los preparados responda al alto nivel de protección que persigue la normativa.

Para responder a esta mejora del nivel de protección, la directiva abre diferentes caminos. Por un lado, se amplían las exigencias de información y etiquetado de preparados que inicialmente no se habían clasificado como peligrosos, pero cuyo uso podía entrañar peligros para los usuarios, como ocurre en el caso de los explosivos comercializados. Por otro lado, la mejora de la protección se completa añadiendo a las exigencias del etiquetado un sistema doble de información: a) una ficha de datos de seguridad dirigida a los usuarios profesionales y b) los organismos designados por los Estados como responsables de facilitar información exclusivamente a efectos médicos, preventivos o curativos. Las categorías de sustancias o preparados peligrosos son las recogidas en el cuadro que sigue, de acuerdo con el texto del apartado 2 del artículo segundo de la directiva.

Esta normativa no es de aplicación para los medicamentos de uso humano o veterinario, los productos cosméticos, las mezclas de sustancias en forma de residuos, los productos de alimentación, los alimentos de animales, los preparados que contienen sustancias radiactivas y los productos sanitarios que se aplican directamente sobre el cuerpo humano.


Sustancias y preparados peligrosos

Explosivos: sólidos, líquidos, pastosos o gelatinosos que, incluso en ausencia de oxígeno en el aire, pueden reaccionar de forma exotérmica provocando una rápida formación de gases y que, en determinadas condiciones de ensayo, detonan, deflagran rápidamente o que, bajo el efecto del calor y en caso de confinamiento parcial, explotan.

Comburentes: en contacto con otras sustancias, especialmente con sustancias inflamables, producen una reacción fuertemente exotérmica.
Extremadamente inflamables: aquellos líquidos que posean un punto de inflamación extremamente bajo y un punto de ebullición bajo, así como las sustancias y preparados gaseosos que, a temperatura y presión ambiental, si entran en contacto con el aire, sean inflamables.

Fácilmente inflamables:

  • pueden calentarse y finalmente inflamarse al contactar con el aire a temperatura ambiente, sin aportación de energía;
  • sólidos que pueden inflamarse fácilmente con un breve contacto con una fuente de inflamación y que siguen ardiendo o consumiéndose una vez retirada dicha fuente;
  • en estado líquido, presentan un punto de inflamación muy bajo, y
  • al entrar en contacto con agua o aire húmedo, desprenden cantidades peligrosas de gases extremamente inflamables.


Inflamables: líquidos con un punto de ignición bajo
Muy tóxicos: por inhalación, ingestión o penetración cutánea en escasa cantidad pueden provocar la muerte o perjuicios agudos o crónicos para la salud.

Tóxicos: por inhalación, ingestión o penetración cutánea en reducidas cantidades, pueden provocar la muerte o perjuicios agudos o crónicos para la salud.
Nocivos: por inhalación, ingestión o penetración cutánea, pueden provocar la muerte o perjuicios agudos o crónicos para la salud.

Corrosivos: en contacto con tejidos vivos, pueden destruirlos.
Irritantes: no corrosivos que, por contacto breve, prolongado o repetido con la piel o las mucosas, pueden provocar una reacción inflamatoria.

Sensibilizantes: por inhalación o penetración cutánea, pueden ocasionar una reacción de hipersensibilización, de forma que una exposición a esta sustancia o preparado dé lugar a efectos nocivos característicos.

Carcinógenos: por inhalación, ingestión o penetración cutánea, pueden causar cáncer o aumentar su frecuencia.

Mutágenos: por inhalación, ingestión o penetración cutánea, pueden causar defectos genéticos hereditarios o aumentar su frecuencia.

Tóxicos para la reproducción: por inhalación, ingestión o penetración cutánea, pueden causar efectos nocivos no hereditarios a la descendencia, aumentar su frecuencia y afectar de forma negativa a la función o capacidad reproductora masculina o femenina.

Peligrosos para el medio ambiente: en caso de contacto con el medio ambiente, constituirían o podrían constituir un peligro inmediato o futuro para uno o más componentes del medio ambiente.


La directiva prevé criterios de evaluación diferentes para catalogar la peligrosidad: en función de las propiedades físicoquímicas (anexo I), en función de los peligros para la salud (anexo II) y en función de los peligros para el medio ambiente (anexo III).

El anexo IV recoge las disposiciones particulares para los envases que contengan preparados dirigidos al público general. Las disposiciones particulares relativas al etiquetado de ciertos preparados se recogen en el anexo V. Las condiciones para la confidencialidad de la identidad química de una sustancia están recopiladas en el anexo VI.

Finalmente, el anexo VII no sólo recoge el listado de directivas que se derogan, sino también los términos de transposición y aplicación de la directiva, que deberá ser aplicable, en general, antes del día 20 de julio de 2002, excepto en el caso de los plaguicidas afectados por las directivas 91/414/CEE y 98/7/CEE, cuyas disposiciones deberán aplicarse antes del día 30 de julio de 2004. La directiva debe entenderse complementada por la Dir. 91/155/CEE, relativa a las modalidades del sistema de información sobre preparados peligrosos.

La normativa española que regula este ámbito se encuentra en el Reglamento sobre clasificación, envase y etiquetado de preparados peligrosos, aprobado por el RD 1078/1993, de 2 de julio. Esta disposición fue actualizada por la Orden de 20 de febrero de 1995, modificada parcialmente por el RD 363/1995, de 10 de marzo -sustancias peligrosas; la última modificación es la aprobada por el RD 1425/1998, de 3 de julio (BOE núm. 159, de 4/7/1998).

8.-La exportación e importación de productos químicos en la Unión Europea

Las normativas comentadas anteriormente tan sólo regulan el movimiento de sustancias y preparados peligrosos dentro del ámbito europeo comunitario. La exportación e importación de productos peligrosos debe realizarse de acuerdo con las normas internacionales que regulan el comercio de estos productos a escala mundial.

En la actualidad, esta materia está regulada por el Reglamento núm. 2455/92, de 23 de julio de 1992 (DOCE L251, de 29/8/92). Esta disposición deroga las vigentes anteriormente en la materia para introducir el procedimiento internacional de comercio de productos peligrosos llamado (CFP), similar al sistema establecido en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) o en la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO). El reglamento establece, asimismo, un sistema comunitario común de notificación e información de las importaciones procedentes de países terceros.

De acuerdo con el procedimiento CFP, el envío internacional de un producto químico prohibido o rigurosamente restringido con el fin de proteger la salud humana o el medio ambiente, únicamente se puede realizar con la correspondiente autorización de la autoridad nacional designada del país importador, en caso de que ésta sea obligatoria. Este procedimiento no es de aplicación a productos importados o exportados con finalidades de análisis, investigación o desarrollo científico, ni tampoco cuando no lo exige el país importador.

Posteriormente, los anexos II y III de este reglamento han sido modificados por el Reglamento 1492/96 y recientemente se ha vuelto a modificar el anexo II mediante el Reglamento 2247/98, siguiendo las modificaciones efectuadas previamente por el PNUMA y la FAO.

9. La comercialización de los productos fitosanitarios y de los biocidas

El sistema de notificación u homologación establecido genéricamente en la Directiva 67/458/CEE de sustancias peligrosas no es de aplicación a la comercialización de fitosanitarios y de biocidas, ya que estos preparados se comercializan mediante procedimientos específicos.

Así, la comercialización de los fitosanitarios -sustancias activas y preparados destinados a proteger los vegetales, mejorar la conservación de los productos vegetales, destruir los vegetales inconvenientes o evitar un crecimiento inadecuado de estos-- está regulada por la Directiva 91/414/CEE, recientemente modificada en diversas ocasiones.

Finalmente, la comercialización de los biocidas -sustancias activas o preparados destinados a destruir, contrarrestar, neutralizar, impedir la acción o ejercer un control sobre cualquier organismo nocivo por medios químicos o biológicos- está regulada por el procedimiento específico establecido en la Directiva 98/8/CE, de 18 de febrero (DOCE núm. L 123, de 24/4/98), que responde a la necesidad de gestionar el riesgo derivado de los plaguicidas no agrícolas.

La normativa española sobre plaguicidas se recoge, básicamente, en el Decreto núm. 3349/83, de 30 de noviembre (BOE núm. 19 y 20 de 23 y 24/1/84), modificado por el RD núm. 162, de 8 de febrero (BOE núm. 40, de 15/2/91) y por el RD 443/94 (BOE núm. 76, de 30/3/94), en el que se hace referencia a la comercialización y uso de los plaguicidas.

10. Otras sustancias, preparados o elementos, instalaciones, transportes, residuos… que conforman la sociedad de riesgo

En el marco de la telaraña normativa europea, en este artículo únicamente se ha hecho una rápida referencia a la legislación que se acostumbra a indizar bajo el epígrafe de . Muchas otras sustancias, elementos y preparados peligrosos ni siquiera se han considerado, lo que pone de manifiesto la magnitud y fragilidad de un sistema de información, evaluación y control basado en la confección de listas de sustancias o productos obsoletas casi por definición, ya que el desarrollo tecnológico y el lanzamiento al mercado de productos siempre va muy por delante de la capacidad de controlar y legislar adecuadamente las sustancias peligrosas.

Retomando la formulación de con objeto de abordar el alcance de los peligros a los que está sometida la sociedad moderna, deberíamos haber hablado también de otros elementos peligrosos como medicamentos en su amplia gama, especialidades farmacéuticas, productos sanitarios, aditivos alimentarios y otros productos que entran en contacto con los alimentos, piensos, detergentes, abonos, cosméticos, radiaciones, productos transgénicos, agentes biológicos, agentes físicos…

Sopesar el nivel de riesgo obliga a considerar la incidencia de esta larga lista de elementos peligrosos en cada uno de los sectores de actividad. Así, existe una normativa complementaria, aunque básica por lo que respecta a seguridad, para el sector de los transportes peligrosos, los residuos peligrosos, las instalaciones industriales, las instalaciones de energía atómica… y una normativa específica de protección de los trabajadores frente a los riesgos de todo tipo que se puedan presentar en su ámbito laboral.

La generalización del riesgo en las sociedades modernas comporta dejar de considerar la como una competencia exclusiva de los Estados para pasar a ser una competencia compartida con organismos supraestatales, que deben asumir aspectos fundamentales de esta labor de protección, en especial mediante la armonización internacional de instrumentos efectivos de cobertura de los riesgos y la progresiva sustitución de los elementos peligrosos por tecnologías alternativas.

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